Los menores víctimas de violencia machista, testigos de malos tratos físicos y psicológicos por parte de sus progenitores hacia sus madres, sufren una situación que marca toda su vida y que, en algunos casos, les lleva a una conclusión: "A día de hoy mi padre no existe".
Quien así se expresa es Miguel (nombre ficticio). Tiene 14 años, vive en la provincia de Sevilla, y desde los 5 se ha visto envuelto en episodios que le han hecho pensar de esta manera. "Yo al principio no tenía conciencia de lo que le hacía a mi madre, no sabía lo que era. Cuando me fui dando cuenta vi que no era algo normal", explica a EFE.
Al ir creciendo fue descubriendo lo que ocurría e intentó defender a su madre, incluso de las agresiones físicas a pesar de su corta edad. Llegaron las denuncias y las órdenes de alejamiento, pero no sentía que estuvieran protegidos. "Él podía hacer cualquier cosa, hubiera policía o no. Ahí nosotros no queríamos ya relación con él, pero seguía viniendo".
Su madre había intentado que el agresor siguiera viéndole en lugares públicos, algo que dejó de hacer cuando vio que utilizaba esas ocasiones para intentar convencerla de que volviera con él.
Es consciente de que, aunque no fue agredido físicamente, su padre lo utilizaba para amenazar a su madre. "Él quería hacerle daño haciéndome daño a mí, porque era lo que más le dolía a ella", detalla el menor, que nunca sabía "qué problema iba a buscar mañana ni qué cosas iban a pasar".
Algunas veces se han metido conmigo por tener que estar con dos policías siempre, o se burlaban de mí por no tener un padre normal".
Miguel sufría en primera persona las consecuencias de esta situación: "Terrores nocturnos, ansiedad, siempre nervioso, siempre en alerta...", enumera su madre, María (nombre ficticio), presente en la conversación y que afirma que "los niños tienen secuelas muy parecidas a las de sus madres, lo que pasa es que no saben expresarlo".
Consecuencias en el colegio
Las repercusiones llegaron también al colegio, no en forma de suspensos pero sí de falta de concentración, por el miedo a que le llamaran en cualquier momento para decirle que a su madre le había pasado algo. Evitaba hablar sobre su situación. "Veía que la gente se enteraba, pero no quería compartir lo que pasaba con nadie", dice, sobre todo por un sentimiento de "vergüenza" y por no querer "más revuelo".
"Algunas veces se han metido conmigo por tener que estar con dos policías siempre, o se burlaban de mí por no tener un padre normal", explica el joven, que cree que los agentes que se encarguen de proteger a menores deberían hacerlo vestidos de paisano para evitar este tipo de comportamientos.
En esa época para el niño era muy difícil ir a jugar al parque con sus amigos. Por un lado, explica María, porque la orden de alejamiento impuesta también hacia el pequeño -algo que no es habitual- implicaba avisar a los agentes para que lo acompañaran cada vez que salía de casa y, por otro, porque otros padres recelaban de que sus hijos estuvieran con un menor que tenía que estar protegido por la policía.
Desde hace unos meses todo ha cambiado con la entrada en prisión del agresor. "Ahora sí estoy más tranquilo. Muchas veces me paro y lo recuerdo, pero veo que ya ha pasado", afirma Miguel, que cuenta con apoyo psicológico y que ahora tiene "muchos más amigos que antes".
"Ahora sí puedo salir y relacionarme con los demás, antes no podía", detalla el menor, que reconoce que cuando se separa de su madre durante unas horas la llama "para ver cómo está" y que sigue prefiriendo no hablar de su padre con sus amistades. "Si hay que hablar pues hablo, pero no les cuento los detalles porque no quiero que se enteren de todo. No estoy orgulloso", recalca.
El menor fue reconocido legalmente, junto a su madre, como víctima de violencia de género. Esto supone que se le pudiera imponer al agresor una orden de alejamiento también hacia el niño.
En 4º de la ESO cuenta que le gustan las matemáticas, que con estudiar "poco" saca "buenas notas" y que quiere dedicarse a "algo de ciencias", aunque no tiene decidido a qué. Además, sabe qué hará cuando tenga novia: "Me gustaría ser normal, tener hijos y tratarlos bien, como a mí no me han tratado".
"Normal" es una de las palabras que Miguel más repite, y su madre puntualiza: "Cuando era pequeño decía mamá, búscame un padre, yo quiero un padre normal. Y yo le decía que, aunque encuentre otro hombre que ejerza esa función, su padre era ese, no había otro, que tenía que asumir que si era un mal padre era su padre".
Ese sentimiento permanece todavía en el joven. "Vi que hacía cosas malas hacia mí y hacia mi madre. Fui dejándolo de querer y dejando de ver que fuera mi padre. A día de hoy lo que veo es que no es mi padre y que nunca ha ejercido la labor de un padre normal. Ahora mismo es como si no existiera para mí", zanja.
Menores y la violencia machista
Miguel fue reconocido legalmente, junto a su madre, como víctima de violencia de género, algo que es posible a partir de la modificación en 2015 de la ley integral y que posibilita que los menores puedan recibir la misma asistencia por parte de las instituciones al contar con la misma consideración.
Esto supone en la práctica, por ejemplo, que se le pudiera imponer al agresor una orden de alejamiento también hacia el menor -cuyo caso se abordó en el mismo procedimiento judicial que la madre- y pone fin así a la desprotección a la que se podían ver expuestos los hijos de las mujeres víctimas.
En 2021 se reformaban además la ley de violencia del menor y la de discapacidad, lo que contribuyó a renovar artículos del Código Civil que no se modificaban desde hace mucho tiempo y que han permitido ampliar la protección hacia los menores, como el 156, que regula la patria potestad en cuanto a la atención psicológica para que no requiera una autorización expresa por parte del progenitor acusado de agresiones.
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