País Vasco

La impureza de Madina, Sémper y Viar

En estos días del décimo aniversario del final de los atentados de ETA Televisión Española ha emitido un par de documentales que deberían ser vistos obligatoriamente por todo aquel que

En estos días del décimo aniversario del final de los atentados de ETA Televisión Española ha emitido un par de documentales que deberían ser vistos obligatoriamente por todo aquel que tenga interés por saber qué fue el terrorismo nacionalista vasco. Impuros, dirigido por Alberto Utrera y con Eduardo Madina y Borja Sémper como protagonistas, y Traidores, de Jon Viar, radicalmente diferentes en la forma, resultan sin embargo complementarios para explicar una misma realidad.

Ambas piezas cuentan, cada una a su manera, insisto, la cotidianidad del terror. Muestran cómo era esa clamorosa ausencia de libertad que afectaba a todos pero que solo unos pocos padecían intensamente, en sus propias carnes. Policías, guardias civiles, ertzainas, políticos, periodistas o empresarios. Todos ellos víctimas, en potencia o en acto, de un terrorismo que adquirió casi todas las maneras imaginables, con el hostigamiento, la extorsión, la amenaza y el crimen como unas conductas habituales y naturalizadas, que casi formaban parte del paisaje, como si fueran lógicas o inevitables.

Los dos documentales se centran en contar la oscura vida que les tocaba vivir a algunos de esos resistentes, que son las personas que, por militancia política o por profesión o simplemente porque no se callaban, sufrieron (y quizás aún sufren pero de otra manera) los efectos del miedo a ser asesinadas o secuestradas o ambas cosas. Un miedo justificado, viscoso, tatuado en la piel, derivado de una amenaza casi invisible pero persistente como esa lluvia fina tan propia de la tierra donde habitaban. Lluvia que algunos de los protagonistas añoran hoy con una distancia que no eligieron.

Sin embargo, como evidencian ambas películas, esos resistentes soportaban ese miedo con iguales dosis de valentía. Impávidos ante las pintadas, los insultos o las miradas. Optimistas en medio de arenas movedizas. Como si estuvieran animados por las palabras de Miguel Hernández: "Soy una abierta ventana que escucha / por donde va tenebrosa la vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida".

Eran un temor y una valentía cervales que emanaban del odio igualmente inagotable de ETA y quienes justificaban su existencia. Odio camuflado de "lucha armada", de "gudaris", de "liberación nacional", de "algo habrá hecho", de "conflicto" y de otros cuantos eufemismos inmorales. Odio totalitario al diferente, sea al español o al vasco no nacionalista. Odio, en suma, al impuro. Por algo Fernando Aramburu dedicaba Los peces de la amargura, anterior y para mí mejor que Patria, precisamente a la impureza.

La obra de Viar, en gran medida explicada por el autor en una fenomenal entrevista con Óscar Monsalvo para este diario, está construida de una forma singular, porque intercala entrevistas, icónicas imágenes de archivo y grabaciones personales de la vida de su director y de su familia, con especial protagonismo para su padre, Iñaki Viar, miembro de ETA condenado en el Proceso de Burgos que después rectificó sus posiciones ideológicas. Esa sabia rectificación provocó que pasase a ser un "traidor". También "traidores" son, porque cambiar de idea es imperdonable para los fanáticos, Mikel Azurmendi, Jon Juaristi o Teo Uriarte, cuyos testimonios vertebran este documental con una estética gris que recuerda por momentos a las obras de Iñaki Arteta.

Impuros es una construcción cinematográfica más clásica, con una hermosa fotografía, sí, pero que básicamente consiste en mostrar parte de las entrevistas que la periodista Lourdes Pérez hizo durante varios días a estos dos ex políticos vascos para construir el revelador libro Todos los futuros perdidos (Plaza y Janés). La sobriedad formal es lógica porque lo rompedor del documental no está en los planos o en la estructura, sino en la profundidad de lo que exponen sus protagonistas, que se desnudan psicológicamente frente a la cámara como nunca antes habían hecho.

Decíamos que los protagonistas de ambas obras son los resistentes, pero es inevitable que se cuelen personajes o comportamientos o momentos tan ominosos como increíbles. En Traidores, por ejemplo, vemos a ese Otegi al que tanto le costaba (y aún le cuesta hoy) condenar a ETA mostrando su cara más enérgica y su discurso menos tibio cuando lamentaba "la muerte de cuatro jóvenes independentistas vascos" que eran, en realidad, cuatro terroristas a los que les había estallado en el coche la bomba con la que querían matar a otras personas.

En Impuros Sémper recuerda que la etarra Iratxe Sorzabal, que luego llegaría a jefa de la banda y sería una de las lectoras del comunicado de "cese definitivo", estaba en el comando que quería asesinarle pese a que ambas familias se conocían. Madina narra con pesadumbre el mal recuerdo que tiene de su paso por el instituto, donde reinaba el ambiente opresivo impuesto por los abertzales, y cuenta cómo, de hecho, uno de sus compañeros de aulas estuvo en el grupo que intentó matarle en aquel atentado que provocó la amputación de su pierna izquierda.

Paradójicamente las vivencias personales que recogen Traidores e Impuros son casi lo de menos, porque lo relevante es que retratan con precisión cómo eran los efectos del terrorismo para la sociedad vasca en aquellos años no tan lejanos. Crueles años de indiferencias y equidistancias que, ahora, con la perspectiva del tiempo y de lo que padecieron los resistentes, se hacen más dolorosas.

A los protagonistas de ambos documentales les unen un sufrimiento y un coraje comunes. Y les diferencia que a los unos los querían matar por ser políticos del PP y el PSOE y a los otros por ser ex miembros de la propia banda y por fundar el Foro de Ermua.

Para ETA y su entorno todos ellos estaban sentenciados porque eran traidores al pueblo vasco y, sobre todo, porque eran culpables de impureza. Los sentenciaban en juicios que se hacían sin togas pero con pasamontañas, claro. Y lo peor es que, incluso sin terrorismo, hay quienes siguen pensando así y propagan su fervor por los gudaris siempre que tienen ocasión. Por eso, amén de para combatir la desmemoria y la ignorancia, estos relatos son tan necesarios. Primo Levi dejó escrito que "si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder".

Volviendo a lo que nos ocupa aquí, es de justicia agradecer a Televisión Española que haya emitido estos dos documentales en esta semana de tantas declaraciones y tantas confusiones premeditadas a cuenta del décimo aniversario del "cese definitivo" de los atentados. Podría reprocharse, eso sí, que no se pudieron ver en prime time, que hubiera sido lo más justo, pero no lo tendremos en cuenta, porque siempre ha sido costumbre en la tele guardar para la madrugada las películas del terror más insoportable.

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