Política

Felipe VI: tres años del Rey que no quiso borbonear

Tres años en penumbra, casi entre sombras. Una Corona sin brillos ni protagonismos. "Normalidad constitucional", dicen en Zarzuela. Felipe VI evita obsesivamente los errores y, casi en silencio, va sumando aciertos. 

Al tercer año, se puso el mundo por montera y se plantó en los toros. Tres días antes del tercer aniversario de su proclamación, Felipe VI, 49 años, rompió una tradición. Un gesto inusual en el Rey que evita las sorpresas, que no se salta las normas, que jamás hace ruido. Decidió presidir una corrida de toros en las Ventas. Nunca antes lo había hecho. En 2015 acudió a la plaza madrileña, al arranque de la Feria de San Isidro, pero siguió la lidia desde una barrera. Este viernes, se encaramó en el palco real para presidir la corrida de la Beneficencia, en compañía del ministro de Cultura y la presidenta de Madrid, Íñigo Méndez de Vigo y Cristina Cifuentes, respectivamente. Todo un acontecimiento.

No le gustan los toros a los Reyes. Don Felipe es como su madre, la Reina doña Sofía, nada taurina. De su esposa, doña Letizia, comentan que no carece de afición por la fiesta sino que le desagrada. Casi 'una antitaurina' en Palacio. Don Juan Carlos y la infanta Elena mantienen viva esta tradición borbónica, que, salvo por Froilán, está en vías de exitinción.

El 19 de junio de hace tres años, don Felipe fue proclamado Rey. Una abdicación exprés le situó en el vértice del Estado en el momento más difícil para la Corona. Los escándalos sacudían a la institución, que galopaba hacia el precipicio en el aprecio de los españoles. La Monarquía hacía aguas por todos los costados. Era preciso un cambio en el timón. Era urgente poner en marcha los mecanismos para precipitar una salida en el vértice del Estado que evitara el cataclismo.

Don Juan Carlos, asaeteado por los escándalos en la última etapa de su reinado, hostigado por la opinión pública, con un deterioro físico alarmante, tomó la impensable decisión. Tenía que irse para que todo siguiera, más o menos, igual. 

La transparencia y el 'compiyogui"

"Una Monarquía renovada para un tiempo nuevo", dijo don Felipe en su discurso de coronación ante las Cortes. Un tiempo nuevo en el que se afanó al instante, por poner en marcha medidas de inaudita transparencia en la Casa Real, tradicionalmente hermética, blindada a la luz pública, a la fiscalización de cuentas, al control de agendas y programas. Auditorías externas, código de conducta, publicación de retribuciones de todos los miembros de la casa... El nuevo Rey pisó el acelerador de las reformas. Era consciente de que había recibido una casa tambaleante, huérfana de ética y ajena a la ejemplaridad que se le demanda a la Corona. 

El nuevo equipo de la Casa Real levantó un cortafuegos para protegerse del incendio que abrasaba a la Zarzuela por los cuatro costados. Expulsó de la Familia Real a su hermana Cristina y a Elena, como 'daño colateral'. Expulsó a alguno de los colaboradores de su padre, como Ortega Spotorno, implicado luego en las 'tarjetas black'. Limitó en forma obsesiva la agenda privada, tanto de los Reyes como de sus hijas. "No dejan que veamos a la Princesa de Asturias, ni a la infanta Sofía", se escucha con frecuencia. 

Un asunto de índole interno aún permanece activo, excepción en ese empeño por restaurar la normalidad. José López Madrid, amigo de juventud del Rey, se ha convertido en el último quebradero de cabeza. Implicado en las 'tarjetas black', en un turbio asunto de acoso y agresión a una dermatóloga,  y, finalmente, en la 'Operación Lezo', disturba la anhelada tranquilidad de Palacio. Yerno de Juan Miguel Villar Mir, presidente de OHL, Lopez Madrid se convirtió en un estrecho amigo de la Reina, con quien compartía clases de yoga. Era el 'compiyogui', término acuñado por doña Letizia, que hizo fortuna en el chascarrillo popular, y altera la bonanza que se pretende en Zarzuela. 

