Corría noviembre de 2013 cuando Fagor, el viejo buque insignia del Grupo Mondragón, entraba en concurso de acreedores tras quebrar. Aquello fue un terremoto en el empresariado y la sociedad del País Vasco. Un shock que derruía al menos en parte el sueño cooperativista tan acendrado en la comunidad autónoma. Todavía hay réplicas de aquel seísmo para la economía vasca. Y la empresa sigue inmersa en un lento pero seguro proceso de desguace cuyo penúltimo capítulo acaba de suceder.
Múltiples y variados errores en la gestión, en especial la compra de la francesa Brandt de 2005, provocaron aquel desastre para la vetusta joya de la corona de la gran cooperativa vasca. La caída de Fagor Electrodomésticos sacudió a todo el Grupo Mondragón, que tuvo que recolocar como pudo a muchos de los despedidos durante el trance. Para los miembros de las diferentes cooperativas asociadas, las cosas cambiaron para siempre. Más desconfianza y más temor.
Made in Polonia
Desde entonces, era imposible encontrar en el mercado grandes electrodomésticos con la marca vasca. A partir de ahora, volverán a las tiendas. Pero será en cierto modo un espejismo, porque ya no se fabricarán en el País Vasco. La polaca Amica, gigante europeo del sector que factura 700 millones de euros y está presente en 60 países, ha firmado un contrato por 15 años con las ocho cooperativas que todavía son propietarias de la marca Fagor.
Los nuevos electrodomésticos Fagor solo tendrán de vascos la etiqueta con esa marca legendaria. Serán fabricados en Polonia. A esto hay que sumar que el Grupo Fagor ya cedió la comercialización de su menaje de cocina a la empresa cántabra Cantra. Ese acuerdo se cerró el pasado febrero. Después, se firmó con la francesa Euromenage otro pacto para comercializar los pequeños electrodomésticos. Así, en seis meses Fagor parece revivir, sí, pero todo es realmente menos exitoso de lo que parece. La realidad es que esa empresa vasca, con tanto peso simbólico en la sociedad, especialmente entre colectivos nacionalistas, ya está en otras manos.
El PNV, los dueños y la pelea por la marca
Las inyecciones de dinero de los gobiernos del PNV no sirvieron para reflotar ni evitar la caída de la empresa de electrodoméstico. Pero aún estaba por llegar otro fiasco monumental: el acuerdo de hace años entre la cooperativa y la empresa catalana CNA. Esta última se hizo con los activos industriales de Fagor en 2014 y la rebautizó como Edesa Industrial. Solo 36 meses después, en 2017, presentó concurso de acreedores y después un ERE de extinción para toda su plantilla al no disponer de la marca para el uso comercial. Otro drama para los cooperativistas.
La compañía catalana logró refinanciar la deuda in extremis y Mondragón usó una treta para hacer lo propio. Pero los antiguos y los nuevos propietarios de Fagor entraron en una batalla judicial precisamente por quién tendría la marca en su poder. El litigio se cerró con un acuerdo a finales de 2018. Acuerdo que allanó el terreno para los posteriores pactos con otras empresas que, como se ha contado, se ocupan de explotar la marca Fagor desde otras latitudes.
Otras empresas que pierden su 'identidad'
El caso de Fagor es quizás el más emblemático, pero no es el único. Otras grandes empresas del País Vasco han ido perdiendo fuelle en los últimos años. Fuelle y, de paso, esa suerte de pedigrí identitario. Porque las empresas más vascas son cada vez menos vascas. Los casos de Eroski y Euskaltel, abordados sobradamente en este diario, son la prueba evidente del cambio de fondo en la economía vasca.
"En los negocios y el mercado de poco valen esos sellos regionalistas o nacionalistas sobre el arraigo y la estrategia", concluía un empresario de relumbrón hace unos meses durante un evento en Bilbao. Porque "las empresas funcionan o no funcionan y, en función de eso, continúan creciendo o se derrumban", añadía. Sea por los motivos que sea, la segunda opción, el derrumbe, es la que está afectando a las grandes compañías vascas con la vitola de identitarias.
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