España

Una hora con el español que le aguantó 15 asaltos a Muhammad Ali

Alfredo Evangelista tuvo contra las cuerdas a Muhammad Ali, pasó dos veces por la cárcel, superó un cáncer y encontró cruzando el charco a un padre que lo había abandonado

"Hay un tipo por aquí que dicen que le aguantó 15 asaltos a Muhammad Ali". La frase la pronuncia Miguel Ángel Del Río, que junto a su hermano regenta un restaurante bautizado con su mismo apellido en la calle Mayor de Cangas del Narcea (Asturias). Es quien nos da la pista y nos pone en contacto con el protagonista de esta historia.

El día que Alfredo Evangelista (Montevideo, Uruguay, 1954) nos concede parte de su tiempo el aire se perfuma de pasto llovido bajo un cielo plomizo, otoñal, pese a estar a finales de agosto. Cosas de Asturias. Camina despacio, habla despacio. Pide un café en taza grande y remueve el azúcar, también despacio. Dará cuenta de él después de llorar al recordar el reencuentro con su padre en Panamá hace cuatro décadas. Aquél día compró pan con mantequilla para sus hermanastros famélicos, hijos de otra madre, embarazada, cuya existencia desconocía.

Nació en Montevideo (Uruguay), aunque su DNI dice ahora que es español. Nadie es evangelista en su tierra, ya saben. "Comíamos, con suerte, tres o cuatro días a la semana. Mi mamá era de esas mujeres que, con media cebolla y dos cosas más, inventaba platos maravillosos, una mujer de las que ya no hay. Ahora necesitan tener de todo. La década de los 70 fue muy difícil en Uruguay. Yo me buscaba la vida como podía". Un rayo cruza sus ojos cuando habla de su mamá. Ha pasado de medir casi uno noventa a convertirse en un galopín desarrapado; el niño que fue. Una generación empujada a huir del fuego tan lejos como les fuera posible. Donde hubiera plata. Estados Unidos, Europa...

Como muchos padres, el de Alfredo proyectó en su hijo su propio sueño. Una caída de la cuna le provocó una cojera perpetua que le impidió ser boxeador. "Mi papá me enrollaba un trapo a la mano, un jersey, cualquier cosa de tela, y me decía: ¡Pegá! ¡Pegá!. Me enseñaba. No pudo ser boxeador por su cojera, pero recuerdo que era rapidísimo con las piernas".

'El pequeño Clay', 'La metralleta de Montevideo'... Así le llamaban cuando comenzó a usar los nudillos en categoría amateur. Combinaba entonces golpes y albañilería para sacar adelante a su madre y hermanos. Su padre se había marchado haciendo auto stop a hacer dinero a cualquier parte del continente americano. Evangelista se acercaba a diario al mercado a coger la fruta picada que otros rechazaban. Entonces aprendía del ex boxeador Adrian Rivero, 'Riverito', hasta que en 1974 otro púgil también retirado, Kid Tunero, le ve en una pelea de exhibición en Uruguay contra Hortencio Gularte y le abre las puertas de España.

El Poli Díaz entrenaba conmigo en el Palacio de los Deportes. Se duchaba allí porque en casa no tenía agua caliente"

"Había sido campeón amateur y decidí saltar el charco. Mi madre lloró mucho. Yo tenía 18 ó 19 años y le expliqué que había que salir adelante, que tenía que marcharme para que ella y mis hermanos pudieran comer. Mi papá, que ya se había marchado hace tiempo de casa para tratar de encontrarnos a todos un futuro mejor, nos enviaba el dinero que podía", explica. Evangelista carraspea, despacio, y vuelve a hacer tintinear el vaso con la cuchara.

El 15 de junio de 1975 llega a Madrid y comienza a entrenar en el Palacio de los Deportes. Se instaló en un hostal en la calle Valenzuela, muy cerca de la Plaza de Cibeles y el parque del Buen Retiro, donde todos los días daba tres vueltas corriendo, unos doce kilómetros. Kid Tunero, fallecido en 1992, lo tenía todo pensado para Evangelista. Alfredo no podía creerlo. Dormía en un colchón, que no en el suelo, arropado por mantas, que no por sacos. Y comía tres veces al día. Impensable semanas antes.

