España

Pablo Casado y los disgustos del chipe de Kirtland

Casado es un hombre nervioso, inquieto, hiperactivo. Es difícil decir si eso es una virtud, un defecto o sencillamente una característica más de su personalidad

Pablo Casado Blanco nació en Palencia hace casi 40 años; los cumplirá en febrero. Procede de una familia acomodada o, por mejor decir, “de médicos”: su madre es profesora de inglés en la Escuela Universitaria de Enfermería y su padre, Miguel Casado, es un reconocido oftalmólogo. También el abuelo de Pablo fue médico, como lo son tres de sus cinco hermanos. Pablo se educó en los Maristas (colegio Castilla) y se suele subrayar que cursó el último curso de EGB en el Reino Unido, lo cual hace ver la voluntad de su familia, conservadora y religiosa, de dar al chico la mejor formación y todas las oportunidades posibles.

El currículum académico de Pablo Casado es, a día de hoy, la selva oscura de la que hablaba Dante al principio de su Divina Comedia; porque, cuando accedió a la “primera división” de la política española, sus adversarios se empeñaron en fiscalizarlo y cuestionarlo absolutamente todo, y hay quien casi pone en duda que este hombre sepa leer. Pero sí sabe. Leer y escribir. Y muy bien, lo cual lo convierte en una rareza en el contexto de nuestra clase política, en la que son contadísimos los que saben manejar correctamente la sintaxis y más escasos aún los que están casi seguros de que Uslar Pietri no es (o ha sido) el guardameta de la Juventus de Turín.

Es abogado y economista; ostenta varios másteres y títulos de posgrado, unos con marchamo español (jesuitas de Deusto, Opus Dei del IESE) y otros norteamericano (jesuitas de Georgetown, Harvard), aunque muchas veces la actividad docente de esos cursos y cursillos se llevaba a cabo en Madrid. La repercusión pública de uno de esos másteres, el de Derecho Administrativo con especialidad en Derecho Autonómico y Local (Universidad Rey Juan Carlos), produjo a Pablo Casado más dolores de cabeza que una resaca de anís, como suele decirse, y acabó en el Tribunal Supremo. No es nada difícil apreciar que el currículum de Casado parece elaborado por un fan empeñado en vestir al protagonista con un gran número de rimbombancias y oropeles que en realidad no necesita, porque lo más importante (que sabe leer, escribir y hablar con absoluta eficacia) es cierto.

Entre las virtudes de Pablo Casado destacan el apasionamiento, la ambición, la brillantez intelectual, la tenacidad y una capacidad de trabajo extraordinaria. Entre sus defectos, también el apasionamiento, también la ambición, cierta tendencia a la hipérbole y esa manía que tiene (quizá sea mala fortuna) de anidar muchas veces en lugares de cierto riesgo. Y el nerviosismo. Casado es un hombre nervioso, inquieto, hiperactivo. Es difícil decir si eso es una virtud, un defecto o sencillamente una característica más de su personalidad.

Se afilió al PP en 2003, con apenas 21 años, empujado por dos cosas, según él mismo ha dicho: numerosas lecturas de diversas ideologías y la reflexión, obviamente larga, sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que se había producido seis años antes. Pero Casado es alguien que destaca inmediatamente allí donde va. Su verbo fácil le abre muchas puertas. Dos años después de apuntarse al partido fue elegido presidente de Nuevas Generaciones de la Comunidad de Madrid. Le amparaba Alfredo Prada (le hizo su asesor parlamentario), por entonces vicepresidente de la Comunidad y una de las “manos derechas” de Esperanza Aguirre. También la presidenta se convirtió en su apoyo. Era casi un meteoro. En 2007, aquel chiquilín de 26 años fue elegido diputado en la Asamblea de Madrid. En 2008 pagó el peaje de su bisoñez: logró un puesto en las listas del PP madrileño al Congreso de los Diputados, pero alguien, que evidentemente no le tenía mucha simpatía (a él o a sus protectores), le colocó en el puesto 26º, con lo cual se quedó a verlas venir.

Pero aprovechó muy bien los dos años siguientes: se convirtió en la mano derecha del expresidente José María Aznar, que estaba acantonado en FAES mientras Mariano Rajoy dirigía el PP… no siempre en buena sintonía con quien le había designado para el puesto. Ahí trabajó y aprendió mucho Pablo Casado, tanto en lo bueno (cómo manejarse en el estanque de escualos que suele ser la maquinaria de cualquier partido) como en lo que luego le atraería críticas: la radicalidad verbal, de la que Aznar, ya liberado del peso del poder, era un gran ejemplo.

