El 1 de julio de 1997 fue la clave de bóveda que apuntaló uno de los hitos de la lucha contra ETA: la Guardia Civil, tras una ardua investigación, localizó en Mondragón el zulo donde los terroristas mantenían secuestrado desde hacía 532 días a José Antonio Ortega Lara. La liberación del funcionario de prisiones detonó la moral de la cúpula terrorista, evidenció que el Instituto Armado llevaba la iniciativa en la actividad antiterrorista y dio paso a la consabida venganza etarra: el asalto y asesinato del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco. La sociedad española -y buena parte de la vasca- estalló contra la connivencia con ETA.
Pero hubo un momento en que todo pendió de un hilo. La Guardia Civil cruzó ingente información -y apostó por su propia intuición- para seguir el rastro a un terrorista, gracias al hallazgo de unas breves anotaciones en documentación intervenida a la banda: era José María Uribecheverría Bolinaga, a la postre integrante del comando que retenía a Ortega Lara.
Al llegar hasta él y hasta la nave de la empresa Jalgi, en Mondragón (Guipúzcoa), los agentes de la Guardia Civil no lograban ningún indicio del paradero del funcionario de prisiones secuestrado. Rastrearon la nave durante horas. Nada. Incluso el juez que se personó en el lugar, Baltasar Garzón, abogó por suspender la búsqueda.
Hubo un guardia civil que se negó. Era Manuel Sánchez Corbí, mando de los Servicios de Información, bregado durante años en la lucha antiterrorista. Su tozudez y la de sus agentes sirvió para cambiar las tornas de las pesquisas: detectaron una maquinaria pesada que no estaba anclada al suelo como las demás. Debajo había un agujero. Y en él, Ortega Lara. Irreconocible, pero vivo. Su imagen, aturdido, consumido, dio la vuelta al mundo.
Ortega Lara y Sánchez Corbí
Han pasado casi 27 años desde entonces. Y José Antonio Ortega Lara y Manuel Sánchez Corbí han vuelto a encontrarse. Ha ocurrido en el II Congreso Internacional de Víctimas de Terrorismo, organizado por la Fundación Universitaria San Pablo CEU y la Comunidad de Madrid, en un panel que tuvo lugar este jueves.
“Yo hablaba en voz alta con mi mujer, porque no tenía con quién hablar”, recuerda ahora Ortega Lara sobre su cautiverio. Habla de rezar, de sus “enfados con Dios” y de “prepararse” para “morir con dignidad”. También admite que ensayó su “suicidio por ahorcamiento”.
Unas declaraciones que se escuchan en rara ocasión. Porque pese a que ocupa un puesto destacado en la historia del terrorismo en España -y de la derrota policial de ETA-, Ortega Lara rehuye de su presencia ante los medios de comunicación.
Es además la primera ocasión en que Ortega Lara y el coronel Manuel Sánchez Corbí, secuestrado y liberador, comparten un encuentro público. “Sabíamos que, o le encontrábamos, o no tenía salida”, recuerda ahora Sánchez Corbí, argumentando que el funcionario de prisiones ya estaba “condenado” por ETA.
Los informes policiales detallan que el comando de Bolinaga ya tenía instrucciones precisas para asesinar a Ortega Lara cuando lo determinase la cúpula de ETA. Y que el chantaje de la banda terrorista -sólo liberaremos al secuestrado si el Estado acaba con la política de dispersión de los presos- conducía inexorablemente al asesinato del funcionario de prisiones: “Era un chantaje al Estado y entonces tenía la firmeza para no ceder”, reflexiona el coronel de la Guardia Civil.
“Teníamos la determinación de tirar abajo la nave -afirma Sánchez Corbí en el acto que le reunió con Ortega Lara-. Al final, lo encontramos de una forma casual, pero lo hubiésemos hecho igual”.
Un reencuentro que cierra un círculo 27 años después; el de una banda terrorista que entonces era capaz de echar un pulso al Estado y que, tras incontables golpes policiales -como la liberación de Ortega Lara-, cedió ante su disolución definitiva.
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