Europa fue el convidado de piedra de un cara a cara anodino y estéril. Ni propuestas, ni proyectos, ni ideas. Un duelo dialéctico de vuelo rasante, centrado en cuestiones domésticas y en lugares comunes. Cañete enfrascado en la herencia zapateril y Valenciano apostando por la necesidad de un giro a la izquierda. Muy en línea con una campaña electoral sin apenas interés. Valenciano salió más viva del empeño. "En televisión, cuanto más idiotas y desmesuradas sean tus palabras, más ayudan a triunfar", decía Chirac, que sabía de eso.
El candidato del Partido Popular, rígido, envarado, profesoral, se mostró incómodo y aturullado en un formato que no es el suyo. Desbordado por papeles desordenados a los que no quitaba ojo, apenas si logró recuperar el resuello transcurrida la primera mitad del combate, cuando se pudo relajar entre políticas agrarias, pesqueras y medioambientales.
Nervios y desconcierto
La candidata del PSOE se ofreció mucho más agresiva, casi tertuliana, con interrupciones constantes, clichés, eslóganes, frases hechas y tópicos manoseados desde una izquierda que perdió su rumbo cuando cayó el Muro. El aborto, la desigualdad, la pobreza, las mujeres, los recortes, fueron sus constantes argumentales. Tanto, que incluso cuando el guión señalaba a Bruselas ella se agarraba a Irak como una posesa.
Los primeros embates transcurrieron entre los nervios y el desconcierto. Y, fundamentalmente, en un ofuscado toma y daca de reproches de culpabilidades con la mirada puesta en el pasado. Datos, cifras, titulares en torno a un sólo eje: quién es el culpable de la crisis. Algo que los españoles tienen de sobra aprendido. Tiempo perdido.
Al entrar en los bloques sectoriales, cada candidato se arrimó a su terreno, sin apenas escuchar al contrario. Cañete se ufanaba de la defensa del salario de los funcionarios, de las pensiones, de la Seguridad Social, de la pronta recuperación, de los primeros síntomas de creación de empleo neto... Valenciano, como si su partido no hubiera gobernado hasta antes de ayer, hablaba de parados, de impuestos, de crisis financiera, de rescates de bancos, de Bankia... Y llegó a espetarle a su rival: "Zapatero evitó dos rescates y ustedes sólo recortan la verdad". La apoteosis del disparate. Premio al libretista.
El embrollo del aborto
En el turno de las políticas sociales ganó por puntos la socialista, muy cómoda y resuelta en su desparpajo cuasi peronista sobre niños pobres, familias que sufren, muchas perseguidas, recorte de libertades. Y el aborto, un pasaje que Cañete trajo mal aprendido y que Valenciano esgrimió como la piedra filosofal. Llegó al punto del delirio al afirmar que "ustedes quieren meter en la cárcel a los ginecólogos y poner en libertad a los narcotraficantes". Sal gorda, palabrería de trinchera.
El candidato del PP acertó tan sólo a responder que la ley no es tal, sino sólo un proyecto que ni ha entrado en las Cortes, y que conseguirá mayores consensos que la ley de Zapatero. Acertó Cañete al recordar que "Zapatero cometió el mayor atentado contra el estado de bienestar" al fumigarse más de tres millones de empleos. Ni una frase incisiva, ni una estocada hiriente. 'No vamos a hacernos daño', parecía la tónica de la velada.
Corrupción, ausente
Tal y como estaba previsto, no se habló de corrupción, salvo una mínima excursión de Valenciano por los Alpes suizos. No hubo enconamiento ni descalificaciones. Tan sólo el runrún de las interrupciones de la candidata, que lograban despistar al adversario. Más guante blanco que machetazo en la yugular.
Ambos oponentes tenían bien claro su objetivo. Cañete buscaba animar a los suyos, conseguir la anuencia el votante mayor de 50 años, conservador, tranquilo, irritado con el zapaterismo y lo que significó. Valenciano apostó por las mujeres y los jóvenes. Un reparto razonable pero seguramente ineficaz. La sesión de anoche no logrará mover ni un punto la tendencia de voto. En los cuarteles generales del PP y PSOE anoche se respiraba con satisfacción. Prueba superada. La candidata socialista mostró mayor soltura en el medio televisivo y en la fórmula del cuerpo a cuerpo. Cañete ofreció rasgos de solidez y solvencia pero sin contundencia ni brillantez. Se enfrascó en recordarnos a Zapatero, líena argumental preferida del arriolismo. Su habitual desparpajo y su natural soltura brillaron anoche por su ausencia. Un pulso insípido, anodino, en el que Valenciano se mostró estomagante, pero más incipiente y resuelta. O sea, que visto lo visto, que vuelva Zapatero para salvarnos.
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