María de las Mercedes Aizpurua Arzallus nació el 18 de enero de 1960 en la localidad de Usúrbil, provincia de Guipúzcoa, en el seno de una familia modesta de la que se sabe muy poco. La casa de la familia está o estaba en la calle de Belmonte, dicen los amigos de la infancia.
Usúrbil, pueblo que reúne apenas a 6.000 habitantes entre el centro urbano y los barrios, está muy cerca de San Sebastián (en tiempos remotos fue una “parroquia” de la capital) y es uno de los “fortines” históricos del radicalismo vasco, que gobierna en el Ayuntamiento sin interrupción, y con mayoría absoluta, desde 1987, sea con el nombre que sea. Es uno de esos lugares donde ha arraigado el pensamiento único del abertzalismo y en cuyas etacalles hubo siempre ostentación de símbolos, pancartas, banderas y toda la parafernalia estética habitual de lo que un día se llamó “el entorno de ETA”. Mertxe Aizpurua es una persona muy conocida en la localidad, donde “todo el mundo” la saluda. O la saludaba.
Aizpurua comenzó a estudiar allí, en el pueblo. Después se matriculó en periodismo y se licenció –se dice– en Ciencias de la Información. Dicen sus amigos de juventud que “se fue a estudiar a Bilbao” y que “pasó un tiempo en Barcelona”, pero quienes hablan son gentes de mucha más edad que cabeza y no hay forma de saber si lo que dicen es cierto o no.
El caso es que Mertxe Aizpurua, aun compartiendo el ideario, las simpatías y hasta el corte de pelo reglamentario del submundo batasúnico, no se dedicó a la política en sentido estricto, ni entró en ETA como hicieron tantos, ni llamó excesivamente la atención, ni fue detenida. Se dedicó a escribir. Naturalmente, en la prensa “del movimiento” (del suyo). No había en el mundillo abertzale demasiadas personas que supieran escribir bien en castellano, al menos con las maneras que se usan en la Prensa, así que el progreso profesional de Aizpurua fue rápido. Y los tropiezos también lo fueron.
En septiembre de 1983 (Aizpurua tenía 23 años) era “directora técnica” de la revista Punto y hora de Euskal Herria, uno de los medios “adictos”. Allí publicó un artículo editorial titulado “Gudaris de ayer y de hoy” y una entrevista que hizo al hermano de un etarra que había muerto al estallarle una bomba que manipulaba. La Audiencia Nacional, en una sentencia muy curiosa, consideró que los artículos en sí no eran delictivos, pero que constituían “una clara defensa y alabanza de la organización terrorista [ETA], de sus integrantes, y de su violenta actividad". Y condenó a Aizpurua a un año de prisión y a otro de prohibición para ejercer el periodismo. Es imposible saber lo que le habría caído a esta mujer si los textos sí llegan a ser delictivos.
Aizpurua perteneció durante mucho tiempo a lo que se dio en llamar el “comando de papel” de ETA, el grupo de escribientes que apoyaban a la mafia vasca. A esta mujer se atribuyen dos portadas que traspasan con toda claridad los límites de la indecencia profesional. Fueron muy próximas en el tiempo. La primera se publicó en el desaparecido diario Egin (portavoz habitual del mundo que giraba en torno a ETA) cuando las fuerzas del orden lograron liberar a José Antonio Ortega Lara, secuestrado por la organización mafiosa y encerrado en un agujero durante 532 días, en condiciones infrahumanas. La portada incluía una foto de la liberación (Ortega Lara estaba en los huesos y apenas podía andar) con la frase “Ortega vuelve a la cárcel”, porque el hombre era funcionario de prisiones.
La segunda, pocos días después y en el mismo diario, se refería al hallazgo del cuerpo agonizante de Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA como venganza por la liberación de Ortega Lara. El titular, que se atribuye también a Aizpurua, decía: “El edil del PP apareció con dos disparos”, como si Blanco hubiese sufrido un accidente o se hubiese caído de un guindo, y no hubiese sido ejecutado de dos balazos por un tal “Txapote” por orden de otro etarra, “Kantauri”.
Pocos han olvidado la belleza estilística y el tierno amor universal que inundaban aquellas dos “ideas geniales” de la periodista Mertxe Aizpurua
Dirigió el periódico heredero de Egin, que se llamaba Gara, durante cinco años, entre 1999 y 2004. La publicación aún subsiste. Hoy Aizpurua conduce el suplemento dominical de Gara, que se llama 7K. Años más tarde decidió seguir la senda espiritual que emprendieron, en su tiempo, muchos escritores que compusieron vidas se santos, y así en 2018 publicó Argala. Pensamiento en acción, donde se glosaban la vida y milagros de José Miguel Beñarán Ordeñana, el tipo que puso la bomba que mató al almirante Carrero Blanco (1973) y que fue, a su vez, asesinado por el llamado “Batallón Vasco Español” en 1978. Literariamente, el libro se cae de las manos. Y no por su peso.
Aizpurua se deslizó en la política “de verdad” bastante tarde, en 2011, pasada ya la cincuentena, y casi de casualidad. En aquel momento la justicia española mantenía ilegalizada a Herri Batasuna y el “entorno de ETA” necesitaba gente nueva, no quemada, sin experiencia política previa, para llenar las listas de candidatos a las elecciones municipales de mayo de 2011. Aizpurua era políticamente “virgen”, como dice muy chuscamente su amigo el etarra Pitxas, paisano suyo, y se presentó a la Alcaldía de su pueblo. Ganó. La periodista fue alcaldesa de Usúrbil (la primera mujer que lo conseguía) durante cuatro años, hasta junio de 2015.
