El culpable fue Feijóo. Todo el PP miraba hacia las brumas de Galicia, a la espera de que el barón de los barones, el delfín eterno, se dignara a despejar la gran duda. Nada. En el rincón gallego tan sólo se escuchaba el silencio. Pasaban los días y nadie se aventuraba a proclamarse aspirante a liderar el PP. Hatsa que, de repente, un fogonazo inesperado. "Yo sí doy la cara, yo sí quiero ser presidente". Era Pablo Casado, (Palencia, 1981) por entonces apenas un vicesecretario de Comunicación, sorprendió a todo el mundo. Era julio del pasado año. "Le he echado un par, ¿no?", comentó en privado esa misma jornada.
"Casado se presenta". Las terminales de la derecha echaban chispas. Nadie lo esperaba. Feijóo, el que menos. Su duda hamletiana le había convertido en una figura de cera. ¿Voy o no voy?. ¿Sube o baja? A la gallega. El eterno sucesor esperaba que le tendieran la alfombra roja hasta la puerta misma de Génova. No quería rivales. Así se lo pidió al propio Rajoy, que le despejaran el camino. No quería competir ni con Soraya ni con nadie.
Ante la indecisión de uno y la perplejidad del resto, Casado, sin encomendarse a nadie más que a su familia y a un escueto puñado de amigos, dio el paso al frente. "Me he quitado la faja", señaló, en expresiva metáfora, también por esos días. Feijóo se pellizcó doce veces. No se lo creía. Soraya Sáenz de Santamaría, también en estado de meditación en el portón de salida, decidió lanzarse a la batalla, convencida de su victoria. Ese muchacho era muy poca cosa para la vicetodo, la mujer con más poder en España desde Isabel II. Dolores de Cospedal, por entonces secretaria general de la formación, hizo lo propio y lanzó su candidatura tan sólo para frustrar la victoria a su eterna rival. Las primeras primarias de la historia del PP estaban servidas. El 'pequeño gran hombre', como llaman a Casado alguno de sus colaboradores, había dinamitado la parálisis. Hagan juego, señores afiliados. Apuesten al continuismo o la reforma.
El feo gesto del líder defenestrado
Ganó Casado con el 57,2 por ciento de los votos. Fue un 21 de julio. En aquel congreso extraordinario, tras la moción de censura en la bochornosa tarde del bolso de Soraya, Rajoy ni se levantó del asiento a felicitarle. Le tendió la mano con displicencia. Su candidata era Santamaría. El joven dirigente popular, se apoyó en quienes reclamaban un cambio radical en el partido, sin marianismo ni aznarismo. Un PP 'sin complejos y con voluntad de renovación, ataduras y vergüenzas.
Una misión casi imposible. Sin reposo y sin treguas, Casado se puso afanosamente a la tarea. Casado es de los de Séneca: "Valora un día por toda una vida". Arrebatado por una hiperactividad superlativa, Casado no se ha regalado ni un minuto de respiro desde que llegó a la séptima planta de Génova.
Las amenazas de Vox y Ciudadanos
Ha dado unas doscientas vueltas a España con el empeño de despertar a una militancia convertida en un ejército de sonámbulos, sin rumbo, norte ni esperanza. Rodeado a media docena de los suyos, procedió a cambiar las cañerías del herrumbroso edificio del PP sin poder cortar el agua. El partido se desangraba por los costurones de los escándalos. Dos severas amenazas, Ciudadanos y Vox, le mostraban los colmillos a derecha e izquierda. "Nosotros lo tuvimos mal, pero tu lo vas a tener peor", le había advertido Aznar en la jornada de su consagración como nuevo jefe de filas del PP.
Esquivó Casado, no sin fortuna, la primera embestida de una larga serie. Todo se lo jugaba en Andalucía donde, una curiosa carambola, animada por la torpeza socialista, le permitió alcanzar la proeza. Acabar con un régimen corrupto de cuarenta años en una región donde sólo el PSOE había gobernado. Fue una noche de vino y rosas en la planta noble de Génova. Había empezado la remontada.
La historia dio un radical vuelco para el nuevo líder de la derecha española. La fotografía del trío de Colón, la convocatoria de elecciones generales anticipadas, la criba de las listas electorales (primera limpia dee los restos del marianismo) y el gran batacazo. Rl liderazgo recién estrenado estuvo a punto de sucumbir. Los barones, con ansisas de venganza, mostraron sus cuchillos. Pidieron cabezas.
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