Se quejaba Mariano Rajoy Brey de lo poco que ganaban los políticos en este país. Corría el año 2010 y el líder del PP transitaba cómodamente por la oposición, mientras el infeliz Zapatero se afanaba en servirle el poder en bandeja, eso sí, después de haber dejado bien jodida a esta pobre España rica y desencajada, y en su despacho de Génova Rajoy comentaba ante un viejo amigo, fumándose un puro, que sí, que eso, que los políticos ganaban poco, que apenas le llegada, “fíjate si vivimos ajustados, que Viri tiene que comprarse la ropa en Zara…” En los últimos tiempos, ya con Mariano en Moncloa, hemos sabido que no era tan escasa la pecunia que entraba en el hogar de los Rajoy-Fernández, a tenor de lo bien que ha funcionado la industria del sobresueldo en el puente de mando de los populares en la calle Génova. “Convéncete, Jesús”, aseguraba años atrás una líder madrileña, “Rajoy no va a mover un dedo para acabar con Zapatero y acelerar el cambio, porque está muy cómodo donde está. Su estatus de líder de la oposición le confiere honores, despacho, secretarias, coche oficial, y dinero, porque en Génova se maneja dinero, mucho dinero, y casi ninguna responsabilidad. La pura verdad es que Mariano no tiene incentivos para querer llegar cuanto antes a Moncloa”.
Ganó por fin y con él llegó el escándalo. Tras años sentado sobre un barril de pólvora apellidado Bárcenas sin que hiciera nada por desactivar la espoleta, la bomba ha terminado por estallarle bajo las posaderas provocando una crisis política de dimensión desconocida, quizá solo comparable a la que acompañó a Felipe González con el “caso GAL”. La tormenta ha caído sobre un país territorialmente roto –Cataluña navega a la deriva sin anclaje alguno-, con 6 millones de parados, las instituciones desprestigiadas y las reformas económicas a medio hacer, justamente cuando por oriente empezaba a divisarse la luz del alba de una incierta recuperación. El escándalo Bárcenas ha venido a poner de manifiesto el inaceptable nivel de corrupción en que chapotea el país desde hace tiempo, corrupción cuyas metástasis, del Rey abajo todos, alcanza hoy a la totalidad de las instituciones, al punto de marcar, tan agudo es el fenómeno, el final del régimen salido de la Transición.
Son millones los ciudadanos españoles que estos días se sienten abochornados en su condición de tales
Son millones los ciudadanos españoles que estos días se sienten abochornados en su condición de tales. El malestar es tan profundo, la furia de la protesta tan alta, la falta de horizonte tan evidente, que en tórrido ferragosto madrileño vuelve a oírse por las esquinas la vieja imprecación patria rayana en el desvalimiento del ¡Este país no tiene remedio! Acabamos de enterarnos de que el presidente del Tribunal Constitucional es militante del PP, hecho que ocultó cuando fue elegido para el cargo, hace muy poquito tiempo. Es como si nuestras elites políticas anduvieran empeñadas día sí y otro también en restregar ante nuestras castigadas narices la condición servil de esta democracia prostituida donde ya no se respetan ni las formas. ¿No quieren ustedes independencia de la Justicia? Pues tengan, taza llena. El mismo día nos enteramos también de que la Sala de lo Penal del Supremo, compuesta por tres magistrados de claro tinte “progresista”, es decir, de obediencia PSOE, han decidido archivar la causa seguida contra José Blanco por supuesto delito de tráfico de influencias en el marco de la “Operación Campeón”. El tribunal reconoce que el vicepresidente del Gobierno Zapatero llamó al modesto alcalde de Sant Boi de Llobregat para recomendar a un amigo, pero eso no debe considerarse presión o coacción.
Con la evidencia sobre la mesa de que el partido del Gobierno se financió ilegalmente con dinero de grandes empresas a cambio de favores administrativos y concesiones varias (dinero B con el que sufragó sus campañas electorales, completó sueldos de su cúpula dirigente e hizo millonario a su tesorero), al presidente del Gobierno no se le ocurre cosa mejor que retratarse en Moncloa con los oscuros mecenas de su partido, o buena parte de ellos, los grandes empresarios del Ibex, con quienes pasea por los jardines del recinto –juntos quienes soltaron la mosca y quienes la cogieron, corruptores y corrompidos, dantes y tomantes-, tal vez para pedirles que oficien de cirineos en su particular camino al Gólgota, tal vez para enviar un mensaje nítido al país de que nada va a cambiar, porque la vieja alianza entre la decrépita clase política y la envejecida elite empresarial/financiera está más resulta que nunca a darle hilo a la cometa y hacer realidad el aquí no ha pasado nada.