El cambio radical del tablero político

Don Felipe confesaba cuando era Príncipe, que su intención era, una vez llegado al trono,  "administrar la normalidad". Por entonces todo parecía en orden, bajo control. La realidad se torció, la normalidad de evaporó. El esperpento se había adueñado del Palacio.

No ha tenido desde entonces un minuto de respiro. Tres años de sobresaltos y fatigas. La imagen heredada, el 'caso Nóos', el descontento social, la crisis económica, en mejoría pero sangrando y, por supuesto, el gran vuelco político, un terremoto atronador, que barrió el esquema de bipartidismo tranquilo con el que se funcionaba desde la Transición. Alternancia sin sobresaltos, gobernanza previsible, Parlamento estable. Todo saltó por los aires. Irrumpieron las nuevas formaciones políticas y el apacible terreno de juego, con dos grandes equipos apoyados por coyunturales satélites, se fue al garete.

Adiós a las mayorías parlamentarias sólidas, a los relevos razonables en Moncloa, al monótono discurrir del cambo de guardia en las bridas del poder. España se adentró en un territorio desconocido e inhóspito plasmado en un año sin gobierno seguido de un horizonte incierto. Y el desafío secesionista, un 'golpe de Estado a cámara lenta' para redondear el escenario de la zozobra. 

Hablar poco, escuchar mucho

Le tocó a su padre liderar la Transición, que celebra ahora los 40 años de sus primeras elecciones en libertad. Don Felipe ha evitado ese papel. Ha huido del protagonismo, de la relevancia, de la notoriedad. Reina en la distancia, en la penumbra, entre bambalinas. Conversa sigilosamente con los políticos, con empresarios, periodistas y líderes sociales. Escucha, atiende, pregunta. Emite juicios con prudencia y evita dar consejos o sugerencias. Nunca dice lo que se ha de hacer. Como mucho, desliza alguna indicación, según comentan en el entorno familiar.

Felipe VI el antídoto del "borboneo". La antítesis de su predecesor y padre. La otra cara de la medalla Real. Dicen en la Casa que don Felipe ejerce más de 'notario que de árbitro'. Toma nota pero no pita, ni advierte, ni reprende, ni sanciona. "Hasta sus discursos son suaves, llenos de matices, sutiles...", comenta un amigo del viejo Rey. "Por eso a veces resulta algo frío, distante, huidizo". Es otro estilo. Otra etapa. "Así tenía que ser, un giro de 180 grados para salvar a la institución. Nada podía hacerse como se hizo antes", añade.

La lenta recuperación de la imagen

Superado el trance del juicio de la Gürtel, en el que su hermana, la infanta Cristina, resultó muy bien parada. Desbloqueada la situación política que congeló su agenda y su actividad a lo largo de todo un año, la Corona se desespereza, sale tímidamente de su guarida en Palacio y ha retomado el ritmo habitual de su actividad. Los estudios demoscópicos señalan, quedamente, una resurrección paulatina de la imagen de la Casa. El CIS, sin embargo, dejó de preguntar, o de publicar, la opinión de los españoles sobre su rey. Del hermetismo en torno a don Juan Carlos al silencio en la Corte de don Felipe. 

Tampoco este año habrá celebración especial de la efeméride. Los Reyes estarán este lunes con los niños y con el mundo de la Cultura. Presentación de un programa para escolares en el Museo del Prado y reunión con el Patronato del segundo centenario de la entidad. El pasado año, por estas fechas, tampoco hubo especial festejo. El país se encontraba a las puertas de unas elecciones decisivas. 

España ha mudado radicalmente en estos tres años. Ha cambiado el Rey, el tablero político, el arco parlamentario. El único que ahí sigue, impertérrito, es Mariano Rajoy

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