Tras el desastre de las autonómicas, Mariano Rajoy decidió dar un paso al frente de cara a las elecciones generales. Sus elecciones. La apuesta del todo o nada. La clave de su futuro. Se puso al frente del partido, es decir, de lo que queda de un maltrecho y desolado PP, designó a Jorge Moragas para reinstaurar algún orden entre Génova y Moncloa, misión imposible, y reclutó a cuatro jóvenes con aspiraciones para brujulear por las teles.
El presidente apenas concedió importancia a la tarascada de las europeas. Tampoco le sorprendió el retroceso andaluz, con un candidato nuevo y de comedido fuste. Pero acusó levemente el golpe de las autonómicas y europeas. El estropicio fue mayor del esperado. En especial, la alcaldía de Madrid.
Rajoy cimentó y ejecutó la campaña de la mayoría absoluta de Aznar. Y, como él comenta, "aquello no salió tan mal"
No esperó Rajoy a la campaña de las catalanas para cambiar su traje de presidente antipático y circunspecto por el de candidato infatigable y accesible. No es nuevo en estas lides de conducir campañas. Al cabo, él cimentó, condujo y ejecutó la campaña de la mayoría absoluta de Aznar. Y, como él comenta, "aquello no salió tan mal". Ahora se ha transformado en el protagonista principal, asesor incuestionable y director indiscutible de su propia campaña. La de las generales de diciembre. "Rajoy tiene instinto, eso no es nuevo. Y conoce a la gente. En tiempos de crisis, tocaba recibir bofetadas en las urnas y en la calle. En Europa le alababan y aquí le crucificaban. Se dedicó a hacer su trabajo de la recuperación económica y optó por aparecer lo menos posible. Eran los tiempos del plasma, de las furibundas carreras por los pasillos del Congreso en vertiginosa huida de los periodistas, de las escuetas ruedas de Prensa, de las mínimas apariciones en público, del gesto agrio y la respuesta irónica o afilada como un bisturí", comenta uno de sus más estrechos colaboradores. Los recortes, el desempleo, Bárcenas... no estaban los tiempos para alegres exhibiciones. Ni para hacer amigos, algo impensable. Ni siquiera para vencer a lo Bolt en los sondeos. El penúltimo, y gracias, en las oleadas del CIS. Le agradaba contemplar como la valoración de Pablo Iglesias descendía mientras la suya arañaba tímidas décimas en los barómetros. Pero no había llegado el momento.
Cambios en el PP
Tres semanas después de las elecciones autonómicas, Rajoy despejó las dudas y mostró sus cartas. Nueva dirección en el partido, con Jorge Moragas en la estrategia al frente de los 'jóvenes leones' de Génova: Casado, Maroto, Maíllo y Levy. Rostros nuevos para ocupar espacios en la pantalla. El viejo PP, al rincón. Fabra, Bauzá, Barberá, la propia Cospedal y hasta Aguirre, pasaban a ocupar un papel secundario. Y, al frente, Rajoy. Apenas retocó el Gobierno, en contra de lo que anunciaban las cábalas de los sesudos analistas. Wert y gracias. El Ejecutivo pasaba también a segundo plano. Poco quedaba ya por gestionar, salvo ultimar los presupuestos. Un trámite que se solventaba en agosto. Apenas un par de días de agitación y escasa relevancia en los medios. Sáenz de Santamaría, consciente de la nueva situación, optó también por agazaparse. A la espera de lo que pueda pasar en diciembre.
"¿Pero ya no tenéis más preguntas?", inquiría, pródigo, el presidente a los reporteros en el pasillo del Congreso
Febriles elogios a la economía
Los ministros, a pasearse por España, a vender la recuperación, a lanzar loas a la economía más pujante de la eurozona. Lo dice el Financial Times y en el Gobierno hay gente que no es capaz de creérselo, comenta la mencionada fuente.
Rajoy se puso el uniforme de candidato. La gran mutación. Sorpresa entre los columnistas acerados, los tertulianos de colmillo retorcido, los cronistas de Cortes, los comunicadores implacables que abren la mañana citando a Kierkegaard y a Toymbee. Ha sido un verano sorprendente. Más de media docena de comparecencias ante los medios, fotos estivales, baños en la poza, selfies por doquier, paseos agrestes, zapatillas de siete leguas y el chándal. "¿Pero ya no tenéis más preguntas?", inquiría, pródigo, a los reporteros en el pasillo del Congreso, cuando el debate presupuestario. Habló incluso de la abuela de Fuerteventura, tuiteó el oro en Pekín de López Nicolás... Menos telefonear a Sálvame, hizo de todo.
Pedro Sánchez amagó sin éxito una insistente actividad. Albert Rivera desapareció un par de semanas. Su candidata en las catalanas, Inés Arrimadas, cubría el hueco con entusiasmo. Y Pablo Iglesias, se esfumó. Estuvo 'por ahí', leyendo algún ensayo y deglutiendo series televisivas. Mientras tanto, Rajoy, de Doñana a Galicia, de Mallorca a Madrid, descansó lo justo. Este fin de semana ve la temporada en su tierra gallega, luego se embarga hacia Alemania, para relajarse con Merkel. Y luego, Cataluña. Mucha Cataluña.
Los sondeos empiezan a resultarle favorables. Hasta bendicen su elección de Albiol para Cataluña
Es su campaña. Son sus elecciones. Y quiere ganarlas. Lo dice en cada intervención. "Necesitamos una victoria muy clara". Lo sabe su gente, que corretea a su rueda con desigual empeño. Los sondeos empiezan a resultarle favorables. Hasta bendicen su elección de Albiol para Cataluña. El adusto, hostil y grisáceo Rajoy parece haberse reencarnado en el candidato bromista, chambón y sonriente que es ahora. Amable y dicharachero. Hasta alguno de los propios juzgan que el cambio llega demasiado tarde. Pero había que intentarlo.
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