España

María Guardiola y la resistencia de la cabra montesa

Los mismos escribientes que una semana antes la glorificaban como “la Ayuso extremeña” la llamaban ahora “la Irene Montero del PP”

María Guardiola Martín nació en Cáceres el 5 de diciembre de 1978. Es la mayor de los dos hijos que tuvo su madre, Dolores Martín, más tarde técnica de educación infantil, con un señorito que la abandonó cuando María tenía tres años. Dolores, que tenía 21, tuvo que volverse con los críos a casa de su madre. Tiempo después rehízo su vida con otro señor, José Antonio, a quien María ha considerado siempre su verdadero padre. Ese episodio marcó para siempre su personalidad aunque, con el tiempo, acabó perdonando al otro tipo, el fugado. La madre, Dolores, tuvo con José Antonio otras dos hijas, así que María Guardiola es hoy la mayor de cuatro hermanos.

La familia pasó estrecheces, y no solo porque viviesen nueve personas en un piso de 80 metros. No sobraba un duro. María salió, como dicen sus amigas, “echá p’alante”, lista, cabezota hasta la terquedad, voluntariosa, alegre y muy trabajadora. Siguió el ejemplo de su madre, que se puso a estudiar ya con la casa llena de niños; acabó licenciándose Administración y Dirección de empresas y, a renglón seguido, diplomándose en Empresariales, siempre en la Universidad de Extremadura. Fue la número uno de su promoción, pero se pagó los estudios trabajando de dependienta aquí y allá, doblando camisas en Cortefiel, dando clases particulares de matemáticas y repartiendo guías telefónicas. Nadie le ha regalado nada. Al terminar los estudios sacó dos oposiciones sucesivas a la Administración. No una: dos; ya hemos dicho que era cabezota. Es, por lo tanto, funcionaria de carrera. 

Era brillante y, habrá que repetirlo, tenaz. No había cosa que se propusiese que no acabase por lograr. Era, además, “muy gente”, casi castiza. Y devota de la Virgen de la Montaña

Llamaba la atención. Primero porque era una fiesta ella sola: a la menos oportunidad se echaba a cantar y no lo hacía nada mal, sobre todo las canciones de su ídolo (Alejandro Sanz, seguido a corta distancia por Tina Turner y luego Extremoduro). Y segundo porque era brillante y, habrá que repetirlo, tenaz. No había cosa que se propusiese que no acabase por lograr. Era, además, “muy gente”, casi castiza. Y devota de la Virgen de la Montaña. 

Su padrastro, José Antonio, acabaría confesando que la chica nunca se interesó demasiado por la política, pero que fueron a buscarla a casa. Y que no fue el PP sino el PSOE. Pero aquello no cuajó. María, a quien llaman La Guardi aquellos que la conocen, entró en el PP tardísimo para los usos y costumbres de la política española, a los 36 años. Y quien la introdujo en la jaula de los leones (eso es la política para un novato, sea del partido que sea) fue una mujer, Cristina Teniente, que fue vicepresidenta, consejera autonómica y parlamentaria veterana en Extremadura. Si nos fijamos, las personas más importantes en los momentos clave de María Guardiola siempre han sido mujeres.

En la etapa de José Antonio Monago (PP) como presidente, María fue secretaria general de Economía y Hacienda de la Junta de Extremadura (2012) y dos años más tarde también secretaria general, pero de ciencia y tecnología. No parecía que la cosa fuese a pasar de ahí, pero acertó a fijarse en ella (¡por una vez acertó!) Alberto Casero, diputado extremeño del PP que se hizo célebre por apretar el botón que no era en votaciones muy importantes (la reforma laboral, por ejemplo) y en estar donde no tenía que estar en otros trances. Pero el atolondrado Casero, por alguna razón mano derecha del entonces todopoderoso (en el PP) Teodoro García Egea, dio en el clavo al fijarse en María Guardiola, siempre por consejo de Cristina Teniente.

Guardiola era bastante nueva y nadie le había dicho que la principal virtud de un político provincial o regional no es la brillantez o la imaginación sino la obediencia. Y cometió el imperdonable pecado de decir lo que pensaba

Quede esto claro: el PP, en la etapa de Pablo Casado, estaba buscando caras nuevas para “despabilar” el partido en Extremadura. Encontraron a Guardiola. Y esta mujer sobrevivió sin dificultad a la traición palaciega que derribó a Casado y entronizó a Alberto Núñez Feijóo. Impulsada por unos y luego por los otros, entre otras razones porque no había mucha más gente que destacase, Guardiola logró, a la velocidad del rayo, ser elegida concejala en Cáceres (2022), alzarse con la presidencia del PP en la región (el mismo año) y encabezar la candidatura de su partido a las elecciones autonómicas que se acaban de celebrar.

Quizá el problema fue el apresuramiento y su consecuencia inevitable, la falta de experiencia. Quizá lo que ocurrió fue que en el partido dieron por sentado que La Guardi era como tantos y tantos militantes de la zona media de la tabla, con ambición de medrar y dispuestos, para conseguirlo, a no tener ideas propias y a inclinar la cabeza ante lo que les mandaba su superior: ese es el funcionamiento habitual en todos los partidos, no solo en el PP. Pero Guardiola era bastante nueva y nadie le había dicho que la principal virtud de un político provincial o regional no es la brillantez o la imaginación sino la obediencia. Y cometió el imperdonable pecado de decir lo que pensaba.

