En 1971, Manuel Pastrana Griñán fue destinado al puesto de castigo de la Guardia Civil de Puntxas, en Irún (Gipuzkoa), donde ahora sólo queda una gasolinera, y con 23 años recibió de su general el que resultó ser el mejor consejo de su vida: "Manolo, no mate, que luego todo se sabe".
Esta advertencia le acompañaría toda su trayectoria: el ahora subteniente de la Guardia Civil fue testigo y pionero de los primeros pasos en la lucha antiterrorista contra ETA, estuvo infiltrado en la banda durante dos años, mandó en el GAL y participó en el 23-F.
Y aun con todo, hoy puede resumir treinta y seis años en el cuerpo dedicado a la lucha contra el terrorismo con una frase: "He disparado y me han disparado, pero no he matado a nadie". Lo hace, arropado por varios mandos retirados del instituto armado, durante la presentación del libro que recoge sus memorias: "Pastrana. En el nombre de la guerra sucia", una obra que también firma el periodista Joaquín Vidal.
"Fueron años muy difíciles. Había muertos todos los días", rememora el subteniente. Aquellos primeros pasos en la lucha antiterrorista eran intuitivos y estaba lejos de la sofisticación: "Ahí no había nada, la única inteligencia que había era la mía. Y si sigo vivo, es porque iba solo a todos lados."
Pastrana estuvo infiltrado en ETA dos años y lo hizo con el traje de guardia civil puesto, como agente doble. "Dos matrimonios de etarras de Plasencia" con los que hizo amistad en una cafetería le ofrecieron servir a la banda de informante en 1972 y el mismo día en que su mujer dio a luz a su hijo, tuvo su primera entrevista con el número uno de la banda, Domingo Iturbe Abasolo, alias Txomin.
"¿Que si he tenido miedo? Más que vergüenza. Pero hice lo que tenía que hacer". Y así fue como ETA creyó durante dos años que tenía un topo en la Guardia Civil cuando, en realidad, era el cuerpo el que tenía a Pastrana infiltrado en la banda. "Pagaban bien: en la Guardia cobrara 9.300 pesetas; con ETA, 30.000", rememora el agente.
Una vez abandonó el trato con la banda, el agente continuó en servicios especiales de la Guardia Civil hasta convertirse en, según él mismo se define, "el que más información ha manejado sobre ETA".
Tanto es así que cuando el secretario de Estado para la Seguridad del Gobierno de Felipe González, Julián Sancristóbal, necesitó hablar con "alguien de la mesa" de ETA, pensó en él.
"Me han dicho que o tú o nadie" fue la proposición que volvió a llevarle al País Vasco, esta vez a "echar tentáculos". Obtuvo el contacto del que ahora se refiere como "fulano" y cuya identidad ha decidido seguir preservando "porque sigue vivo". "Hay cosas que no prescriben y, por lo tanto, no se pueden escribir".
"Durante tres horas me entrevisté con él y ahí fue cuando les convencí de que ellos eran los malos y nosotros, los buenos". Pastrana asegura que consiguió persuadirles de eso y, a cambio de medio de millón de pesetas, de que les entregaran "varios comandos" que pudieron capturar gracias a él: "yo lo único que usaba era la información".
En su libro, Pastrana también recoge su experiencia como partícipe en la preparación del fallido golpe de Estado del 23-F. Cuando el teniente coronel Antonio Tejero le contó el plan, Pastrana asegura que trató de convencerle para que grabara en secreto sus conversaciones con los altos mandos porque no debía fiarse de las órdenes.
"Tenía un aparatito así", señala con las manos mientras recrea la conversación, pero no lo quiso usar porque "las órdenes venían de Zarzuela", aunque al final el golpe no triunfara "porque el rey no quiso". Y con esta simple sentencia, el subteniente cierra otro capítulo más de la historia de España de la que fue testigo y parte.
La idea de romper su silencio cuarenta años después surge de "las ganas de contar algo de verdad después de leer tantas mentiras", pero también para transmitir un mensaje: que como él, muchos agentes vieron su vida "vendida" a la lucha contra el terrorismo a cambio de poder decir hoy: "hemos acabado con ellos".
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