"No sé qué paso pero en diez días causé mucha sensación en el Palacio de los Deportes. Decían que era muy rápido de pies y manos. Era joven, tenía ganas, la gente me quería... Entrenaba duro. Todos los días, después de la faena, me tomaba una Guinness en la cervecería Cruz Blanca de Goya. Y así hacía la vida".

Debuta ese mismo año también en el Palacio de los Deportes contra el italiano Angello Vissini, al que tumba por KO en el primer asalto. Luego de siete escaramuzas más sin que le tosieran se le metió entre ceja y ceja pelear con José Manuel Urtain, la sensación patria del momento.

"Decían que me iba a arrancar la cabeza. ¿Tú sabes lo que era Urtain? Levantaba piedras de 200 kilos. Lo conocí en el programa Directísimo presentado por José María Íñigo. Yo le buscaba, quería pelear con él a pesar de que sólo tenía 19 años. Sabía que si conseguía el combate él no me iba a ver en toda la velada, yo era muy rápido de piernas. Quería tomar su puesto para dar el salto. Y me dieron la oportunidad".

Hace años, en una época complicada para el Real Madrid, el cantaor José Mercé le reclamaba a Florentino Pérez que fichara 'hambre' como antídoto infalible para revertir la situación. Dicen que de la necesidad se hace virtud, y Evangelista hizo bueno el aforismo. "Cuando uno tiene hambre, cuando tu familia está lejos y depende de ti, y tú estás solo, no te queda otra más que pelear. Todo encajaba, y además era otro Madrid. No había tanta maldad como ahora. Antes todo el mundo era más sano. La ciudad empeoró cuando llegó el 78 y empezó La Movida Madrileña, la mierda de las drogas, de la cocaína. La gente se despendolaba por la calle. Antes habíamos estado bajo el pie de Franco y había miedo a todo, pero cuando pasaron tres años de su muerte todo fue un despelote", describe.

Un diario del momento tituló tras el combate: 'Evangelista acabó con Urtain'. El de Aizarnazabal (Guipúzcoa) besó la lona tres veces antes de abandonar en el quinto asalto. Urtain cobró medio millón de pesetas por la pelea y Alfredo 100.000 pesetas, más un cordero que se había apostado previamente con el vasco. Toda una fortuna en la década de los 70.

"Urtain era una bellísima persona. Nos hicimos amigos tras el combate. Era un tipo con muchos cojones y ganarle hizo que Madrid se me quedara pequeño. Desde esa pelea clavaba a todos los contrincantes de cabeza, daba espectáculo. Fui escalando hasta que después de unas 14 peleas llegó el combate con Muhammad Ali. Me dijeron, ¿quieres pelear con él? Yo, tranquilamente, respondí que sí. Conseguimos la pelea a pesar de que no tenía ningún título, ni de campeón de España ni de Europa. Venía arrasando pero sin ser nadie". Vuelve el tintineo de la cuchara al golpear las paredes del vaso de café, al que aún no ha dado un solo trago.

Antes de la velada más importante de su vida se nacionalizó español. Evangelista había firmado con el empresario y ganadero José Luis Martín Berrocal -padre de Vicky Martín Berrocal- por cien mil pesetas al año durante cuatro años. Berrocal fue quien le consiguió la pelea con Ali. Reconoce que le ayudó muchísimo. Su amistad se consolidó de tal manera que fue el padrino de su boda. "Lo recuerdo como si fuera hoy. Me engañó diciéndome que íbamos a Francia a firmar el combate por el campeonato de Europa. Una vez en el avión, sonriendo, me dijo que en realidad íbamos a Nueva York a firmar la pelea con Ali. Yo tenía 21 años".

Jesús Gil y Los Ángeles de San Rafael

Años antes de que Evangelista y Jesús Gil se conocieran se había producido el fatídico episodio que siempre acompañó la figura del que fuera presidente del Atlético de Madrid. En 1969 se derrumbaba en Los Ángeles de San Rafael (Segovia) un restaurante causando la muerte a 58 personas. La obra era responsabilidad de Gil, quien se obcecó en inaugurarlo cuando los cimientos aún no estaban asentados. Hasta el lugar del suceso acudió Adolfo Suárez, entonces gobernador civil de Segovia. Suárez y Gil casi llegaron a las manos. El régimen franquista condenó a cinco años de cárcel a quien décadas después abofeteó frente a las cámaras al entonces gerente del Compostela, José González Fidalgo, en presencia de José María Caneda, en ese momento presidente del club gallego. Gil sólo cumplió dos años.

