Por una vez en España, y sin que sirva de precedente, las encuestas electorales previas a las elecciones autonómicas en el País Vasco y Galicia han acertado los resultados. Tal y como se preveía desde hace días, los liderazgos de Alberto Núñez Feijóo (Partido Popular) e Íñigo Urkullu (Partido Nacionalista Vasco) han recibido el aval de las urnas, mientras la izquierda independentista sube en ambos territorios (BNG y Bildu) a costa de los dos integrantes de la coalición de gobierno en Madrid, PSOE y Podemos, que salen trasquilados. Y esto último es quizás lo más novedoso de este 12-J, porque los sondeos no auguraban que el resultado de los partidos de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias iba a ser tan escuálido.
El PSOE se ha quedado con los 14 diputados que ya tenía en Galicia y ha mejorado sólo uno, de 9 a 10, en el País Vasco. Teniendo en cuenta que Sánchez lleva gobernando en Madrid desde hace dos años y que la última vez que se celebraron elecciones en esas comunidades el PSOE estaba en sus horas más bajas, el botín de este domingo dista mucho de ser positivo. Los socialistas no consiguen rentabilizar su acción de gobierno a nivel estatal y, lo que es quizás más grave, quedan como tercera fuerza en ambos territorios, siempre después de la izquierda radical de turno. Salvo que Sánchez se vuelva loco e intente un complicadísimo tripartito con Bildu y Podemos en el País Vasco, su influencia tras estas elecciones seguirá limitándose a ser la muleta del PNV.
La debacle de Podemos
Aparte de ese evidente estancamiento del PSOE de Sánchez, lo más traumático del 12-J tiene que ver con el hundimiento de Podemos. Las peleas internas, así como el desgaste por formar parte del Gobierno central, han dejado en las raspas los resultados obtenidos hace cuatro años. En Galicia han desaparecido de la escena a pesar de que partían con 14 escaños y en el País Vasco han bajado de 11 a 6.
O Iglesias se pone las pilas de inmediato o acabará yéndose por el sumidero de la historia con la misma rapidez que ha ascendido al olimpo
Y es precisamente Iglesias el líder nacional que más tiene que anotar de lo ocurrido este domingo, porque es un anticipo de lo que pasará en el futuro cuando lleguen comicios mucho más importantes. O se pone las pilas de inmediato o acabará yéndose por el sumidero de la historia con la misma rapidez que ha ascendido al olimpo. Da la impresión de que los ciudadanos ya le han tomado la matrícula y que no están dispuestos a seguir consintiendo durante mucho más tiempo su forma de hacer política.
En 2016 Podemos estaba en todo lo alto y ahora su mensaje ya le chirría hasta a los más sectarios. Por el camino ha habido purgas sistemáticas, fraudes en las primarias para que siempre saliera el resultado que el líder quería, promesas incumplidas y una gestión del partido que más parece una sociedad familiar que una organización seria. Cuatro años después, se han olvidado de las limitaciones de los mandatos, de los salarios topados, se participa sin rubor en las puertas giratorias y, por si todo eso no fuera poco, estamos a cinco minutos de que Iglesias tenga que parapetarse en su propio aforamiento para evitar tener que ir a declarar ante la Audiencia Nacional como imputado por el 'caso Dina'.
El dilema es duro, pero Iglesias tendrá que planteárselo entre capítulo y capítulo de alguna de esas series que tanto le gustan: permanecer en el poder y seguir disfrutando de la poltrona, el chófer y los aduladores... o salir del Gobierno cuanto antes para calentar la calle aprovechando la crisis económica y con la esperanza de resurgir en un futuro próximo. Lo primero es pan para hoy y hambre segura para mañana. Lo segundo será complicado, pero le daría una última oportunidad para asaltar los cielos. De lo contrario, estará condenado a repetir los desastres electorales de este 12-J.
Por lo demás, las elecciones también le dejan un recadito importante al líder del PP, Pablo Casado: o corrige el rumbo cuanto antes, o será devorado por Núñez Feijóo, quien ha vuelto a ser avalado por las urnas y que sigue siendo la figura más importante que tiene el PP en activo, y seguramente el único con capacidad para poner realmente en aprietos a Sánchez en unas elecciones generales. Por el contrario, la apuesta de Casado para el País Vasco, Carlos Iturgaiz, ha recibido el desprecio de los electores, y eso a pesar de que iba de la mano de Ciudadanos.