En 2011 entró en el Congreso como diputado (por Ávila, donde tiene una casa) y ya no salió de allí. En los siete años siguientes perteneció o presidió nada menos que catorce comisiones, delegaciones lo asambleas del más variado pelaje

Casado, que sabía leer y escribir, y también hablar (es importante repetir esto), era muy bueno en la comunicación. Eso es un valor importantísimo en cualquier partido del presente siglo. Aprendió, por ejemplo, que un aspecto optimista gana la confianza de la gente, y no hay más que darse una vuelta por internet para constatar que, en la inmensa mayoría de las fotos que se le han hecho, aparece con una gran sonrisa de felicidad que le ha atraído algunas chanzas de sus adversarios. También de los de fuera del PP.

En 2011 entró en el Congreso como diputado (por Ávila, donde tiene una casa) y ya no salió de allí. En los siete años siguientes perteneció o presidió nada menos que catorce comisiones, delegaciones lo asambleas del más variado pelaje, desde RTVE a Justicia, desde Seguridad Vial a Derechos de la Infancia. Esto le sitúa a unos veinte centímetros de entrar en el libro Guinness de los récords de febrilidad parlamentaria: no había quien le siguiese el paso poniendo en marcha cosas. Ya se había casado y había tenido dos niños: uno de ellos, el pequeño, nació prematuro y provocó el momento más duro de la vida de sus padres.

Casado seguía sin detenerse, desde luego. Le dio tiempo a ser reelegido presidente de Nuevas Generaciones de Madrid, asesor de Carlos Floriano en la secretaría de organización del PP (donde llevaba la comunicación) y por fin, en 2015, vicesecretario de comunicación del PP. Ya tenía el nido que quería y que podía reconstruir a sus anchas. Muchos esperaban que aquel chaval que parecía dotado del don de la ubicuidad o al menos de la bilocación, porque parecía estar en todas partes a la vez, parase quieto un poco, se aposentase allí y dejase respirar a los demás.

En 2018, tras la moción de censura que le sacó de la Moncloa, Mariano Rajoy tuvo la ocurrencia (término de su antecesor) de convocar elecciones primarias en el PP para elegir a quien habría de sucederle

Poco le conocían. En 2018, tras la moción de censura que le sacó de la Moncloa, Mariano Rajoy tuvo la ocurrencia (término de su antecesor) de convocar elecciones primarias en el PP para elegir a quien habría de sucederle. Se presentaron seis candidatos. Los que tenían más posibilidades, al menos sobre el papel, eran María Dolores de Cospedal y Soraya Sainz de Santamaría. Pero fue el joven Pablo Casado, que se había presentado (“¿pero ya está aquí otra vez este?”) de una manera que muchos consideraron casi deportiva, quien se llevó el gato al agua en la segunda vuelta. Muchos lo interpretaron como el regreso de Aznar mediante “su hijo muy amado, en el que tiene todas sus complacencias” (Mateo, 3:17).

Le cayeron dos “muertos” de escalofrío. Uno, sus primeras elecciones generales como candidato, las de abril de 2019, en las que el PP pagó por fin los incontables escándalos de corrupción y sufrió una espectacular fuga de votos que le dejó con 66 diputados, el peor resultado de la derecha española desde 1979. Y el otro muerto fue el partido al que se habían ido esos votos: Vox, la extrema derecha, “hija” díscola del PP, que irrumpió en el Congreso con 24 diputados y 2,6 millones de votos. Mucha gente (también de fuera del PP) dijo: “¿Ves? Por elegir al chaval, que tiene un pico de oro pero que le queda muy grande el traje de presidente”.

Casado se recuperó en las segundas elecciones de 2019: pasó de 66 a 88 diputados, pero la ultraderecha llegó a 52. Por un tiempo, quizá demasiado largo, dio la impresión de que Casado no sabía bien qué hacer con ellos. A veces, muchas veces, quizá para corregir la catástrofe de Ciudadanos (partido que casi se hundió por el bandazo ultrarradical de su líder, Rivera) parecía competir con Vox en desbocamiento expresivo, en críticas frontales y totales al Gobierno y, decían algunos, en demagogia. Pero en otras ocasiones era al revés: estaba donde tenía que estar, se comedía y tranquilizaba a los amplios sectores centristas y moderados de su propio partido. Aunque la verdad es que la sensación de muchísimos ciudadanos era que el líder del PP no sabía bien qué hacer, hacia dónde tirar, cómo moverse, qué decir.