Jesús Gil, lejos de arredrarse, decidió impulsar de nuevo su proyecto inmobiliario en Los Ángeles de San Rafael. Para ello contó con José María Martín Berrocal y algunos boxeadores a los que este apadrinaba. Serían los embajadores del proyecto. Entrenarían en los bosques aledaños.

Me traían sparrings americanos, tenía mi propio médico, hacía guantes, respiraba aire puro, llevaba una rutina... Estaba muy fino, fuerte... Nunca pensé que me fueran a cuidar tan bien. Era increíble"

"Me contrató a mí primero, luego a Perico Fernández, Durán, Pacheco, Velázquez... Allí entrenábamos y le dábamos publicidad al proyecto para generar la venta de parcelas. Si vas ahora mismo la zona es una ciudad. Fue allí donde me preparé para el combate con Alí. Mi rutina era dormir, hacer guantes y correr como un animal; unos 20 kilómetros diarios. Gil nos había montado un gimnasio y nos daban buena comida. Teníamos de todo. Yo había discutido con Kid Tunero porque él me veía muy joven para pelearme con Ali. Así que intenté traerme de Uruguay a 'Riverito' para darle una satisfacción por haberme hecho debutar de joven, pero finalmente no pudo ser y me preparó para el combate José María Martín 'Búfalo'. Él fuen quien me dio todo en mi carrera como boxeador".

Evangelista vivía en un harén pugilístico. "Me traían sparrings americanos, tenía mi propio médico, hacía guantes, respiraba aire puro, llevaba una rutina... Estaba muy fino, fuerte... Nunca pensé que me fueran a cuidar tan bien. Era increíble. Fue la mejor época de mi vida. Jesús Gil se portó bárbaro conmigo. Después de tres meses de entrenamiento volamos a Nueva York. La presentación del combate era en un hotel frente a Central Park, ese ese tan famoso que tiene muchas banderas".

Ali era entonces una estrella del rock. El precursor del marketing pugilístico. Un adelantado a su tiempo que supo ver que el fondo es importante, pero que las formas, en ocasiones, lo son mucho más. "Detrás de él venían unos cincuenta fotógrafos y un montón de negros de guardaespaldas. Yo era un niño al que acababan de comprar el primer traje que se había puesto en su vida. Él venía con ganas de provocar. Yo le habia visto en la televisión de un vecino en Uruguay en el 71 en el combate del siglo contra Joe Frazier. Me dijo que iba a ser un juguete en sus manos, que me iba a tirar muy pronto... El traductor, que era mi médico, me decía que le llamara viejo, y así lo hice. Era un tipo guapo, muy expresivo, que quería ganar antes del combate. Yo estaba cagadito pero no lo demostraba".

La pelea, celebrada el 16 de mayo de 1977 en el Capitol Centre, Maryland, USA, fue otra cosa. Quince asaltos, un número que Alfredo Evangelista nunca había experimentado sobre el cuadrilátero -tan sólo había combatido un máximo de ocho rounds-, lo que no le impidió comprometer durante unos instantes a Ali, al que tuvo contra las cuerdas. "En el round doce tuve suerte de meterle una mano y ponerle en apuros. Después de la pelea me dijo que tenía un gran futuro. Me aseguró que no pensó que le fuera a complicar tanto la pelea. Yo no lo puedo decirlo, no quiero ser más que nadie, pero hubo parte del público dijo que yo había ganado el combate. Esa pelea me cambió la vida por completo. Yo gané 100.000 dólares y Ali unos dos millones y medio".

Con los 6,8 millones de pesetas -al cambio- que ganó se compró un piso a tocateja de más de cuatro millones en el Barrio de Salamanca, además, adquirió otro en Móstoles, abrió restaurantes... Y se llevó a su madre y hermanos a Madrid. "Les alquilé un piso en la calle del Generalísimo, hoy el Paseo de la Castellana. A mi familia le di todo. Mi madre ya se fue al cielo, pero lo hizo feliz y contenta. Se llamaba María Adelsia Chamorro".

El reencuentro con su padre

Alfredo decide romper la línea temporal de la entrevista. Vuelve a tiempos anteriores al combate con Ali. Tenia casi todo, pero le faltaba su padre. "Los diarios As y Marca informaban entonces mucho sobre boxeo. Siempre que me entrevistaban yo dejaba claro que quería encontrar a mi padre. Hacía cinco años que no sabía nada de él. Había formado otra familia a nuestras espaldas, en Panamá, y nadie lo sabía".

