El 25 de junio de 1986 María Legaz respondía a la llamada de la Guardia Civil que nunca hubiera querido recibir. Su hija y su yerno se habían matado en un accidente en la N-I. "¿Y el zagal?", es lo único que acertó a preguntar la abuela del niño de Somosierra. Treinta y tres años, un mes y cinco días después, no hay respuesta.
Juan Pedro Martínez Gómez ya había hecho la comunión, era un buen chico y un buen estudiante. Su padre, camionero, tenía que transportar hasta Bilbao más de 23.000 litros de ácido sulfúrico fumante, así que su intención era aprovechar el viaje para premiar a su hijo y pasar en familia unos días en el País Vasco, donde su vástago tendría la oportunidad de ver un paisaje muy diferente al murciano. Verde del norte.
Desde una pedanía de Fuente Álamo (Murcia), Juan Pedro y sus padres emprendieron el viaje. Era la tarde del día de San Juan, el inicio de una ruta por carreteras que nada tienen que ver con las de hoy, el comienzo de un recorrido que acabaría en tragedia por un fatal accidente envuelto en un misterio que aún persiste.
Un viaje tranquilo, con las paradas pertinentes para reponer combustible y tomar algo. El viaje de una familia normal, como apreció el camarero que les sirvió en la última parada que hicieron antes del accidente, precisamente en un mesón de Cabanillas de la Sierra (Madrid), a casi 40 kilómetros del puerto de Somosierra.
Al camarero, probablemente la última persona que les vio vivos, le llamó la atención el niño, porque vestía pantalón y camiseta del mismo color: rojo. No vio cómo montaron en el camión, pero sí que el vehículo emprendió la marcha y entendió que lo había hecho con absoluta normalidad, con la misma que la familia desayunó en el mesón.
El accidente
El camión cisterna Volvo, con matrícula M-5383-CY y MU-1587-R su remolque, enfiló la subida del puerto de Somosierra por la N-I, entonces una carretera convencional de un carril por sentido. Y lo hacía lentamente, como no podía ser de otra manera, casi parado en algún tramo. Así lo atestiguó después el tacógrafo, que había dejado registradas paradas de dos o tres segundos, pero también una un poco más sospechosa por su duración, 20 segundos.
Como dejó descrito el parte de la Guardia Civil, las circunstancias de la vía y climatológicas eran idóneas. "Vía en buen estado, pavimento seco y limpio, tiempo seco y soleado", refería el atestado. Eran las 6:40 horas cuando el Volvo ya bajaba el puerto en sentido Irún por la vertiente segoviana de Somosierra. Lo hacía a una velocidad de entre 15 y 20 km/h.
"De forma imprevista -proseguía el atestado- perdió la eficacia de su sistema de frenado, comenzando a ganar velocidad paulatinamente, llegando a alcanzar los 110 kilómetros a la hora km/h". Pero cuando el conductor ya había conseguido controlar el camión en la zona de curvas y logró llegar a una recta, se encontró con otros tres camiones que circulaban en el mismo sentido.
Intentó rebasarlos por la izquierda e incluso llegó a rozar a alguno, pero de frente se encontró con un cuarto camión que circulaba en sentido Madrid y se produjo una colisión que alcanzó a los otros camiones.
Sucedió en el km. 94,950 de la N-I. El informe telegráfico de la Guardia Civil del balance del accidente reflejaba que el conductor del Volvo, Andrés Martínez Navarro, de 36 años, había fallecido, al igual que su mujer, Carmen Gómez Legaz, de 34. Y mencionaba a un tercer ocupante; José Pedro Martínez Gómez, "9 años, desaparecido".
De los otros cuatro camiones afectados, tres de sus conductores salieron ilesos y uno resultó grave. Era de día, amaneciendo, laborable (miércoles), la circulación era normal, con alguna mayor presencia de camiones. Y no hubo testigos más allá de los afectados. Un accidente que obligó a cortar la N-I al tráfico en esa zona desde las 7 de la mañana hasta las 0,50 horas del día siguiente.
¿Dónde estaba el niño?
Hasta el lugar llegaron los servicios de emergencia y encontraron los cadáveres de Andrés y de Carmen. El primero en posición decúbito prono, semienterrado y afectado por la carga de ácido. El de su mujer, "en posición de sentada, atrapada en la cabina y aplastada". Continuaba el parte: "Siendo negativos los intentos de hallar algún vestigio" del niño, al que se buscó por la zona sin resultados.
