Aquí va todo lo contrario a lo que el inspector Pelayo Gayol destaca una y otra vez. Él habla de “engranaje”, “equipo”… pero estas líneas se centran en su figura personal. Porque si algo revela GEO, más allá del límite son rostros hasta ahora desconocidos. Son las caras tras los uniformes de una unidad de élite; la unidad de élite de la Policía Nacional. Los encargados de llevar a cabo las intervenciones más quirúrgicas, arriesgadas, en las que todo -la vida y probablemente la seguridad de una parte de la sociedad- está en juego. Y de entre todos esos nuevos rostros hay uno que ejerce el liderazgo, que marca el camino a los candidatos y a quienes nos asomamos al proceso de selección que dirige. El instructor. El jefe. Pelayo Gayol. Un héroe se mire por donde se mire.
Espartano. “Todo lo que hacemos está orientado a salvarnos la vida en algún momento”. Habla en voz alta, pero sin romper el tono. No se traba, no duda. Su mensaje es claro: hay que ser fuerte. Y ‘espartano’ no es sólo una fortaleza física, una destreza destacada en el manejo de las armas -que también-, sino ser capaz de gestionar el dominio mental. Miedo, presión y agotamiento son los grandes enemigos a batir: “Tienes que creerte un poco inmortal”, reflexiona el inspector en una de las conversaciones a cámara en torno a las que se articula el documental.
Sólo así se entra en un edificio lleno de terroristas que acaban de perpetrar la mayor masacre de terrorismo yihadista en suelo europeo. Hasta ahora sólo se conocía el nombre de un operativo del Grupo Especial de Operaciones (GEO) que accedió a la vivienda de Leganés (Madrid) en la que se ocultaban los autores de los atentados del 11-M: el subinspector Francisco Javier Torronteras, muerto en la explosión con la que los terroristas, rodeados, decidieron quitarse la vida. “Un crack”, recuerda de él Pelayo Gayol.
El protagonista de la serie se revela hoy como otro de los integrantes del grupo de la Policía que entró en el piso. Guarda algunas secuelas físicas, pero más profundas en el alma. El rostro de Torronteras se le viene a la cabeza todos los días. Y si hubiera algún día en que no lo hiciera, las fotos del subinspector colgadas junto al tatami de entrenamiento, junto a las taquillas, se encargan de recordar quién es -en presente- y todo lo que representa para la unidad.
El padre de Pelayo Gayol era ganadero, un hombre hogareño al que recuerda siempre en familia. Todos ellos asturianos. Gayol arrancó un camino inédito entre los suyos, el de la Policía Nacional. Su primer destino forjó en buena medida su manera de llevar el uniforme; no como una profesión, sino como una forma de estar en el mundo. Fue en el País Vasco de los años 90, en una unidad de Información encargada de la lucha antiterrorista, cuando no había espacio suficiente en las portadas de los periódicos para tantos atentados que perpetraba ETA.
La 'agogé' del GEO
A partir de ahí se deslizan pocos detalles sobre su trayectoria y su existencia. Que formó su propia familia y que en 2015 superó el curso para ascender a inspector. Fue el número uno de su promoción, con una nota (casi 9,5) muy superior a la del siguiente en la lista (7,5), como apuntó el periodista Pelayo Barro a través de Twitter. Con casi tres décadas de experiencia a sus espaldas, curtido en cientos de operativos, es el encargado de escoger a los nuevos miembros de la unidad, de llevar al límite a los cien candidatos para que sólo queden los más resistentes, diestros y preparados para la batalla.
Si el entrenamiento extremo que superaban los espartanos era la agogé, el documental abre las puertas a la agogé del GEO, con marcados paralelismos a los que se llevaban a cabo en la polis griega. Aquí no van spoilers de las vicisitudes a las que se enfrentarán los cien policías que aspiran a entrar en la unidad de élite, ni cuántos superan las pruebas más extremas a las que se les somete -si es que lo hace alguno, Gayol recuerda una y otra vez que no tiene la obligación de incorporar nuevos agentes si ninguno alcanza la excelencia-, pero sí contaremos que se les lleva al límite físico y mental para hacer la criba definitiva. Que el río Tajo se convierte en una de las pruebas más exigentes.
“Sé que soy desagradable”, apunta Pelayo Gayol en una de sus alocuciones a los candidatos. Pero a través de sus gestos revela que también siente admiración por todos ellos. El mero hecho de presentarse al curso de acceso al GEO supone un esfuerzo ímprobo. Así se infiere en el documental. Gayol abraza como un padre al primer policía que renuncia y llora desconsolado porque pierde la oportunidad de formar parte de la unidad de élite.
Habrá a quienes les haya sorprendido que un grupo que se caracteriza por el anonimato absoluto de sus miembros haya abierto las puertas a un equipo de rodaje para que grabe sus rostros y técnicas. Fuentes de seguridad consultadas por Vozpópuli detallan que, con toda probabilidad, habrá que cambiar algunos de los pormenores del curso que se celebrará en la próxima edición para que los candidatos no accedan con la lección aprendida.
Poner rostro a quien hasta ahora no ha sido más que una sombra, no obstante, es imprescindible para comprender que, en algún lugar y en los momentos más complicados, hay un equipo de personas dispuestas a entrar en la vivienda en la que esperan los terroristas, para asomarse a los valores de unidad y fortaleza mental para combatir a enemigos invisibles, y para darse cuenta de que el río Tajo puede ser una suerte de Termópilas, donde sólo los espartanos más robustos son capaces de mantenerse en pie.
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