Había sido criada entre mujeres, había visto sufrir a su madre y a su abuela y no le cabía en la cabeza que alguien, y menos un partido, pudiese negar la violencia machista, la violencia de género, la violencia contra las mujeres, porque eso era algo que ella había visto con sus ojos. Tenía muchos amigos gais, había conocido a muchos en su etapa como concejala, sabía que varios dirigentes de su propio partido lo eran y tampoco le cabía en la cabeza que un partido se propusiese denigrar a los homosexuales por el simple hecho de ser homosexuales.

A quién se le había ocurrido llamar “la Ayuso extremeña” a aquella mujer que era cualquier cosa menos populista, calculadora o ambiciosa

Y lo dijo. En público. En la campaña electoral. Alto y claro. Empeñó su palabra (“lo único que tengo”, repitió varias veces) en que, si llegaba al gobierno de Extremadura, Vox jamás entraría en su equipo. En Madrid empezaron a asustarse y a preguntarse qué le pasaba a esa chica, quién era, de dónde había salido. Cómo podía ser que la empresa contratada para mejorar su imagen se hubiese enamorado de ella, de su espontaneidad, de su sinceridad y de su transversalidad. A quién se le había ocurrido llamar “la Ayuso extremeña” a aquella mujer que era cualquier cosa menos populista, calculadora o ambiciosa. Una mujer que admitía ser “un poco bruta” y que no hacía más que repetir que no tragaba a los de Vox por machistas, por misóginos y por homófobos. Que no los podía ni ver, vamos. Con votos o sin votos.

En las elecciones autonómicas del 22 de junio, el PSOE de Guillermo Fernández Vara perdió 44.000 votos y seis escaños. El PP de María Guardiola ganó casi 70.000 votos y ocho escaños. Los dos grandes partidos empataron a 28. Vara, aun con el apoyo de los cuatro diputados de Podemos, no podría gobernar. Guardiola, para ser investida, necesitaba el voto de los cinco diputados de Vox. O eso, o nada. Y Vox hizo de ello un órdago: exigían que Guardiola se tragase sus palabras una por una y les dejase entrar en el consejo de gobierno. Justo lo que ella había repetido y repetido que no haría nunca.

Los mismos escribientes que una semana antes la glorificaban como “la Ayuso extremeña” la llamaban ahora “la Irene Montero del PP”

Fueron unos días tremendos para los que Guardiola seguramente no estaba preparada. Cayeron sobre ella insultos sin cuento. Nunca le había pasado nada igual. Los mismos escribientes que una semana antes la glorificaban como “la Ayuso extremeña” la llamaban ahora “la Irene Montero del PP”, la tildaban de submarino de la izquierda de “podemita camuflada”. 

La llamaron al orden. Esto es una deducción, no un hecho, pero también es una deducción concluir que cuatro es la suma de dos y dos. María Guardiola, la bruta, la indoblegable, la que no tenía ningún problema en pedir perdón cuando se equivocaba, la que decía lo que pensaba porque qué otra cosa podía hacer, la que sostenía que lo único que tenía un político era su palabra y su credibilidad, dobló la testuz y rehuyó a la lucha. Será presidenta de Extremadura con los votos de Vox, y un miembro de ese partido será consejero de Gestión Forestal y de Mundo Rural. “Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”, dijo.

“Como el futuro de los extremeños, no”, corrige alguien que la conoce desde hace muchos años y que la quiere bien; “como lo que le han obligado a hacer. No creo que dure mucho en el puesto. Esa mujer no sabe vivir así”.

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La cabra montesa típica de Extremadura (capra pyrenaica victoriae) es uno de los animales más hermosos de todas las especies de la fauna ibérica. Se ha instalado con todo éxito en la comarca cacereña de Las Hurdes y en la Vera. Hay allí varios miles de ejemplares.

Es un bóvido rumiante cuyos machos pueden llegar al metro y medio de largo y casi los 80 cm de altura en la cruz. Es un animal muy robusto, sociable, que vive en manadas entre las que suelen producirse intercambios muy saludables genéticamente. Es un bicho serio, ágil y, llegada la ocasión, enormemente obstinado.

Esa ocasión llega en la época del celo, entre noviembre y diciembre. Los machos defienden la posesión de las hembras, o tratan de conquistarlas (diga lo que diga el Ministerio de Igualdad), en tremendas peleas a cabezazos. Para eso disponen de una espectacular cornamenta. Los golpes son terribles y se oyen desde mucha distancia. Ambos contendientes mantienen sus opiniones con una tenacidad brutal: resisten embate tras embate indiferentes al dolor, a los mareos que producen los topetazos y a la opinión de los amigos, que suelen decirles: “Mira, chaval, déjalo; es más fuerte que tú y hay cosas contra las que es preferible no luchar, porque pierdes seguro”.

En algunas ocasiones se le permite ocupar la presidencia de la Junta… con el permiso del vencedor y dueño de la manada, que le vigilará siempre, no sea que se desmande

En esas tremendas contiendas pasa lo mismo que en tantos órdenes de la vida: que sale derrotado el más débil. Y se aleja, contrito y apesadumbrado, medio atontado por los golpes, y renuncia a su ambición hasta el invierno siguiente, cuando volverá a intentarlo. Pero en algunas ocasiones se le permite ocupar la presidencia de la Junta… con el permiso del vencedor y dueño de la manada, que le vigilará siempre, no sea que se desmande. Ese es su castigo. 

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