Hablar del fin de ETA es hablar de su asfixia policial. Cuando la organización criminal anunció el 20 de octubre de 2011 -fecha de la que pronto se cumplen diez años- el “cese definitivo de su actividad armada”, las fuerzas de lucha antiterrorista le dieron una veracidad mayor a las de anteriores comunicados con decisiones similares. Y es que ETA, por entonces, estaba acorralada. Sus asesinos, sus jefes, habían caído uno detrás de otro. Sin embargo, había un valor aún más importante en la consideración de los cuerpos de seguridad: la banda no había logrado recuperarse del duro golpe que había sufrido en su estructura logística unos años atrás, cuando le arrebataron casi por completo la capacidad de suministrar armas a sus miembros.
Ocurrió en la Operación Santuario, que desde esferas de la lucha antiterrorista se considera al mismo nivel de importancia que la desarticulación de Bidart de 1992, cuando por primera vez se detuvo a toda la cúpula de ETA y se intervino cuantiosa información que sirvió para asumir la iniciativa en la lucha antiterrorista. Santuario, en el año 2004, sirvió para cerrar el grifo a la organización criminal, quitándoles las armas y su capacidad de elaborar explosivos. Fue como quitar el motor a un vehículo; sin él, el resto de piezas no tienen la capacidad de funcionar.
El dispositivo se desarrolló en su mayor medida en Francia, aunque también en España. El nombre de la operación no es casual. Durante décadas ETA actuó con total impunidad al norte de los Pirineos. Sus jefes y acólitos planeaban y diseñaban sus estrategias criminales sin sentir ninguna presión policial. Policía Nacional y Guardia Civil combatían a los terroristas en España, pero cada golpe -aun los más complejos y exitosos- no era más que testimonial. El grueso de las fuerzas de ETA estaban en el país vecino: se conocía a Francia como el “santuario” de los etarras.
Mucho habían cambiado las cosas en 2004, cuando se explotó la Operación Santuario. En esas fechas, Francia estaba completamente implicada en la lucha contra ETA. La colaboración entre Madrid y París daba sus frutos. Cada vez se descubrían más fases en el mapa de actuación de los terroristas. No bastaba con su detención; los seguimientos, en ocasiones durante meses o años, conducían a objetivos policiales de mayor envergadura. Así se fraguó el golpe a la estructura logística de ETA.
Santuario tuvo a su vez varias ramificaciones, que venían desarrollándose desde años anteriores. La Operación Lima se explotó en la localidad francesa de Salies de Bearn; la Operación Roca, en Saint Pierre d`Irube; Kursal, en una vivienda aislada en 'chemin' Lissaritz, cerca de la frontera con España; Actor, en un caserío francés de Briscous; y Oxbow, en otra vivienda rural, esta vez en Ayherre. Entre los 21 detenidos destacaban los nombres de dos dirigentes: Mikel Albisu y María Soledad Iparraguirre, más conocidos como Mikel Antza y Anboto.
El material intervenido a ETA
La envergadura de la misión se tradujo en la gran cantidad de material intervenido a ETA, que desde entonces no fue capaz de recomponer su estructura logística. El extenso inventario, recogido por el coronel de la Guardia Civil Manuel Sánchez Corbí y la cabo primero Manuela Simón en su libro Historia de un desafío, ayuda a hacerse a la idea de la envergadura del golpe que sufrió la banda terrorista y de la capacidad para asesinar de la que disponía:
- 1.159 kilogramos de explosivo- 280 granadas de distinto tipo, como Mecar (antipersonal y anticarro) y Jotake- 48 proyectiles capaces de atravesar blindajes- 30 morteros- 2 misiles tierra/aire- 2 lanzamisiles- 7 cohetes tipo R.P.G. de carga hueca- 5 cabezas de cohetes tipo R.P.G. 7 soviéticas anticarro- 3 granadas fumígenas- 32 lanzagranadas (31 de ellos artesanales tipo Jotake)- 180 subfusiles- 139 pistolas de 9m/m- 62 fusiles de asalto- 14 revólveres- 30 armas cortas de otros calibres- 134.634 cartuchos de diferentes calibres (308 Winchester; 9 mm/Pb; 38 especial; 10 mm; 7,5mm; de 5,6 mm y 7,65 mm)- 10.347 detonadores eléctricos y pirotécnicos- 10.134 metros de cordón detonante- 75.632 euros- Abundante documentación (numerosos ejemplares de las revistas clandestinas de ETA, Zuzen, Zutabe, Argi Ibili y Sasiak Begiak)- Grabaciones de audio de momentos históricos de ETA- Documentos de identidad falsificados (franceses, españoles y mexicanos)- Numerosos detectores de ondas electromagnéticas y escáneres- Numerosos juegos de placas de matrículas- 2 sistemas de mercurio iniciadores de cargas explosivas- Material para falsificaciones (tampones, tintas, etcétera)
Entre todo ese arsenal había un elemento que llamó especialmente la atención de los agentes, sería “la guinda” de la operación: los dos misiles tierra/aire, del modelo SAM-7 Strela, de fabricación rusa. Uno se localizó en un zulo ubicado en el caserío de Briscous; el otro, en la casa de Urrugne. Especialmente diseñados para derribar aviones y helicópteros, contaban con un sistema infrarrojo térmico automático para seguir el calor de los motores de los aviones hasta una altura de 4.500 metros. Los podía disparar una sola persona gracias a su peso ligero y dimensiones reducidas.
Aquel golpe marcó un antes y un después. Si Bidart propició el liderazgo de las Fuerzas de Seguridad en la lucha antiterrorista, Santuario supuso la asfixia operativa de la banda. Aún quedarían años hasta que anunciase su “cese definitivo de la violencia armada” y los coletazos de la banda aún se cobrarían 12 vidas más, incluidos los dos ciudadanos ecuatorianos en la terminal 4 del aeropuerto de Barajas (Madrid), en un atentado en el que ETA reventaba la tregua anunciada meses atrás, o los dos guardias civiles asesinados por la espalda en Capbretón (Francia).
En octubre de 2011, por fin, la banda terrorista confirmó que dejaría de matar. El historiador Gaizka Fernández-Soldevilla, en un artículo publicado en la revista Grand Place, asevera que “cada vez más acorralada y agotada, ETA había perdido sus apoyos internacionales, su ‘santuario’, sus comandos, sus cabecillas y su moral de resistencia”.
En su medio siglo de existencia, recuerda Soldevilla, ETA asesinó a 853 personas, hirió a 2.632 y perpetró más de 3.500 atentados y 86 secuestros. Imposible cuantificar el número de personas que abandonaron País Vasco y Navarra por la presión terrorista.
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