España

Pilar Rahola y la irritación del picapinos

Pilar Rahola Martínez nació en Barcelona el 21 de octubre de 1958. Es hija de José Manuel Rahola, ya fallecido, y de Pilar Martínez Ponsa. En la familia de su

Pilar Rahola Martínez nació en Barcelona el 21 de octubre de 1958. Es hija de José Manuel Rahola, ya fallecido, y de Pilar Martínez Ponsa. En la familia de su padre hay varias personas que se dedicaron a la política y también algunas que fueron represaliadas por sus ideas: el hermano del bisabuelo de Pilar fue el escritor Carles Rahola, fusilado por los franquistas en 1939. La madre de Pilar, sin embargo, se llevó un auténtico berrinche cuando supo que su hija de iba a dedicar a las malas artes de la política. De la infancia de Pilar cabe destacar que era una niña muy inteligente, muy despierta y activa, que le gustaban los animales y, esto sobre todo, que hablaba mucho. Muchísimo.

Pilar Rahola estudió Filología Hispánica y Filología Catalana. Esto sí se sabe. Se licenció en la universidad de Barcelona. Pero nuestra protagonista es una pionera en esa enfermedad que luego se ha hecho tan común entre los políticos: la “curriculunitis” o inflamación infecciosa de la zona curricular, que con frecuencia deriva en la aparición de másteres imaginarios y títulos ficticios u otorgados por debajo de la mesa. Durante muchos años, en su propia página web aparecía como “doctora” en Filología. Así se la presentaba en público sin que ella dijera nada. Y nada dijo hasta que alguien, hace nada más que ocho años, se dio cuenta de que aquellos doctorados eran falsos, porque Rahola nunca se doctoró.

Cuando le preguntaron por aquello, también fue de las primeras en proferir las que luego se han convertido en excusas habituales cuando a alguien le pillan mintiendo en estas cosas: ay, habrá sido sin querer, un despiste, lo habrá puesto mi secretaria, yo es que esas cosas no las miro nunca, je je, etc.
La trayectoria política de Pilar Rahola ha sido eminentemente migratoria, aunque siempre dentro del independentismo catalán y, como sucede con el vuelo de muchas aves, siempre orientada por el sol… que más calentase en cada momento.

Pero empezó por dedicarse a escribir, algo que se le ha dado siempre bien. Durante varios años dirigió la editorial Pòrtic y colaboró con diversos medios. Pero su carácter vehemente, desparpajado y echao p’alante la convirtieron muy pronto en candidata natural a todo género de tertulias televisivas, mesas de debate y opinadurías varias, sobre todo porque Rahola tenía dos condiciones muy valiosas para el oficio: era independentista declarada en los años en que aquello era casi un exotismo en los medios, y luego tenía la habilidad de contar cosas muy complicadas como si fuesen sencillas, aunque desde luego no lo fuesen.

Ese don, que luego han desarrollado hasta la extenuación numerosos políticos y que está en la génesis misma de lo que hoy se llama “populismo”, hacía de Rahola un personaje muy atractivo para todo tipo de tertulias en aquellos medios y programas que, ya en el siglo pasado, tenían por divisa el “Todo por la audiencia”, berlusconismo que más tarde ha triunfado en toda regla. Aún se recuerda aquella época milagrosa en que Rahola, Antonio David Flores y Javier Cárdenas eran compañeros en el programa Crónicas marcianas, una de las cabezas de puente de la telebasura en España. El problema era que, cuando Rahola tomaba la palabra, lo difícil era hacerla callar. No paraba ni para respirar.

Pilar Rahola comenzó en política en Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Fue teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona y también diputada en el Congreso (la única de su partido) desde 1993. Eran los tiempos en que ERC era un partido pequeñito en el que mandaban Rahola y el profesor y excura Angel Colom. Pero aquello no duró mucho: hubo un cruce de navajas dentro del partido, Josep Lluís Carod Rovira se hizo con el control y aquella extraña pareja, Colom y Rahola, abandonaron sonoramente ERC y fundaron el Partit per la Independència (PI), convencidos de que su popularidad arrastraría tras de sí a la militancia.

Pero no fue así. Los militantes no se comportaron como la audiencia televisiva y el PI, financiado ocultamente por Jordi Pujol –ese hombre honrado– para desactivar al catalanismo más radical y quedarse él con la mayor parte del negocio, fracasó completamente. Aquello acabó en los pantanales de la corrupción y con 75.000 euros que no aparecían por ninguna parte. Rahola, que siempre ha dicho que de todo aquel enjuague no sabía nada, conservó su escaño (aunque estaba ya en otro partido) durante tres años más, hasta 1999. Luego dejó la política y regresó a su medio natural: la prensa en todas sus variedades, los artículos, las tertulias.

Casada y con tres hijos (dos de ellos adoptados), tiene sus prioridades. Firme defensora en todas partes de la enseñanza pública, inscribió a una de sus hijas en un exclusivo centro de Suiza, L’Aiglon College, que le costaba 130.000 euros al año. El cabreo de Rahola cuando esto se supo fue tremendo. Tremendo e interminable, como casi siempre.

