Una cortina de caos y violencia cubre Irak en unas jornadas de incierto futuro: desde los ataques a los yacimientos de gas en el norte del país a los enfrentamientos en la 'zona verde' de Bagdad, el espacio más protegido donde se erigen los edificios gubernativos. Decenas de muertos, cientos de heridos y la sensación de que un polvorín soterrado puede estallar de un momento a otro. En medio de la crisis se erige un nombre propio, el del clérigo chií Muqtada al-Sadr, quien moviliza a sus huestes en las manifestaciones que han derivado en la actual crisis; una figura grabada a fuego entre los militares españoles que estaban desplegados en la región iraquí de Najaf en abril de 2004, que protagonizaron unos episodios a los que se conoce como la batalla de todas las batallas del Ejército español.
El baile de alianzas en Irak es inestable. Quienes ayer eran enemigos, hoy se erigen como bastión de la principal fuerza democrática. Ese es el caso de Muqtada al-Sadr. La crisis se ceba en un país que lleva un año sin Gobierno. El clérigo chií es, según los analistas, uno de los hombres más influyentes del país. En los anteriores comicios obtuvo 73 representantes de los 329 que componen la cámara; una cifra que evidencia la fragmentación política iraquí... que a su vez imposibilita un equilibrio de poder lo suficientemente sólido como para conformar un ejecutivo.
La crisis de estas jornadas vienen de aquellos lodos. Muqtada al-Sadr convocó movilizaciones y protestas como medida de presión para que se adelantasen unos nuevos comicios. Las manifestaciones han dado paso a una violencia que va más allá de puntuales algaradas. Entre los combatientes se puede apreciar fusilería ligera, lanzamisiles, así como una cierta destreza y coordinación militar. Sólo así se pueden ejecutar los ataques que estos días se registran en la 'zona verde', el lugar más protegido del país. Allí se encuentra el aeropuerto militar de Al Asad, desde donde operan los helicópteros del Ejército de Tierra español.
Los recuerdos de los militares españoles sobre Muqtada al-Sadr, no obstante, son mucho más lejanos en el tiempo. Hace falta remontarse al año 2004, en un momento en el que los ojos del mundo estaban puestos en Irak. George Bush, Tony Blair y José María Aznar habían sellado en la Cumbre de las Azores su determinación de deponer a Sadam Huseín, basándose en supuestos informes de armas de destrucción masiva en manos del tirano iraquí. El resultado es conocido. Se invadió el país pero nunca se hallaron las citadas armas.
La intervención desató un terremoto político en España. El PSOE, liderado por José Luis Rodríguez Zapatero, aseguró que retiraría las tropas españolas de Irak en caso de llegar a la Moncloa. Y las elecciones del 14 de marzo de 2004 -tres días después de la cadena de atentados de Atocha donde fueron asesinadas 193 personas- allanaron su camino hasta la presidencia. Dicho y hecho. Zapatero llamó a George Bush y le anunció su decisión de traer de vuelta al contingente español que pisaba suelo iraquí.
La base Al Ándalus, de 'balneario' a infierno
Entre los militares españoles ya se barruntaba una retirada que sería inminente. En ese contexto de incertidumbre, desempeñaban las funciones asignadas en la misión. Principalmente, la protección de diversas bases y algunas de las rutas habitualmente hostigadas por la insurgencia iraquí. De entre todos esos enclaves había uno conocido por la ausencia de episodios violentos. Era la base Al Ándalus, en Najaf, a la que muchos llamaban el balneario por la placidez que se respiraba en la región, en contraste con las habituales refriegas en otros puntos del país.
Pero el balneario no tardaría en perder esa denominación. Las tropas estadounidenses capturaron a Mustafa al-Yaqubi, lugarteniente de un joven líder chií que personificaba la principal influencia militar y religiosa de la región. A sus órdenes estaba el Ejército de al-Mahdi, con decenas de miles de hombres en sus filas. Es imposible hacer una estimación precisa de la composición de sus huestes, efectivos que desempeñaban sus profesiones por el día y de noche tomaban las armas. Al frente de ese ejército estaba Muqtada al-Sadr.
El líder chií, que lideraba una de las principales facciones contra Estados Unidos y sus aliados, se dejaba ver poco. Era un 'fantasma' que hostigaba sin descanso a las tropas internacionales. Y el 4 de abril de 2004 le llegó el turno al Ejército español.
El Ejército de al-Mahdi estaba convencido de que el lugarteniente de Muqtada al-Sadr capturado por tropas estadounidenses estaba retenido en la base Al Ándalus, en Najaf. El grueso de las tropas desplegadas en el acuartelamiento eran españolas, pero también había salvadoreños, militares del ejército oficial iraquí y un puñado de contratistas de la estadounidense Blackwater. Las tropas insurgentes, a los mandos de Muqtada al-Sadr, se lanzaron con toda su contundencia contra la base y los militares españoles tuvieron que emplearse a fondo para evitar que los atacantes tomaran el emplazamiento.
El Ejército y la batalla
En la memoria de los miembros del Ejército de Tierra aún se recuerdan los ataques con fusilería y lanzagranadas que sufrieron durante toda la jornada. También la puntería del tirador de precisión apostado en un hospital cercano que tantos quebraderos de cabeza les dio. Ese 4 de abril pusieron en práctica todas las maniobras de resistencia, vaciando sus reservas de munición contra unas huestes que se lanzaban con creciente violencia y coordinación contra sus posiciones. Al mando del contingente estaba el coronel Alberto Asarta, a la postre general de división del Ejército de Tierra y, una vez retirado, integrado en las filas políticas de Vox.
En medio de aquella batalla sin cuartel se desarrolló una misión de rescate que suponía una grave amenaza para la seguridad de los militares españoles. Un grupo de militares salvadoreños y del ejército oficial iraquí quedaron atrapados en una vieja cárcel en el corazón de la ciudad, donde desarrollaban diversas actividades de instrucción. El capitán Jacinto Guisado lideró un convoy compuesto por cuatro vehículos BMR y 28 efectivos que se arrojó a aquel hervidero.
Algunos informes apuntan a que los atacantes podían alcanzar los 2.000 efectivos. Los vehículos españoles se abrieron paso entre barricadas y bajo el fuego de los tiradores ubicados en los edificios que daban forma a la ciudad de Najaf. Tras una primera incursión con éxito, repitieron la maniobra una segunda ocasión, debido al elevado número de salvadoreños e iraquíes que había que evacuar. Tras varias horas de batallas, concluyeron su misión sin sufrir una sola baja.
Aquel episodio se conoció como la batalla de todas las batallas del Ejército español; también la del cuatro, del cuatro, de 2004 [en referencia al 4 de abril de 2004]. A las pocas semanas, los militares entregaron todas las bases a las autoridades estadounidenses y regresaron a territorio nacional, en cumplimiento de la orden dada por José Luis Rodríguez Zapatero. En su memoria quedaron grabados unos acontecimientos que son Historia de las Fuerzas Armadas, en el que Muqtada al-Sadr, aquel fantasma ahora reconvertido en el líder que mueve los hilos en un Irak convulso, lanzó sus tropas contra la base Al Ándalus.
Tras varias jornadas de protestas, el líder chií ha hecho un llamamiento a la calma y la presión sobre Bagdad y la 'zona verde' ya se ha relajado.
Sin_Perdon
No lo entiendo, allí donde van los EEUU llevan la paz, la prosperidad y la libertad. Solo hay que ver lo bien que les ha ido a Afganistán, Libia, Siria o Irak.