La reforma fiscal de Cristóbal Montoro no convence a buena parte de los dirigentes del PP. "Se queda corta, no llega con claridad al espectro de nuestro votante. Y además, no se está explicando bien", se escucha entre barones y veteranos dirigentes de la formación, que ha trasladado al cuartel general del partido su inquietud.
La bajada de impuestos es la principal baza, casi la única, de Mariano Rajoy para revertir la tendencia bajista de su partido de cara a las elecciones autonómicas y municipales de Mayo. De ahí la preocupación que se advierte en sus filas. Tras un intenso 'bombardeo' de arrancada para dar a conocer las nuevas medidas, con Rajoy y Sáenz de Santamaría al frente del equipo comunicador, la ofensiva no ha conseguido el resultado previsto. No se ha trasladado a la sociedad la idea de que el PP dejará los impuestos por debajo de cuando llegó a la Moncloa. Entre los dirigentes del partido piensan que la noticia de penalizar el despido ha eclipsado el resto de las medidas, más o menos positivas. Tampoco los nuevos tramos del IRPF se han acogido con entusiasmo. Demasiado farragoso. Un error de estrategia, apuntan estas fuentes.
La barrera del escepticismo
La gran ofensiva fiscal carece de liderazgo. Cristóbal Montoro, después de una mediática 'tour de force' de tres días, se ha sumergido en el silencio. Miguel Ferré, su secretario de Estado, un técnico circunspecto y árido, le ha sustituido en el empeño con relativo éxito. El ministro prometió ayer una inyección de 4.000 millones a las Comunidades Autónomas dentro del Consejo de Política Fiscal y Financiera para compensar determinados reajustes de las figuras impositivas. A cambio ha pedido un déficit 0 para 2017.
Montoro intentaba ayer, con ese 'manguerazo', paliar el bajón de moral que se aprecia en las autonomías del PP, desgastadas con ajustes y recortes y poco estimuladas con el plan fiscal. El presidente de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, había dado ya un paso al frente al mostrarse dispuesto a bajar los impuestos en su región en el caso de que algún madrileño se sintiera decepcionado con las medidas de Montoro. Ignacio González sabe lo que se juega. Su mayoría absoluta pende de algo más que de un hilo.
La siembra de la buena nueva fiscal iba a ser lenta, comentan los expertos. Es una medida bianual que no empezará a percibirse hasta enero del año próximo. Pero el sedimento hay que hacerlo ahora. No se advierte en la calle un cambio de percepción. Los ministros se ocultan entre críticas privadas, los barones echan humo, la militancia aguarda señales y el voto centrista sigue en su guarida, sesteando.
Han sido días de agenda real, de abrumador protagonismo en torno a la Zarzuela y alrededores. Una vez que amainen los ecos de la abdicación, de la proclamación y la imputación, podrá transmitirse mejor la acción del Gobierno, confían en Moncloa. Acolchados por la desintegración del PSOE, los líderes regionales mascullan que en el Gobierno ignoran los claros signos de hastío que envía la calle. "Ni siquiera hemos convencido al contribuyente de que van a pagar menos impuestos, no nos creen", comenta un veterano dirigente.
Primeras fisuras
Hay grietas y fisuras en el bloque popular. Es pronto para que sus sondeos recojan el impacto del paquete tributario, pero el colapso de las europeas no se ha resuelto. El PSOE continúa en su declinar y el PP no despega, de acuerdo con los estudios demoscópicos. En las proximidades de Rajoy ya se habla abiertamente de cambios tanto en el Gobierno como en el partido para después del verano. "Esta vez va en serio, Rajoy no puede quedarse inmóvil, el poder territorial está en juego", se dice en la periferia popular.
Ya hay quien dice que no parece muy exportable la idea de que entre tanto relevo y dimisión los únicos que siguen al frente sean Rajoy y Cándido Méndez. Una imagen muy inadecuada.
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