La historia, incluida la del pensamiento, tiende a ser cíclica. En los últimos años, ha resurgido el movimiento antipsiquiátrico, una corriente que ya tuvo su primer gran auge en las décadas de 1960 y 1970. Su crítica se enfoca en dos cuestiones principalmente: la medicalización de los trastornos mentales a través de los psicofármacos y la estigmatización que sufren los pacientes debido a sus diagnósticos.
Para sus defensores, la psiquiatría no sólo es insuficiente para abordar la complejidad de la salud mental, sino que también tiende a clasificar y controlar, más que a comprender y acompañar.
Tal y como explica a Vozpópuli José Luis Carrasco, psiquiatra, catedrático y jefe de servicio del Hospital Clínico San Carlos, este movimiento lo que pretende es cambiar los patrones de pensamiento de la sociedad: “consideran que la enfermedad mental es una construcción social desde el pensamiento humano, desde las estructuras de poder y que los psiquiatras somos el instrumento que ejerce opresión”.
Los inicios del movimiento antipsiquiátrico
Los orígenes de la antipsiquiatría se remontan a la década de 1960 con figuras como R.D. Laing y Thomas Szasz. Laing. El primero defendía la idea de que los trastornos mentales no son exclusivamente un problema biológico, sino también una respuesta a condiciones familiares y sociales difíciles. Por su parte, Szasz, autor de ‘El mito de la enfermedad mental’, argumentaba que la enfermedad mental es, en muchos casos, una construcción social sin base médica suficiente, utilizada para clasificar comportamientos considerados fuera de la norma.
Esta misma idea era la que sostenía Foucault. En su obra ‘Historia de la locura en la época clásica’ (1961), el filósofo examina cómo la sociedad occidental ha construido y tratado la locura a lo largo del tiempo, argumentando que la locura es un concepto creado social y culturalmente más que una condición médica objetiva. Según él, la psiquiatría moderna no cura a los pacientes, sino que los normaliza y somete a las normas sociales establecidas.
Para los críticos de este movimiento, sin embargo, la antipsiquiatría representa un enfoque peligroso. “Lo que este movimiento hace con la enfermedad mental es que la reduce al sufrimiento psíquico. Todo es sufrimiento psíquico de menor a mayor grado”, explica el doctor Carrasco.
Los pilares de la antipsiquiatría: críticas al diagnóstico y la medicación
Una de las críticas centrales del movimiento es el proceso de diagnóstico psiquiátrico, al que consideran una práctica cuestionable que tiende a etiquetar y estigmatizar a las personas. Los antipsiquiatras sostienen que los diagnósticos están basados en criterios subjetivos y que muchas de las etiquetas psiquiátricas no tienen fundamentos sólidos.
Además, también critican la dependencia de la psiquiatría de los psicofármacos como principal tratamiento. Este escepticismo se ha incrementado, en parte, por los crecientes cuestionamientos hacia la industria farmacéutica. Los defensores de este movimiento creen que hay un interés económico detrás de este tipo de tratamientos. Esto ha reforzado en la opinión pública la idea de que el consumo de antipsicóticos y antidepresivos podría responder a una tendencia a la medicalización del sufrimiento humano.
Sin embargo, la psiquiatría es una ciencia transversal que se ha ido actualizando con el paso de los años. “Ya no existe la figura del psiquiatra que solamente manda pastillas. Otra cosa es que en el sistema público, en la gerencia, le dé al psiquiatra 15 minutos para ver un paciente… pero si se pudiera tener una hora se aplicaría todo el conocimiento que tenemos los profesionales. En el fondo es un problema de recursos”, indica el doctor Carrasco.
Las implicaciones del movimiento en la atención de la salud mental
Carrasco destaca que esta corriente antipsiquiátrica afecta de manera directa a los pacientes que padecen trastornos mentales porque se trata de un movimiento que no ofrece alternativas reales. “Si pudiera hablar con alguien que cree en estas ideas le diría que no lo utilice ideológicamente, que se ponga al pie del cañón, que tome una trinchera y que ofrezca propuestas a qué hacer con el sufrimiento del paciente”, señala el psiquiatra.
Aunque muchos de los conceptos de la antipsiquiatría han sido criticados y cuestionados por la ciencia, el movimiento no ha desaparecido. Hoy en día, con el auge de las posturas negacionistas hacia la medicina convencional, los principios anti psiquiátricos encuentran eco en aquellos que desconfían de las soluciones farmacológicas y en quienes abogan por un enfoque más humano y menos patologizante en la salud mental.
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