Era un mundo menos globalizado que el actual, pero la figura de Alfredo Evangelista se hizo tan internacional que su padre leyó un artículo en el que hablaban de su hijo. Trabajaba de porteador en un circo; se ganaba la vida como podía. Como siempre. Evangelista continuaba con su rutina de entrenamientos. Diariamente se desplazaba al Palacio de los Deportes. Un día el 'Ciclón' Silva, encargado de las instalaciones, le avisa de que tiene una carta en su casillero. Era la nueva mujer de su papá, la madre de sus hermanastros.

Soy Mirna, si estás buscando a su papá, está aquí, en Panamá.

La mujer envío la misiva a espaldas de su padre. "Me entró un frío indescriptible. Saqué un billete y me fui para allá, solo, a buscarlo. Tenía 20 años. Estuve un día entero tratando de encontrarlo por el barrio en el que vivía pero no daba con él. Cuando estaba a punto de volver al centro y buscar un hotel para dormir, vino a mi encuentro una señora embarazada con dos niños de la mano. ¿Es usted Alfredo Evangelista? ¿Está buscando a su padre? Le contesté que sí y me dijo que esos dos críos eran mis hermanos".

Vivían en la miseria. En palabras de Evangelista, en una chabola de madera que se caía sola. Se duchaban con manguera, comían si podían... "Cuando fui a su casa me dijeron que mi papá se había ido a hacer una changa, una chapuza, para traer dinero y que mis hermanos comieran. Me explicó por dónde debería aparecer mi padre. Desde una ventana medio rota de la casa me puse a mirar fíjamente la calle en cuestión. Llegó a las tres de la tarde caminando despacio, con esa cojera que le acompañó siempre. Vengo a por ti, papá, le dije. Vengo a por ti, mamá te sigue queriendo y mis dos hermanos te esperan. Después le di dinero a Mirna para que comprara pan y mantequilla para mis hermanos. Tenían mucha hambre. Nunca había contado todo esto hasta ahora".

Alfredo se ha roto. No hay llanto más doloroso que aquel que no brota, ese que queda suspendido entre suspiros entrecortados. Un dique que no suele aguantar. Este caso no es distinto. Se puede llorar de pena y alegría. O de las dos cosas. Es el caso. Sus ojos lloran por el tiempo que no tuvo a su padre, pero también por el que pasó con él después de encontrarlo.

Su madrastra, la mujer que le avisó del paradero de su papá, acabó con esa carta por perder para siempre a Vicente Roque Evangelista. Es curioso ver cómo en ocasiones la felicidad propia depende de la tristeza de otros. Alfredo consiguió convence a su padre de que volara a España con la promesa de que mandaría dinero todos los meses a su recién conocida familia en Panamá. Durante un año y medio les mandó cien dólares al mes. Mucho dinero en la década de los 70, más en Panamá. Le arregló el pasaporte a su padre, pagó los billetes de avión y volaron a Madrid, donde quince días después Alfredo se casaría con su primera esposa, Lupita.

"Sigo teniendo contacto con mis hermanos panameños, estuve con ellos en San Francisco no hace mucho. Están todos casados. Mi padre murió hace 15 ó 20 años y mi madre hace cinco, ahora tendría 86. Es lo que más he querido en mi vida. Sacó a sus hijos adelante limpiando casas. Le encontré al hombre que quiso siempre, a pesar de que nunca dejó de ser un bandido. Era una mujer de las de antes, ya sabes. Yo los casé por segunda vez", recalca.

A partir de la línea anterior esta historia es en cierto modo recurrente. Como la de otros boxeadores que tocaron el cielo para después caer con una velocidad inimaginable contra el suelo. Ya retirado, en 1995, es condenado a ocho años de carcel tras verse envuelto en un asunto de tráfico de drogas. "Nunca me cogieron con nada. Yo paraba en un bar de Vallecas todos los días donde conocí a Jero, el de Los Chichos, y a muchos otros gitanos, además de al Poli Díaz. Con el Poli, que estaba empezando en esto, entrenaba en el Palacio de los Deportes. Se duchaba siempre allí porque no tenía agua caliente en la casa baja en la que vivía cerca del campo del Rayo Vallecano. El caso es que yo paraba mucho en el bar. El dueño, Manolo, era muy amigo mío. Allí se pasaba cocaína. Hubo una redada, encontraron droga y me la metieron a mí y al dueño. Cumplí cinco de los ocho años a los que me condenaron en la cárcel de Carabanchel y el penal de Navalcarnero". Le obligaron, además, al pago de 101 millones de pesetas.