Su verbosidad era memorable en las presentaciones de libros, por ejemplo. Restaurante de tronío en el centro de Madrid. Comida que paga la editorial. Periodistas, micrófonos, cámaras. Habla el editor, habla alguien más (siempre hay alguien más) y luego, antes de que tome la palabra el autor, habla Pilar Rahola. No lleva notas escritas, habla de memoria. Comienza una disertación que pronto se adivina larga, llena de digresiones y sucedidos, que no tiene mucho que ver con el libro pero bueno, siempre con verbo muy rápido y voz potente. Después de unos diez minutos, dice: “Bueno, y para terminar, a modo de resumen…” Y lo que hace es volver a empezar, repetir lo que ha dicho, intacto y completo, desde el principio. Ese bucle podía repetirse una, dos y hasta tres veces (quien lo probó lo sabe), y Rahola tan solo concluía cuando los ceñudos camareros empezaban a retirar las mesas, aún con todo el mundo sentado, soñoliento y mirando el reloj.

El autor solo alcanzaba a decir: “Bueno, pues muchas gracias”, y salíamos todos corriendo de allí.
Cuando el procès estaba a punto de desencadenarse
, alguien decidió que era muy conveniente que se publicase un libro sobre Artur Mas, muy tocado por la crisis de aquellos años (2009) pero que seguía siendo el sol que más calentaba. Se lo encargaron a Rahola. La periodista escribió La máscara del rey Arturo, en donde dejó al presidente Artur Mas al borde mismo de la canonización. Desde entonces, nunca ha faltado en la Generalitat quien levantase el teléfono para recomendar a los medios afines una bien pagada colaboración, un programa, una tertulia, una columna, una sección para Pilar Rahola. Se volvió omnipresente. Lo único que le faltaba era dar la información del tiempo.

En el programa humorístico Polònia, de TV3, llegaron a hacer un sketch ironizando precisamente sobre eso su capacidad de estar en todas partes a la vez, como Fray Escoba y algunos santos más, muy pocos. No era raro ver su cara y oír su verbosidad interminable en varios canales de televisión el mismo día y a la misma hora, pero en programas distintos. En 2009 comenzó su trabajosa, resonante y sobre todo lucrativa colaboración en el diario La Vanguardia, donde sustituyó a Baltasar Porcel (recién fallecido) como columnista “estrella”.

Cuando el sol volvió a cambiar de posición en el firmamento político y derivó hacia los parajes en que habitaba Carles Puigdemont, Pilar Rahola migró una vez más y se puso a su servicio sin dudarlo. El nuevo president hizo con ella lo mismo que el anterior: protegerla, cuidarla, recomendarla, imponerla. Ha escrito muchos libros sobre los más variados asuntos y tiene multitud de premios, desde el Ramón Llull de novela hasta la Medalla al Mérito Sardanista. El sol de la Generalitat calienta mucho.

Hace unos días, el diario La Vanguardia decidió prescindir de sus artículos. Inmediatamente ella dijo que se trataba de un despido por motivos políticos e ideológicos. No es cierto. Eso es lo que se dice siempre, lo que asegura cualquier vanidoso cuando le quitan su columna. Pilar Rahola cobraba, por contrato, cantidades que hace diez o doce años podían ser habituales, pero que se han vuelto exorbitantes en la actual crisis publicitaria que afecta a todos los medios de comunicación. Ya nadie o casi nadie cobra lo que Pilar Rahola, en ninguna parte. Y además, su tirón con los lectores ya no es el que era, dicen en el diario. Y, por último, last but not least, es que es una pesada. Muy, muy pesada.

La irritación del picapinos

El pico picapinos (pájaro carpintero, picapalos, picamaderos, picatroncos, etc.) es un ave de la familia de los pícidos, que integra a más de doscientas especies diferentes. Se hicieron muy famosos, hace décadas, gracias a un personaje de dibujos animados: el Pájaro Loco, creado por Walter Lantz. Están extendidos por todo el mundo salvo en las regiones de climas extremos.

Muchas de esas especies son migratorias. Otras, pues no tanto. Pero la característica común y distintiva del picapinos es que se alimenta de los bichos que suelen habitar en o bajo la corteza de los árboles, para lo cual picotean rítmicamente los troncos. El mismo sistema utilizan para hacer sus nidos: pica que te pica, poc-poc-poc, hacen cavidades en los árboles y allí ponen sus huevos. El trabajo de excavar un nido en el tronco de un árbol puede llevarle al picapinos más o menos un mes de constante repiqueteo.

El picapinos tiene un pico durísimo y una configuración ósea en su cráneo que le permite picar y repiquetear durante el tiempo que haga falta sin sufrir lesiones, mareos ni dolores de cabeza. Pero eso les pasa a ellos. A los demás no. Quien haya vivido en un paraje en el que haya picapinos construyendo sus nidos (porque, además, no suele haber uno solo) sabe lo que es tener cerca algo muy parecido a una taladradora que no se cansa nunca.

Es muy mono y muy vistoso y llama mucho la atención, pero es un latazo de pajarito. Mientras las demás aves del bosque pían, trinan, gorjean o cantan de vez en cuando, y luego se dedican a otra cosa, el picapinos es un pelma que no calla ni debajo del agua. Y si alguna vez tropieza con un tronco demasiado duro, o que ya no tiene bichos comestibles dentro, el picapinos se irrita mucho y busca rápidamente otro árbol que sea menos españolista, menos cicatero y menos represor de sus derechos y libertades. Lo que se dice un tostón, el picapinos.

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