También fue la primera presidenta de Udalbiltza, la asamblea de municipios y munícipes (de más está decir que nacionalistas) creada para impulsar el separatismo. El nacimiento de este organismo casi coincide con el anuncio de ETA del “cese definitivo de su actividad armada”, en 2011. Era la derrota de la banda que, sin embargo, no se disolvería “formalmente” hasta siete años después.
Aizpurua fue elegida diputada por Guipúzcoa en dos ocasiones, las dos convocatorias electorales de 2019. Es ahora mismo la portavoz del grupo de EH Bildu en el Congreso de los Diputados. Probablemente no ha existido en toda la historia del hemiciclo nadie que haya recibido más venablos (verbales, desde luego) que ella, sobre todo porque se abstuvo en la votación de investidura de Pedro Sánchez, lo que permitió que el líder socialista llegase a la presidencia del Gobierno. Eso jamás lo han olvidado, ni mucho menos perdonado, los diputados de las diferentes formaciones conservadoras, que acusan constantemente a Sánchez, desde hace cuatro años, de pactar con ETA y de ser cómplice de ETA; organización que ya no existe y que dejó de matar, nos pongamos como nos pongamos, hace más de doce años.
Si somos honestos, habremos de admitir que la actitud de Mertxe Aizpurua ha cambiado en estos cuatro años de escaño parlamentario. O parece haber cambiado. Ha manifestado incontables veces su solidaridad con las víctimas del terrorismo, y más concretamente del terrorismo de ETA. Eso no le ha ganado un solo amigo en la derecha española, pero sí muchos enemigos en la jaula de grillos en que se ha convertido el mundillo “abertzale”, dividido entre quienes se resignan a aceptar lo que hay (y en ese “lo que hay” aparece mucho dinero y cargos y coches oficiales) y quienes siguen subidos a lo más copudo de la higuera y prefieren el “sostenella y no enmendalla”. Básicamente es la diferencia que hay entre la política y la psicopatía.
Aizpurua colaboró en la redacción de la Ley de Memoria Democrática (octubre de 2022), lo cual indignó terriblemente a los conservadores… y a muchos que no lo eran en absoluto. Pero también Aizpurua descolocó a mucha gente cuando los cinco diputados de Bildu se pusieron en pie y respetaron impecablemente el minuto de silencio que pidió en el Congreso la portavoz del PP, Cuca Gamarra, en memoria de Miguel Ángel Blanco. Y descolocó a mucha más cuando, hace alrededor de un año, se reconcilió públicamente con Rosa Lluch, hija de Ernest Lluch, político socialista asesinado por ETA en el año 2000. Dijo entonces la portavoz de Bildu: “Queremos trasladar nuestro pesar y dolor a las víctimas de ETA. Nada de lo que digamos puede cambiar el pasado, pero la memoria y el respeto pueden aliviarlo”. Y Rosa Lluch le dio públicamente las gracias. Lo mismo que antes: Aizpurua no ha ganado un solo amigo en Madrid, pero en el País Vasco hay ya bastante gente que le ha retirado el saludo.
Si somos honestos, habremos de admitir que la actitud de Mertxe Aizpurua ha cambiado en estos cuatro años de escaño parlamentario
Ahora, cuando Bildu ha metido en las candidaturas para las elecciones municipales a 44 antiguos etarras (siete de ellos con delitos de sangre), Mertxe Aizpurua, junto con Arnaldo Otegi, han hecho cuanto han podido para que se retirase esa indecente provocación, un salivazo en plena cara a las víctimas y a sus familias. No está nada claro que lo hayan conseguido, si es que lo han intentado de verdad; se verá después de los comicios.
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La mamba negra (dendroaspis polylepsis) es una serpiente de la familia de los elápidos que vive en muchas zonas de África, siempre al sur del Sahara. Lo que no se entiende es el nombre, porque negra no es; si acaso gris, gris oscura y a veces marrón. Pero no negra.
Es uno de los tres o cuatro ofidios más venenosos del mundo. Y peligrosísima: vive lo mismo en tierra que en los árboles, en las zonas rocosas, en la sabana o en los bosques densos; corre que se las pela (pasa de los 20 kilómetros por hora) y su mordedura es mortal en pocos minutos. Apenas tiene depredadores porque cualquiera se le acerca.
En las zonas en que vive se ha convertido en una auténtica leyenda. No hay nada que cause más miedo a los habitantes de esas zonas, incluidos desde luego los niños, que la sola mención de la mamba negra. Muy buena parte de ese miedo viene de su carácter imprevisible: puede atacar en cualquier sitio y desde cualquier sitio, nadie está a salvo.
La mamba negra puede vivir entre once y doce años, sobre todo en cautividad, pero eso da lo mismo porque la gente de las zonas en que habita está convencida de que es inmortal, lo mismo que los demonios. Esa supuesta inmortalidad resulta utilísima para mantener vivo el miedo hacia ella.
La mamba, después de cazar y alimentarse, entra en un profundo letargo, bastante duradero, y ese momento es muy peligroso para ella. No se sabe a ciencia cierta si está viva o está muerta. Los nativos, si la encuentran en ese estado de aparente sueño, la matan a golpes, porque están convencidos de que se trata de un ardid y creen que la mamba se hace la muerta para que se confíen y así morderlos. Es la única serpiente africana a la cual la gente mata no para comérsela, que es lo que suele hacerse con la mayoría de las serpientes, sino por puro miedo. O por venganza. O por las dos cosas. Y ese es el principal problema de la mamba: nadie creerá jamás que ya no te va a morder, por más dormida e inofensiva que parezca.
Recordemos que el emblema de ETA consistía en una serpiente enroscada en un hacha. Nadie desmintió jamás que esa serpiente fuese una mamba negra. Bicho peligroso incluso cuando duerme. O cuando parece que duerme. Otra cosa es que esté muerta de verdad, claro…
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