La apuesta pasaba por poner más muertos encima de la mesa. Las negociaciones habían fracasado -ETA nunca contempló una paz real- y la cúpula de la banda terrorista esbozó un plan para redoblar su ofensiva contra el Estado. Más atentados, más asesinatos, más actividad de los pistoleros; proyectar una imagen de fuerza con el objetivo de poner contra las cuerdas a las instituciones y, así, estar en una posición privilegiada para alcanzar sus verdaderos objetivos, que no eran otros que la independencia de ‘Euskal Herria’.
Para ejecutar ese plan, era imprescindible contar con una estructura definida, dinero, armas y apoyo logístico para alimentar a los más de 200 terroristas activos integrados en los comandos de ETA. O lo que es lo mismo, más de 200 asesinos dispuestos a apretar el gatillo o el detonador. Un procedimiento arduo y complejo, que no hubiera sido posible sin la existencia de Otsagi, una suerte de monstruo de tres cabezas que tomó las riendas de toda la rama militar de la banda terrorista. Bajo sus órdenes se cometieron 41 asesinatos.
Otsagi es un nombre en clave bajo el que se identificaban los tres jefes de ETA que dirigían el aparato militar: Javier García Gaztelu, alias Txapote y autor material del asesinato de Miguel Ángel Blanco, entre otros; Juan Antonio Olarra Guridi, más conocido como Jon; y Ainhoa Múgica Goñi, a quien también se referían bajo el pseudónimo de Olga.
La estrategia de adoptar un nombre ficticio para una estructura de ETA se reserva a algunos de sus grupos más significados; como lo fue el Artapalo, desarticulado en Bidart en 1992 con la detención de Francisco Mujika Garmendia, Pakito, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, y Joseba Arregi Erostarbe, Fiti.
Entre los tres constituyeron un ente singular, perfectamente coordinado, que tiene pocos ejemplos similares en la existencia de la organización. La división de ETA se ha articulado tradicionalmente en los diferentes aparatos dirigidos por alguien a quien se le entendían galones para asumir tal responsabilidad. Los más conocidos siempre han sido los aparatos militar, logístico, político o internacional, con algunos momentos en los que se desdoblaron las responsabilidades para incorporar a nuevos mandos terroristas a las labores.
Más "leña" para los pistoleros
La particularidad del aparato militar entre los meses de septiembre de 1999 y septiembre de 2002 está marcada por su tricefalia. En pocas ocasiones se encuentran ejemplos similares en los que varios mandos asuman a partes iguales la jefatura de alguna de las ramas de ETA. En caso de contar con dos o más jefes de un único aparato, lo habitual era que uno tomara las riendas y el otro le sirviera de apoyo.
Pero el caso de Otsagi es diferencial. La Jefatura de Información de la Guardia Civil ubica a Txapote, Olarra Guridi y Ainhoa Múgica al mismo nivel de coordinación. Así consta en el informe remitido por los investigadores a la Audiencia Nacional con motivo del atentado contra la casa cuartel de Santa Pola, en agosto de 2002, en una causa reabierta a partir de una querella de la asociación Dignidad y Justicia. Dos personas perdieron la vida en aquel ataque: una niña de 6 años, Silvia Martínez, y un jubilado, Cecilio Gallego.
Este informe del Instituto Armado permite conocer que toda la cúpula de ETA tenía conocimiento y orquestó la campaña de atentados de verano en 2002 en lugares turísticos de España, entre los que figuraba el citado de Santa Pola. Esa maniobra ha permitido imputar a los jefes de la organización terrorista en un episodio que hasta la fecha aún no tiene una atribución directa.
En ese informe se recoge la forma de actuar de Otsagi. La tricefalia del aparato militar era más que evidente, toda vez que Txapote, Olarra Guridi y Ainhoa Múgica firmaban documentos de forma indistinta con ese sobrenombre o asistían a reuniones en cuyas actas figuraba ese alias, sin determinar el nombre concreto de los participantes.
Una de las pruebas recogidas en ese sentido fue la carta que la Ertzaintza intervino en el marco de una operación antiterrorista, en la que Otsagi pedía “leña” a uno de los comandos de ETA y le daba instrucciones en el manejo de detonadores.
Órdenes a los 'comandos'
El nombre de Otsagi comenzó a emplearse en septiembre de 1999, coincidiendo con el fin de las negociaciones, en las que ETA buscó rearmarse ante su debilidad estructural -tal y como confesaron varios dirigentes de la organización en su detención-. Y esta forma de entenderse se extendió hasta septiembre de 2002, cuando fueron detenidos dos de sus integrantes, Olarra Guridi y Ainhoa Múgica; Txapote fue detenido poco antes, en 2001, en una operación policial desarrollada en Francia.
El monstruo de tres cabezas daba las órdenes de forma directa a los comandos para perpetrar los atentados. No había decisión de los pistoleros que no pasara por ellos
El monstruo de tres cabezas daba las órdenes de forma directa a los comandos para perpetrar los atentados. No había decisión de los pistoleros que no pasara por ellos: “La Dirección estudia todo lo que dicen los militantes, se reúne y toma unas decisiones sobre las consecuencias de las acciones”, llegó a afirmar otro jefe de ETA, Pedro José Pikabea Ugalde, tras su detención.
Bajo la dirección de Otsagi se perpetraron 41 asesinatos. El primero fue el teniente coronel Pedro Antonio Blanco García, el 21 de enero del año 2000 con un coche bomba, con el que ETA escenificaba el fin de la tregua que se extendía desde 1998; el último, el citado atentado de la casa cuartel de Santa Pola, en agosto de 2002.
41 asesinatos
La estrategia en ese periodo de tiempo se centró en la “socialización del sufrimiento”, expresión que emplean los investigadores de la actividad de ETA; o en otros términos, en centrar los esfuerzos en concejales y políticos, con el objetivo de extender el miedo entre los representantes públicos.
Así, coincidiendo con la existencia de Otsagi, la banda terrorista asesinó a once personas relacionadas con el PP, el PSOE o el navarro UPN. Sus nombres, Fernando Buesa, Jesús María Pedrosa Urquiza, José María Martín Carpena, Juan María Jáuregui Apalategui, Manuel Indiano Azaustre, José Luis Ruiz Casado, Francisco Cano Consuegra, Froilán Elespe Inciarte, Manuel Giménez Abad, José Javier Múgica Astibia y Juan Priede Pérez.
Sostener esa actividad frenética requería, al mismo tiempo, una financiación considerable. Así constan en las cuentas internas de ETA recogidas en el informe de la Guardia Civil, donde se desglosa el presupuesto de la organización terrorista en el año 2002 -cuando dejó de actuar este órgano al frente del aparato militar-: de los casi 2 millones de euros que gestionó la banda, 613.615 fueron a parar a Otsagi, sin duda el departamento que recibió más fondos, seguido del aparato logístico (572.410 euros) y del internacional (241.927).
Un monstruo de tres cabezas para sostener la actividad criminal de ETA en un momento especialmente importante para la banda terrorista. Era imprescindible sumar más muertos. Y Otsagi se encargó de poner 41 asesinatos encima de la mesa para proyectar su imagen de fuerza ante el Estado, con el objetivo de alcanzar sus objetivos políticos. Su desarticulación marcó un hito en la lucha contra ETA. En todos los años posteriores de actividad de la organización -entre septiembre de 2002 hasta el cese definitivo-, los pistoleros mataron a 17 personas.
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