Incido en que le sentenciaron por tener 30 gramos de cocaína. Me niega la mayor tres veces. "No, no, no. A mí nunca me cogieron con nada. Te lo juro por Dios que todo lo que me pasó fue por ser quien era, por mi nombre. Lo tenía todo. Dicen que yo fui portero de discoteca. La verdad es que nunca lo fui. Que le pedí trabajo después a Jesús Gil, y tampoco. Lo que sí es verdad es que me pagaban todo en las discotecas, que me conocían en todos los sitios". Evangelista reconoció en una entrevista con Jordi Évole en la La Sexta que se vio obligado a traficar dentro de la cárcel. También nos lo reconoce a nosotros. "No tenía dinero y había que sobrevivir. Trabajé dentro pintando las celdas y haciendo labores de mantenimiento".

Al salir de la cárcel la vida le tenía preparados más combates. "Lupita y yo nos habíamos separado porque yo era un golfo. Llegaba a casa a las cuatro o las cinco de la mañana, me gustaban los clubs... Era el Madrid complicado de los 80. Pese a todo Lupita siempre me ha querido y ayudado. Siempre. Y mis hijos, también. Me quieren con locura. Ser famoso es difícil. Cuando te va bien, nadie te pide nada a cambio, cuando te va mal, por una peseta que debes están llamando todos los días a tu puerta. Nos ha pasado a muchos. Mira dónde ha acabado el Poli, con la de dinero que ganó. O Urtain, que se metió en la bebida y luego se tiró desde un décimo piso. Desde 1977 hasta el 1988 yo gané 100 millones de pesetas", concluye. Es la misma cantidad anual por la que firmó Emilio Butragueño en el Real Madrid durante esa época, cuando Ramón Mendoza presidía la entidad merengue.

"Después de abandonar de la cárcel me empezó a salir un líquido parecido a agua por abajo, ya sabes. Era como si me hicera pis. Fui al médico y era cáncer de vejiga, que se me complicó con una trombosis en una pierna, pero lo superé", explica. El plato en el que reposa el café, ya vacío, es deslizado sobre la mesa por Evangelista. Pisó por segunda vez un penal con la entrada del nuevo siglo. "Me metieron de nuevo en la cárcel por un fraude con tarjetas de crédito. Antes nadie te pedía el DNI para pagar, y yo me aprovechaba de eso con tarjetas de otras personas que tenía por ahí, hasta que me pillaron". Al poco de salir decidió poner pies en polvorosa y abandonar Madrid, el centro de sus problemas. Y dio con sus huesos en Zaragoza, ciudad a la que se llevó a su madre, como no podía ser de otra manera, y a su segunda esposa, Esperanza, con la que tiene un hijo, ademas de los otros dos que crió junto a Lupita.

"Tengo mi gimnasio en Zaragoza, donde entreno a mis chavales. También tengo una pensión y viajo dando seminarios. Soy feliz. Me encanta venir a Cangas del Narcea de veraneo. Estoy escribiendo mi biografía con la ayuda de Robustiano Álvarez López". Robustiano es un empresario de Cangas del Narcea que posee un restaurante y otros negocios en Panamá y Latinoamérica, y con el que tiene una estrecha relación desde hace ocho años. Robustiano es padrino de los hijos de Roberto Durán 'Mano de Piedra', el panameño que fue campeón del mundo del peso ligero, considerado el mejor boxeador de todos los tiempos en esta categoría. "Cuando peleé con Ali, Durán tenía también combate esa noche; lo conozco desde entonces. Tengo muy buena amistad con él y fue precisamente quien me presentó a Robustiano", apunta.

Se ha acabado su historia y parte de la mañana. El día se ha envuelto en ese orvallo asturiano tan catártico para muchos. Aprieto su mano, aquella que un día golpeó el rostro de Muhammad Ali, y después de hacerle un par de fotos separamos nuestros caminos. Va a por su siguiente combate. La vida en estado puro.

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