Casado subió a la tribuna y en un discurso de 36 minutos literalmente destrozó a sus oponentes, los autotitulados y ruidosos “salvadores de España”

Eso se acabó el 22 de octubre de 2020. La quimérica “moción de censura” montada por la extrema derecha contra el presidente Pedro Sánchez iba, en realidad, contra él, contra Pablo Casado; era una estrategia para dejarle ante la nación como un pusilánime, un incapaz y el líder de una “derechita cobarde” destinada a ser fagocitada, más temprano que tarde, por los populistas pata negra de Abascal.

Casado subió a la tribuna y en un discurso de 36 minutos literalmente destrozó a sus oponentes, los autotitulados y ruidosos “salvadores de España”. Rompió con ellos con una contundencia que nadie esperaba, y menos que nadie Santiago Abascal. Con ese discurso extraordinariamente brillante y con una réplica posterior, no menos lúcida, dejó claro quién era el líder de la derecha española, cuál era el verdadero partido conservador, cuáles eran sus principios y hasta qué punto eran inconsistentes la posición y la actitud de quienes decían que se lo iban a merendar vivo por “cobarde”. Ahí empezó una nueva etapa en la vida de Pablo Casado y, con toda probabilidad, del partido del que ya es líder indiscutible.

El chipe de Kirtland

El chipe de Kirtland (Setophaga Kirtlandii) es un ave paseriforme; es decir, de la inmensa familia de los gorriones. Anida en Norteamérica. Es un pájaro pequeño, muy armonioso de colores, con plumaje marrón azulado y un llamativo pecho amarillo, casi dorado. Es un ave nerviosa e hiperactiva, quizá más que la mayoría de los paseriformes, y no se está quieta jamás. Por ejemplo, son llamativos sus hábitos migratorios: pasa la primavera y el verano entre Wisconsin y los Grandes Lagos, donde anida y se reproduce, y cuando llega el otoño se larga a las Bahamas y otras islas del Caribe, que están lejísimos, donde vuelve a anidar. Y así se pasa la vida, de Wisconsin a las Bahamas, de Herodes a Pilatos, nido va y nido viene. También es muy curioso su canto, perfectamente identificable como el de casi todos los paseriformes (por ejemplo, el ruiseñor). El naturalista James P. Kirtland, que descubrió y dio nombre al chipe, catalogó su fraseo como un sonoro y elocuente chip-chip-chip-too-too-weet-weet, señorías, cantado a menudo desde lo alto de un árbol o desde cualquier otra tribuna. Pero, también como todos los miembros de su orden, cuando se cabrea, chilla estruendosamente cosas incomprensibles y muy desagradables al oído.

El chipe de Kirtland tiene un problema: padece el parasitismo de otra especie. Es el Molothrus ater, es decir, el tordo negro que, como todos los tordos, tiene la cabeza pequeña y el culo gordo, según la sabiduría popular. El tordo, ave de carácter intemperante y achulado, pone uno o varios huevos en el nido del chipe de Kirtland para que la hembra los incube. Esto es común a muchas otras aves (por ejemplo, el cuclillo), pero lo sorprendente es la actitud del chipe. Al principio parece amedrentado por el matonismo del tordo, que piensa que un pájaro de apariencia tan dulce y tan poquita cosa no rechistará. Pero el chipe sabe (porque lo sabe perfectamente, tonto no es) que, si los pollos llegan a nacer, el del tordo matará o echará del nido a los pollos del chipe, mientras este los alimenta muy a su pesar. Y llega un momento en que se cabrea.

No pasa siempre, eso es verdad, pero están ampliamente documentados casos en que la pareja de chipes se enfrenta muy duramente, a chillidos y picotazos, con el tordo adulto, que anda por allí, vigilando y llamándoles “reinita cobarde” (reinita de Kirtland es otro nombre por el que se conoce al chipe). Y el resultado es que el tordo matón huye, los chipes eliminan del nido los huevos parásitos y la familia del chipe de Kirtland puede crecer y progresar adecuadamente. O no, eso ya depende de muchas cosas, porque depredadores nunca faltan en esas remotas tierras.

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