A Íñigo Urkullu le gusta gobernar con calma. Al lehendakari, tan prudente como pragmático, tan meticuloso a la hora de elegir sus palabras, siempre impasible ante los problemas, no le agradan los sobresaltos, pero ahora se enfrenta a uno de ellos. La sentencia del caso De Miguel conocida este martes, con penas de cárcel para tres exdirigentes peneuvistas y para un exdirector general del Ejecutivo autonómico, acaba con el mito de la limpieza del PNV, sepulta el mantra nacionalista sobre el oasis de corrupción que era Euskadi y, además, salpica al intocable Urkullu.
Si no hay sorpresas de última hora, y es difícil que las haya teniendo en cuenta que el Gobierno vasco ha logrado el apoyo de Podemos para sacar adelante los presupuestos, las elecciones autonómicas se celebrarán en septiembre de 2020. Pocos dudan de la futura victoria del PNV y de que el lehendakari repetirá en su puesto.
Los peneuvistas siguen siendo el partido hegemónico en la comunidad. Así lo demuestran los resultados en las últimas citas con las urnas, en las que los jeltzales han ganado poder en todos los niveles. Por todo ello, sería más que arriesgado afirmar que el plácido camino a la reelección de Urkullu vaya a complicarse por la sentencia del caso De Miguel. De hecho, tal y como ya adelantó este diario, en el PNV esperaban las condenas y consideran que el caso está amortizado, de manera que no habrá castigo electoral.
Sin eco electoral pero con fuerza simbólica
No obstante, las fuertes condenas por corrupción de este caso sí tienen un innegable peso simbólico. En primer lugar salpican a un Urkullu, que siempre ha parecido intocable. Solo había que ver su rostro compungido en su comparecencia de este lunes para valorar la sentencia. Se le notaba contrariado, incómodo, como fuera de sitio, teniendo que hablar sobre un asunto que le desagrada y que, no puede olvidarse, ocurrió entre 2005 y 2009, cuando él presidía el PNV.
El jefe del Gobierno vasco pedía disculpas a la sociedad para desmarcarse de las reacciones de otros partidos al responder a otros casos de corrupción. Y, además de intentar desvincular del caso al PNV -algo harto complicado por pura lógica-, se afanaba por defender su propia actitud en este caso. Recordaba que en 2010, cuando los cabecillas ahora condenados fueron detenidos, él mismo adoptó medidas cautelares para apartarlos de sus cargos y para que entregasen el carné del partido.
La incorruptibilidad del PNV y el "oasis vasco"
Además de salpicar a Urkullu, la resolución judicial sepulta un mito sobre el PNV. Porque uno de los mantras que el partido lleva utilizando desde hace años es su incorruptibilidad. Los dirigentes peneuvistas siempre han presumido de ser impolutos en casos de corrupción. Siempre se han jactado de que ellos no tenían en su currículum casos como los del PSOE y el PP. Este mismo martes, en su comparecencia para pedir perdón a la sociedad, el lehendakari insistía en la actitud "intachable" del PNV a lo largo de sus 125 años de historia.
La realidad que desvela el caso De Miguel es que el PNV no era impoluto. Y, al mismo tiempo, desmiente esa leyenda (nacionalista y no urbana) sobre que el País Vasco era un "oasis" dentro de España porque allí no había corrupción. Ese oasis era un espejismo. Porque los más prestigiosos burukides (dirigentes) de PNV alavés, los que parecían llamados a heredar el poder del partido en la provincia, cometieron varios delitos de corrupción. Corrupción pura y dura como la Gürtel o los ERE de Andalucía.
En suma, las condenas del caso De Miguel, que todavía no son firmes, sepultan las ideas tan extendidas de que en Euskadi no había lugar para la corrupción y de que el PNV era tan "intachable" en su gestión de las instituciones. Y, por ello, descolocan al lehendakari, que al menos por un día pareció menos impasible y menos intocable.
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