El pasado jueves por la mañana, tras el pleno del Congreso de los Diputados, cuatro miembros del Gobierno se reunieron en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Desde Moncloa se negaron a llamarlo gabinete de crisis, pero era lo más parecido a eso. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, convocó a su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría; a su ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos; y al titular de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro. La situación para España volvía a ser crítica: se disparaba la prima de riesgo y alcanzábamos intereses por el pago de la deuda del 7 por ciento, esto es, en niveles de rescate. Los allí reunidos eran conscientes de que fuera, en el patio que separa el edificio histórico del Congreso del de la primera ampliación, decenas de periodistas requerían una declaración del Gobierno. Le correspondió a De Guindos dar la cara ante la prensa para lanzar un mensaje de tranquilidad.
Es la foto fija de un Ejecutivo que tiene que enfrentarse, día sí y dia también, a un escenario de profunda crisis en el que las buenas noticias son escasas al tiempo que terriblemente breves, de hecho, cada día parece peor que el anterior. Y son cuatro las personas que van corriendo con el desgaste de una situación indeseada. Ya contamos en estas páginas que antes de formar su Gobierno, Rajoy comentaba en reuniones privadas que buscaba a una persona para Economía "dispuesta a incinerarse conmigo". No era un puesto para tibios ni pusilánimes y, al final, apostó por alguien que estaba en todas las quinielas. Pero la lista de los dispuestos a compartir la pira con el jefe de filas la completan Montoro y Sáenz de Santamaría, aunque hay que reconocerle a la vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno que, a pesar de su exposición pública de todos los viernes, es la que más indemne está saliendo.
El resto del Consejo de Ministros se mantiene prácticamente al margen. Es cierto que se ha conseguido poner freno a la diarrea verbal del arranque de la legislatura, cuando todos los ministros hablaban de todo y de todo los temas, lo que es de agradecer, pero la sensación de no pocos observadores y de parte del PP, es que muchos de ellos han optado por ponerse de perfil ante la que está cayendo. Porque hay otra persona que sin formar parte de ese sanedrín gubernamental también está corriendo con parte del desgaste. Se trata de la secretaria general del PP y presidenta de la comunidad de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, a quien corresponde salir los lunes desde la sede del partido en defensa de la tarea Gobierno.
Génova se ha convertido en una especie de décimocuarto ministerio o, al menos, ese fue el planteamiento que le hizo Rajoy a Cospedal cuando le dio todo el poder interno en el último congreso nacional, celebrado en febrero de este año en Sevilla. El modelo que siguió para el Ejecutivo y para el partido no fue muy distinto. En Moncloa, Sáenz de Santamaría ostenta cuotas de poder hasta ahora nunca alcanzadas por un vicepresidente político que, además, no tiene que repartir pedazos de ese poder con un vicepresidente económico, mientras que Cospedal ha hecho un equipo a su medida, lo que no ha impedido, por un lado, una dificil relación entre ambas cuando no choque de trenes, además de un desgaste más pronunciado de la segunda quizá porque está más desprotegida desde su posición.
Gallardón ha conseguido quitar presión y visibilidad sobre su persona tras un comienzo muy mediático por el anuncio de la reforma de la Ley del Aborto
¿Y qué hay del resto del gabinete? Pues que tras haber vivido en algunos casos sus momentos de gloria mediática, ahora muchos de ellos parecen retirados a sus cuarteles de invierno. Tras un arranque prometedor del titular de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, que copó páginas de información con su anunciada reforma de la Ley del Aborto, ahora ha optado por un perfil bajo, discreto. El polémico cambio de la ley de interrupción voluntaria del embarazo ha quedado pospuesta para después del verano, lo que le ha permitido quitar presión y visibilidad sobre su persona, quizá una de las más mediáticas del Ejecutivo y al que muchos siguen viendo como el recambio natural de Rajoy cuando llegue el momento.
Muy polémicos también fueron en su momento los decretos de reforma de la Educación y de la Sanidad de los departamentos encabezados por José Ignacio Wert y Ana Mato, respectivamente. El primero es el menos político de todos y quizá, el que más argumentos puede tener para huir del primer plano, aunque, paradójicamente, es de los más quemados y peor valorados, según el CIS. La reforma de la asignatura Educación para la Ciudadanía o la subida de las tasas universitarias no le han convertido en el más popular de la fiesta. Por su parte, Mato, ha decidido circunscribirse exclusivamente a sus responsabilidades en Sanidad, sin interferir en ningún otro debate político-económico del Gobierno a pesar de haber sido durante décadas una mujer de partido con importantes responsabilidades en Génova.
Las otras dos ministras, Fátima Báñez, de Empleo y Seguridad Social, y Ana Pastor, de Fomento, han vivido momentos diferentes. Báñez ha pilotado la reforma del mercado de trabajo, uno de los puntales de la acción del Gobierno de Rajoy, por lo que no se le puede acusar de haberse escondido para no ver afectada su imagen. Además, le ha correspondido la interlocución con los sindicatos, lo que, en estas circunstancias, nunca es fácil. Pero superada la reforma y aún siendo ministra del área económica, las cuestiones de la crisis, de la primera de riesgo de la volatilidad de la Bolsa no entran dentro de su cometido. Por su parte, Pastor bastante tiene con intentar tapar los agujeros de su Ministerio, que ha pasado de ser el Departamento inversor por excelencia, a tener que acometer un plan de ajustes que le ha llevado a primer plano cuando se suscitó el debate sobre el peaje en las autovías pero que ha tenido la habilidad de contener.
Arias Cañete se ha retirado a sus cuarteles de invierno y Margallo no ha sabido o querido convertir Exteriores en una especie de prolongación de Economía
Miguel Arias Cañete y José Manuel Soria son otros dos pesos pesados del Gobierno y del Ejecutivo que han quedado a salvo de la "incineración" de la crisis. Quizá Soria está más expuesto, pero, desde luego, Arias Cañete parece retirado a sus cuarteles de invierno, o quizá a sus cuarteles de Bruselas, donde pasa casi mucho más tiempo que en Madrid. Presuroso y apresurado por los pasillos del Congreso, el otrora locuaz ministro de Agricultura, se ha convertido en uno de los más discretos del actual gabinete ministerial. Quizá ese papel lo supla ahora el titular de Exteriores, José Manuel García Margallo, que se estrenó con un "Gibraltar español" o con una referencia a Franco y sus ministros no demasiado afortunada. Se quería hacer de este Ministerio casi una prolongación del del Economía, pero al final no ha sido así. En cuanto a Soria, ha pasado de ser el ministro que más exposición tuvo en el arranque de la legislatura y el único que aceptaba acudir a radios y televisiones, a parar tanta actividad frenética.
Por su parte, Jorge Fernández Díaz, ministro de Interior y hombre de confianza de Rajoy aprendió de sus primeros errores cuando no tuvo empacho en anunciar que el déficit de 2011 sería del 8,2. Lo cierto es que fue el que más se aproximó a la terrorífica cifra del 8,9, miemtras que Montoro y Guindos comentaban entonces --corría enero de este año-- que se mantenía una precisión de que llegara al 8 (Montoro) o de que podía superar unas décimas, sin más concreciones, (Guindos).
Sólo queda el titular de Defensa, Pedro Morenés. Éste sí, un gran desconocido.