Nunca antes habían dado cuenta ante la opinión pública de su misión en Irak. Escenario convulso, avispero azuzado por los terroristas del Estado Islámico (Daesh) en el que pocos se querían ver. El devenir de la región era incierto, pero la Coalición Internacional -de la que formaba parte España- se esmeraba en que los combatientes del califato abandonasen de una vez por todas el país, que poco antes habían conquistado casi por completo. Y allí en medio estaban ellos; un puñado de boinas verdes españoles que cumplían con una misión precisa, casi quirúrgica. Este es el relato de Belga, uno de los miembros que componía aquel equipo.
Conviene precisar que los boinas verdes, también conocidos como guerrilleros, constituyen la unidad de élite del Ejército de Tierra, los Grupos de Operaciones Especiales. A ellos se les encomiendan las misiones más arriesgadas. Su objetivo es reducir al mínimo el margen de incertidumbre cuando el infierno cobra forma. Sin ir más lejos, se desempeñaron en la evacuación de Kabul del pasado verano, tratando de recuperar a los afganos que no lograban acceder al aeropuerto Hamid Karzai.
Pero el relato de Belga se centra en Irak. Era el verano de 2017 y este boina verde se integraba en la segunda rotación que los miembros de Operaciones Especiales españoles desempeñaban en el país. Se integraban en la citada Coalición Internacional que se enfrentaba a un Estado Islámico, por momentos, imparable. Tal era la fuerza de los terroristas que habían llegado a ocupar casi todo el territorio iraquí, por no hablar de su avance en otros países próximos.
En verano de 2017 ya se había conseguido dar la vuelta a las tornas. El Estado Islámico estaba en pleno repliegue, pero aún mordía con fiereza a todo aquel que osara a oponerse a sus designios. Belga, tirador de precisión, aterrizó en Irak junto a sus compañeros “casi sin nada”. Revela que se vieron obligados a “alquilar vehículos” y a suplir con ingenio la falta de material.
Se asentaron en una base en Al-Asad junto a miembros de operaciones especiales de otros países aliados y compartieron espacio con los daneses: “Ellos tenían de todo y nosotros prácticamente nada”, afirma Belga. Vuelca sus recuerdos en el libro Boinas verdes españoles [de Kitín Muñoz y Terencio Pérez, editado por Galland Books]: “[Los daneses] nos dijeron: ‘Todo lo nuestro es vuestro’”.
Los boinas verdes españoles solicitaron la llegada de vehículos RG-31 para desempeñar sus misiones, pero desde España les llegaron los Lince, “más antiguos y de otras misiones”. Tuvieron que adaptarlos a las exigencias iraquíes, instalándoles techados a partir de materiales dispersos que les sirvieran para resguardarse del calor, o seguros fabricados a partir de cinturones de seguridad de vehículos desguazados para dar un mínimo de seguridad al tirador en caso de vuelco.
El mejor fusil... el de Daesh
Belga y su equipo se encargaban de instruir a las tropas iraquíes en su lucha contra el Estado Islámico. El curso del boina verde se denominaba Sniper, en referencia a las destrezas de tirador de precisión que él impartía. Los soldados del ejército oficial iraquí tenían armas dispares: “si no le fallaba a uno la mira, otro se atascaba o no agrupaba los disparos”. El mejor fusil del que disponían se lo habían arrebatado a un combatiente del Daesh.
Hasta que por fin llegó una misión de envergadura. La Coalición Internacional proyectó una operación para empujar a los terroristas del Estado Islámico más allá de las fronteras de Irak. El procedimiento era claro: tenían que ser los propios soldados iraquíes, instruidos por los aliados, los que se enfrentasen a Daesh, mientras que la Coalición se encargaba de acompañarles y darles apoyo directo cuando la situación lo requiriese.
Los boinas verdes formaron parte de la amplia comitiva que partía rumbo al noroeste para recuperar las ciudades y pueblos bajo dominio terrorista: “Los españoles teníamos un poco la sensación de inferioridad con respecto a otras unidades que iban con vehículos enormes, blindados hasta arriba, con unas mejoras tecnológicas increíbles. Y nosotros, con nuestros Linces pequeños y descoloridos, con nuestra sombra hecha a mano, parecíamos unos Playmobil a su lado. Pero ahí estábamos, igual que todos, listos para salir”.
Era una misión proyectada para varios días. Los militares españoles avanzaban por el desierto bajo la sombra de los helicópteros Apache aliados, drones y aviones de combate. A medida que avanzaban, el fantasma de la guerra iba cobrando forma: coches suicidas, explosiones lejanas, ráfagas de disparos. Hasta que algunos morteros cayeron en las inmediaciones del convoy: “En momentos como ese, el miedo es una sensación muy fugaz. Te han entrenado y aparece la sensación de saber lo que tienes que hacer”.
Así se aproximaron hacia “la ciudad” en la que los terroristas eran más fuertes. En su camino se encontraban militares iraquíes heridos por los ataques del Estado Islámico. También “una especie de piscinas”, agujeros cavados en la tierra y forrados de plásticos que se habían cubierto de aceite negro. “Preguntamos a los iraquíes qué era eso y nos dijeron que el Daesh les prendía fuego cuando llegaban ellos o la Coalición”. Toda la ciudad estaba rodeada de esas piscinas. “Parecía una táctica medieval, pero resultaba efectiva”, reflexiona Belga. “Los americanos nos dijeron que a veces el humo era denso y que les anulaba por completo las cámaras térmicas o los medios de visión, con lo cual no podían hacer nada”.
El batallón iraquí instruido por los guerrilleros españoles se toparon con un puesto de ametralladora que le impedía el acceso a la ciudad. “No era gran cosa, pero impedía a los iraquíes entrar en la ciudad”. Justo lo que precisaba Daesh, entorpecer el avance de la Coalición para poder replegarse rumbo a Siria.
Los boinas verdes españoles daban instrucciones estratégicas a las tropas iraquíes para acabar con el puesto de ametralladoras, aunque finalmente tuvieron que recurrir a medios aéreos para despejar el camino: “Estuvimos bastante tiempo, pues hay que entender que para un puesto en el que a lo mejor hay dos o tres hombres, un americano no está muy dispuesto a soltar un misil de cien mil dólares”.
Una vez despejado el camino, el batallón iraquí logró tomar la posición asignada y los boinas verdes españoles les acompañaron. “Estuvimos bastantes días con los iraquíes, recuperando primero un pueblo, luego una ciudad. Incluso yendo en inferioridad tecnológica y de medios respecto a otras unidades de operaciones especiales de otros ejércitos resultó que nuestros vehículos, al ser más pequeños y consumir menos, fueron los únicos que aguantaron los cinco días junto a los iraquíes sin tener que replegarnos para repostar”. Los iraquíes agradecieron la presencia constante de los españoles, apunta Belga en sus reflexiones.
La “reconquista de Irak” es uno de los capítulos que componen el libro Boinas verdes españoles, presentado esta semana por sus autores en el Centro Superior de Estudios de la Defensa. Los beneficios de las ventas de ejemplares irán de forma íntegra a la Fundación de Veteranos Boinas Vedes Españoles R&M, que da “apoyo de emergencia inmediata, así como orientación y ayuda para la formación e integración laboral” de aquellos militares que han servido en las diferentes unidades de operaciones especiales de las Fuerzas Armadas y a sus familiares.
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