¿Dónde estaba? Los cuerpos de sus padres estaban perfectamente reconocibles, aunque levemente afectados por el ácido, lo que hacía pensar que la carga que transportaba el camionero murciano no tenía el poder, como le atribuían algunos, de desintegrar un cuerpo. Aun así, se hicieron pruebas para confirmarlo.
Entonces, ¿dónde estaba Juan Pedro? Nadie parecía tener respuesta.
Había una pequeña pista a seguir. Alguno de los pocos testigos del suceso recordó que una furgoneta blanca, una Nissan Vanette, había parado en el lugar del accidente. De ella se bajaron un hombre alto y una mujer que dijo ser enfermera. Hay quien asegura que eran alemanes.
¿Vieron al niño malherido y en la confusión del momento se lo llevaron?
Quizá había otra línea por la que los investigadores podrían transitar y a la que la familia, que no ha cejado en su empeño de hallar al niño de Somosierra, se aferró durante mucho tiempo: ¿podían haberse llevado a Juan Pedro algunos narcotraficantes como forma de presión a su padre para que les transportara droga? ¿Fue en esos 20 segundos de parada que detectó el tacógrafo?
Siguiendo las pistas
Descartado que el ácido hubiera corroído el cuerpo hasta el punto de hacerlo desaparecer, los investigadores se centraron en la hipótesis que relacionaba los hechos con el narcotráfico.
Primero se analizaron, como quería la familia, unos trapos encontrados en el interior de la cisterna, porque estaban embebidos de una sustancia que en los laboratorios de Murcia dio positivo a la heroína. Sin embargo, en un estudio más completo en el Instituto Nacional de Toxicología el resultado fue negativo.
En cualquier caso, a los investigadores no les cuadraba esa hipótesis. Ninguna denuncia similar se había formulado por parte de camioneros y, en todo caso, hubiera sido más probable introducir la droga en un camión que se dirigiera a Francia y no a Bilbao.
Tampoco parece muy probable que todo el proceso, desde el rapto del pequeño hasta la introducción de la droga, se desarrollara en apenas 20 segundos y que los padres no mostraran una oposición visible y frontal, incluidos gritos y llamadas de socorro, al secuestro del niño.
La tercera línea de trabajo también quedó en nada. Más de 3.000 furgonetas Nissan Vanette blancas se investigaron sin resultados. Además, nadie se había quedado con la matrícula. De todos modos, para algunos la hipótesis de que se llevaran al pequeño en esa furgoneta les resulta la más probable. Incluso que se lo llevaran fuera de España. Pero no deja de ser una sospecha más.
Una pequeña oportunidad a la esperanza
Hay que recordar que España estaba en pañales en algunas técnicas de investigación, como el ADN. Pero doce años después del accidente, la Guardia Civil y la Universidad de Granada pusieron en marcha el Programa Fénix, diseñado para la identificación genética de personas desaparecidas.
En ese programa la Guardia Civil volcaba perfiles genéticos de familiares de desaparecidos y lo hacía y hace de forma periódica en el repaso de casos pendientes de resolver. Así lo hizo en 2008, cuando recogió muestras de la abuela de Juan Pedro, que de forma voluntaria accedió a ello.
Una pequeña puerta a la esperanza se abrió en 2015 cuando el sistema saltó al detectar coincidencias genéticas del ADN de la abuela con unos restos humanos hallados en Guadalajara. Pero finalmente la proporción de marcadores coincidentes no era suficiente y la pista quedó descartada.
Los investigadores y la familia no desistieron. A pesar de que la causa se archivó en 1992, los agentes, con el consentimiento de la familia del niño desaparecido, pidieron en junio de 2015 al Juzgado de Instrucción número 1 de Colmenar Viejo (Madrid), que instruyó las diligencias, poder exhumar los cadáveres de los padres y tomar unas pequeñas muestras para la obtención de perfiles genéticos.
El juzgado respondió que no había lugar después del tiempo transcurrido y reprochaba a los investigadores de la Guardia Civil que no justificaran suficientemente el interés de los familiares del niño en esa pesquisa. Algunas semanas más tarde los agentes presentaron en el juzgado el consentimiento firmado por tres tíos del niño de la rama materna y paterna para que se exhumaran los cadáveres.
El juzgado volvió a negarlo y en septiembre de ese año dictó una providencia en la que en apenas siete líneas se remitía al auto anterior, sin mayores explicaciones. Como parece que no la tiene la desaparición del niño de Somosierra. Muchos creen que puede estar vivo. Ojalá.
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