A Mariano se la bufan las presiones
Se habían reunido los del Ibex a primera hora en la sede de Telefónica en Las Tablas y cuentan que allí se mascaba la tragedia. Iban, pues, decididos a pulsar el estado de ánimo de un Presidente al que medio país imagina a punto tirar la toalla, preocupados por el daño que el escándalo pueda hacerle a la estabilidad del país y a la confianza de los mercados, y se encontraron con un Mariano tranquilo. “No voy a aceptar chantajes de ningún tipo”. L'État, c'est moi, o la vieja “ley de hierro” de Michels, según la cual “cuando en una organización la oligarquía ha alcanzado un estado avanzado de desarrollo, los líderes comienzan a identificar con su persona no sólo las instituciones partidarias, sino también la propiedad del partido e incluso del Estado”. “Le he visto bien, físicamente tocado, tal vez envejecido, pero seguro, tranquilo y convencido de que va a resistir. A éste se la bufan las presiones, porque tiene la psicología que Franco: no es presionable, de modo que quienes le han lanzado este órdago van de cráneo”.
Al presidente no se le ocurre cosa mejor que retratarse en Moncloa con los mecenas de su partido
No hubo nadie, que se sepa, entre los señores del dinero que compartieron mesa y mantel con Rajoy que se atreviera a decirle que esto se tiene que acabar, que no podemos seguir chapoteando en esta atosigante corrupción, que hay que terminar de una vez por todas con el trasiego de bolsas y maletines, que hay que hacer realidad una Ley de Financiación de los Partidos que evite la corrupción, que hay que separar lo público de lo privado, que los empresarios están para generar riqueza y empleo, y los políticos para gestionar la res publica con honradez y a plazo fijo, que hay que reducir el tamaño del Estado y darle una oportunidad a la iniciativa privada en lugar de coartarla, ahogarla, asfixiarla con normas, leyes e impuestos sin cuento. Que hay que hacer realidad, en definitiva, ese país abierto en el que sea posible vivir y trabajar y prosperar en libertad, sin el aliento de una casta política parasitaria en el cogote.
Y mientras Rajoy agasajaba a los líderes empresariales en Moncloa, en Rabat el Rey nuestro Señor recibía el homenaje de su primo Mohamed VI. El Monarca ha hecho su primera excursión con muletas a Marruecos, ese ejemplo de libertades del que algunos reciben grandes dones, haciéndose acompañar por un numeroso séquito sin que los españoles de a pie sepamos qué grandes venturas nos depararán aquellos vientos, ni qué secretos han podido compartir a solas ambos personajes. Hemos visto, en cambio, la habilidad demostrada por Alberto Ruiz-Gallardón para desaparecer del convulso Madrid y aparecer al lado de don Juan Carlos con cara de no haber roto un plato. Ocurrió en la visita al mausoleo de Mohamed V, donde el Rey se disponía a colocar una corona de laurel. Puntualmente despistado, la tele muestra al titular de Justicia retrasado en la comitiva y cómo, en un regate o zigzag de insuperable maestría, logra colocarse a la altura de Monarca en el momento decisivo.
Gallardón en alianza con Su Católica Majestad
Ejemplo claro de las ambiciones de un hombre que, en la sombra, riñe estos días el sueño de una vida que su dueño cree llamada a los más altos destinos, en alianza, dicen, con Su Católica Majestad. En el PP son cada día más los que apuntan con el dedo a Gallardón como el hombre que mece la cuna de su jefe Rajoy. Con la vicepresidenta Sáenz de Santamaría como guardiana entre el centeno, cuyo papel como escolta de Gallardón –grandes beneficiarios ambos del incendio Bárcenas que amenaza llevarse por delante a la vieja guardia del partido- empieza a despertar alguna que otra sospecha. “En el PP comienzan a dirigir la mirada hacia la Vicepresidenta como el recambio lógico de Rajoy ante una situación de emergencia, y un número dos de experiencia política contrastada como Ruiz-Gallardón”, aseguraba el viernes en Vozpópuli Cristina de la Hoz.
En el Madrid aplanado por los escándalos, derretido por la ausencia de un futuro vivible, el “caso Bárcenas” comienza a perder fuelle. Rajoy va a resistir. El sistema va a impedir su renuncia, porque aquella alianza, tantas veces contada, entre política y dinero, con la cabeza del Monarca coronando la tarta, hará todo lo posible para evitar que el régimen que tan buenos réditos les ha reportado se despeñe. Rajoy y Rubalcaba siguen teniendo contacto telefónico diario. Hay que cerrar cuanto antes la herida. Luis María Ansón, primer fabulador del Reino y reputado monárquico, se ha sacado de la chistera el conejo redentor: se trataría de preparar una gran amnistía en el 2015, como celebración del cuarenta aniversario de la entronización de Juan Carlos I. Una amnistía que acogería naturalmente en su seno al mismísimo Luis Bárcenas. La sangre no llegará al río, aunque de su cauce suba hoy hacia los muros de la ciudadela el hedor indescriptible de un sistema descompuesto, algunos de cuyos moradores parecen empeñados en limpiar y sanear de una vez por todas, contra el criterio de su clase dirigente.
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