Esperanza Aguirre ha vuelto a equivocarse. Su paso por la presidencia de la Comunidad de Madrid estuvo marcado por diferentes tropiezos, como los casos de espionaje, la trama Gürtel o la financiación ilegal de su partido. Pero también por sus nombramientos.
Jesús Neira Rodríguez fue uno de ellos. Durante su mandato como presidente del Consejo Asesor del Observatorio contra la Violencia de Género de la Comunidad de Madrid fue detenido y condenado por conducir ebrio en la M-40 de Madrid, algo que le costó el puesto.
A él se sumaron otros nombres, como Francisco Granados o Alberto López Viejo, implicados en la operación Púnica y en la trama Gürtel, respectivamente. Y a pesar de estas caídas, Aguirre continuó firme y segura de sus designaciones. Incluso, defendió a capa y espada el honor de personas como Ignacio González, Lucía Figar e Isabel Gallego, salpicados también por la Púnica.
Durante una comparecencia en la comisión de corrupción, Aguirre afirmó que de los más de 500 altos cargos que había nombrado, solo dos le “salieron rana”. Así sentenciaba a sus dos viejos consejeros, Granados y López Viejo, que hoy cumplen prisión. Lo hizo para salvar las espaldas a personas como Ignacio González, uno de sus principales discípulos.
Granados supuso una gran decepción para Aguirre. Junto a Ignacio González, era su posible sucesor en el "trono". Dos hombres que lucharon en sintonía, y a regañadientes, durante el mandato de la presidenta. Le nombró consejero de Presidencia, Justicia e Interior, y quiso regalarle la portavocía del Grupo Parlamentario Popular en la Asamblea de Madrid; pero salió ganando González.
Esperanza Aguirre siempre tuvo una especial devoción por el segundo. Le concedió la secretaría general del PP de Madrid en 2011 y, tras anunciar su dimisión como presidenta de la Comunidad de Madrid en 2012, también le dejó su legado. Incluso, intentó colocarle como presidente de Caja Madrid. Aguirre le respaldó hasta la saciedad, y su mano derecha intentó seguir sus pautas, aunque las polémicas tampoco se lo pusieron fácil.
El fango de Gürtel, las comisiones ilegales y el ático en Marbella pusieron freno a una carrera que parecía no tener fin. Pero, aun así, Aguirre siguió apostando por él. En 2015, cuando ya se había destapado la trama, la entonces presidenta del PP de Madrid le concedía públicamente, una vez más, todo su apoyo, calificándolo de un “magnífico presidente” durante su mandato en la Comunidad.
Era una defensa mutua. Una simbiosis inalterable. González remó siempre a favor de la presidenta en el liderazgo nacional del PP. Y Aguirre seguía alardeando del “expediente absolutamente intachable” de González, haciendo oídos sordos a “insinuaciones” sobre un piso regalado. Pero hoy se le acusa de presunto blanqueo y financiación ilegal en el Canal de Isabel II. Una trama más a la lista.
Aguirre ya no puede hacer más por él. Y la historia se repite. El juez Eloy Velasco, quien condenó a Francisco Granados por la Operación Púnica, dirige ahora la Operación Lezo, en la que se encuentra implicado Ignacio González y por la que ha sido detenido. Él decidirá si lo convierte o no en rana, pero Aguirre ya no estará dentro para verlo.
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