Paz Esteban López nació en Madrid en 1958. Mujer extraordinariamente discreta, no es nada fácil averiguar mucho más sobre sus padres, su infancia, sus primeros estudios e incluso sobre la fecha de su cumpleaños. Se sabe que está casada y que tiene una hija veinteañera. También que estudió lo que entonces se llamaba “Filosofía y Letras” en la Universidad Autónoma de Madrid. Su vocación, y en lo que se especializó, era la Historia Antigua y Medieval, carrera que rara vez proporciona a nadie una gran popularidad y una presencia constante en los medios de comunicación. Más aún si se tiene vocación de funcionaria y se aspira a pasar la vida entre legajos y papelotes: Esteban se puso a preparar las oposiciones a Archivos y Bibliotecas.
Pero ahí intervino un familiar; alguien que le propuso que se presentase a un puesto vacante que había en "un ministerio". El Ministerio resultó ser el de Defensa. Y el puesto vacante estaba en lo que entonces se conocía como La Casa: El Centro Superior de Estudios de la Defensa, el Cesid. Los servicios secretos españoles. Quien se había fijado en ella y le había hecho llegar la “sugerencia” era el director de la institución, el general Emilio Alonso Manglano.
Paz Esteban entró en La Casa hace 39 años, casi 40, gracias –entre otras cosas– a que habla inglés perfectamente. Nunca más se movió de allí. Llegó en una época en que a las mujeres, en los servicios secretos, se las contrataba casi nada más que para que hiciesen de secretarias, a nadie se le pasaba por la cabeza que pudiesen hacer otro trabajo. Paz Esteban, callada, amable, discretísima, sin dar un ruido, contribuyó a cambiar eso seguramente como nadie. Cuando preguntas a los "espías" del Cesid de hace años cómo era esta mujer, muchos coinciden en el término: "maternal". Les trataba de manera diferente como solían hacerlo los militares, que acababan de pasar el 23-F y andaban, cómo decirlo, un tanto alebrestados, porque el Cesid había hecho de todo en aquel episodio salvo preverlo y pararlo, que era para lo que estaban. Paz Esteban era eficiente, educada, profesional y empática. A aquellos audaces varones estaba haciendo falta alguien así. Llegaron a quererla de verdad.
Se especializó (o la especializaron) en análisis internacionales, en inteligencia exterior. Eran los tiempos en que se debatía agriamente el ingreso de España en la OTAN, que se acabaría produciendo en 1986, después del famoso referéndum. Sería difícil averiguar si Paz Esteban prefería el sí o el no. Hacía su trabajo y era eso lo que los demás, todos los demás, valoraban, fuesen del partido que fuesen. Jamás se alejó demasiado de su despacho, lo suyo no era el trabajo de campo. Se limitaba a reunir datos, a analizar y a escribir los informes. Sus superiores no tardarían en darse cuenta de la importancia que tenía que hubiese allí al menos una persona que se supiese de memoria las capitales de todos los países del mundo.
Hizo valiosos informes sobre los crímenes del 11-S en EE UU y sobre el 11-M en España. No es fácil averiguar qué trabajos hizo exactamente, durante aquellos años, Paz Esteban en los servicios secretos, ¡por algo son secretos!, pero está claro que supo ganarse la plena confianza de algunas personas con gran capacidad de decisión. Entre ellas el teniente general Félix Sanz Roldán, director de La Casa (que ya se llamaba Centro Nacional de Inteligencia, CNI) desde 2009. El que luego fue llamado "paño de lágrimas del Emérito" fue siempre uno de sus grandes valedores. En 2010, Paz Esteban dejó de ocuparse de redactar informes sobre lo que ocurría (o podría ocurrir) en Kenia o en Bielorrusia y fue nombrada jefe del Gabinete del director.
Pero su trabajo, como dice el periodista Miguel González, no era llevar la agenda del jefe ni organizarle los viajes y las comidas, que es lo que suelen hacer los jefes de Gabinete de los ministros. Paz Esteban se encargó de diseñar un departamento de estrategia y planes: algo que trabajase en el medio plazo y no tanto en lo que iba ocurriendo cada día aquí o allá. Sus informes estratégicos pasaron a ocuparse de estructuras y organigramas más que de hechos concretos. De estrategia y no de acontecimientos.
Fernando Rueda, seguramente el periodista español que más sabe de los servicios secretos españoles (su libro La Casa es una referencia insoslayable), dijo alguna vez que Paz Esteban era una mujer "de derechas". Puede ser. Cómo saberlo. Cuando en junio de 2017 la secretaria general del CNI, Beatriz Méndez de Vigo (hermana del ministro Íñigo Méndez de Vigo, del PP) dimitió de su cargo para irse a trabajar en la Embajada de España en China, la sustituyó Paz Esteban. El Real Decreto, en el BOE, está firmado por el Rey y por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, del Partido Popular. La discreta funcionaria madrileña, medievalista y archivera malograda, ya era la número 2 del CNI.
Pero cuando en 2019 se jubiló el propio Sanz Roldán, el gobierno de Pedro Sánchez, que estaba "en funciones", no podía nombrar a nadie para sustituirle. Paz Esteban llegó entonces a lo más alto, a la dirección del CNI, siquiera fuese de forma interina. Era la primera mujer que lo conseguía. Y ese nombramiento “automático” dejó de ser provisional al año siguiente, el 4 de febrero de 2020. El Real Decreto, en el BOE, está firmado por el Rey y por la ministra de Defensa, Margarita Robles. Del PSOE. Así pues, ¿es Paz Esteban una mujer de derechas o de izquierdas? Pues eso habría que preguntárselo a ella.
Esta mujer callada y eficaz, de la que no había en internet más allá de una o dos fotos hasta que la hicieron secretaria general del CNI, se ha visto repentinamente arrojada a la arena del coliseo mediático, con las fieras por allí sueltas. Alguien hizo público que los teléfonos móviles de unos cuantos políticos, muchos de ellos independentistas catalanes, estaban siendo controlados gracias a un sistema de espionaje israelí llamado Pegasus. Eso, si no se hace por mandato judicial, es manifiestamente ilegal.
Pero una cosa es la legalidad y otra la propaganda. Los indepes, socios indispensables del gobierno que preside Pedro Sánchez, montaron aparatosamente en cólera y vieron claramente la posibilidad de desacreditar al gobierno, arrinconarlo y sacar tajada, como tantas otras veces. Luego se supo que también habían sido espiados (¿por quién?) los teléfonos del propio presidente del gobierno y de los ministros de Defensa e Interior, entre otros. En los primeros casos, los dedos apuntaban al CNI. En los últimos había sospechas de que algo tenía que ver el rey de Marruecos.
El escándalo no hacía más que crecer mediáticamente y la polvareda fue tremenda. Ya no sirvió de nada que Paz Esteban compareciese por primera vez en su vida ante una comisión parlamentaria (la de secretos oficiales) y dejase claro que la vigilancia telefónica a los políticos independentistas contaba con la preceptiva autorización judicial, con lo cual, de ilegal, nada de nada. Tampoco sirvió de gran cosa que se supiese que el CNI había advertido al gobierno, hace más de un año, que tuviesen cuidado con sus teléfonos, que lo del programa Pegasus no era ninguna broma.
El gobierno, debilitado por la tormenta mediática y por el espectacular cabreo de los indepes, trató de defender, al menos al principio, a Paz Esteban, que no perdió la calma ni por un segundo. Lo hizo, o lo intentó al menos, la ministra Margarita Robles.
Pero al final, como en tantas ocasiones, el gobierno aplicó la vieja máxima: “Alguien tiene que tener la culpa de esto y no voy a ser yo”. Paz Esteban López fue destituida (no “sustituida” ni “relevada”: destituida, como dice el BOE) como directora del CNI el pasado 10 de mayo. Es sencillamente inocultable que su caída es un caso más de lo que, hace siglos, se llamaban “sacrificios humanos”: se coloca en el altar la cabeza o el corazón de una víctima propiciatoria para contentar o aplacar a los dioses. En este caso, a los políticos independentistas catalanes, de los cuales depende la frágil estabilidad del gobierno. Sánchez y Margarita Robles han sacrificado a una funcionaria ejemplar, con cuarenta años de trabajo eficaz y silencioso; alguien que se había empeñado en dotar al CNI de mayor transparencia, de mayor efectividad y de abordar una transformación digital más que necesaria. Y lo han hecho para evitar (o al menos aplazar) una convocatoria de elecciones generales que ahora mismo, con toda probabilidad, les habría enviado a la oposición. Ni más ni menos que eso.
La pregunta que pocos han hecho y que nadie ha contestado es esta: ¿qué fue lo que escucharon los que controlaban el célebre Pegasus, ya fuese el CNI o ya fuesen espías de otros países? ¿Qué descubrieron? ¿Qué altos intereses ponía en riesgo aquella información? ¿Tanto sabían, y tan grave, los servicios secretos españoles? ¿O estamos, una vez más, mirando al dedo y no a la luna (seguramente escuálida) que señala el dedo?
El pez wrasse
El pez wrasse (coris aygula) es un pececillo tropical perciforme que pertenece a la abundante familia de los lábridos. Vive en las zonas cálidas y templadas del Atlántico, del Índico, del Pacífico y hasta del Mediterráneo. Hay más de 300 especies de wrasses; dependiendo de la familia que se trate, puede medir desde unos pocos centímetros hasta casi un metro.
El wrasse es un animal sin grandes ambiciones, de costumbres sencillas y con una curiosa tendencia a quedarse dormido cuando más falta hace, como es el caso de los golpes de Estado. Suele rondar por los fondos marinos en busca de detritus y restos de otros bichos, que es de lo que se alimenta.
Pero, en el caso del coris aygula, hay una curiosísima característica que llama mucho la atención: sus colores. Es un pez blanco moteado de lunares negros. Es difícil verle los ojos, que están situados –según costumbre– cerca de la nariz, porque también son negros y con frecuencia se les confunde con los lunares que luce.
Sin embargo, cuando el wrasse se siente en peligro, hace una cosa: despliega completamente su aleta dorsal y de pronto aparecen dos “ojos” enormes y rojizos que parecen mirar no sin furor, no sin atrevimiento ni mala intención. Naturalmente, no son ojos de verdad; el wrasse no ve bien, se fía más de su olfato. Lo que hay en su aleta dorsal son manchas de color que parecen ojos, nada más. Pero esto el depredador, el enemigo o el pez molesto que anda por las inmediaciones, no lo sabe: cree que esas dos grandes manchas negras que tiene delante son los ojazos de un bicho muchísimo más grande que lo que el realidad es; y el incordión se asusta, se aterra, se cabrea, pide la dimisión del gobierno y grita, gemebundo: “¡He descubierto que me está mirando un pecezote enorme y espantoso y peligrosísimo! ¡Hay que salvar a la democracia!”.
El asustado huye y entonces, cuando todo se calma, el wrasse hace lo que suele: se busca un hueco en la arena del fondo marino, mueve un poco la barriga y la cola hasta ponerse cómodo y se queda, por fin, mansamente dormido.
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