Los Jordis habían llamado a la movilización frente a la consejería de Hacienda. Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, líderes de Omnium y ANC respectivamente, ahora en prisión, convocaban a sus activistas para concentrarse a las puertas del departamento que dirigía Oriol Junqueras, por entonces vicepresidente de la Generalitat y también ahora en prisión. Buena parte de este asedio es la base jurídica del procesamiento por rebelión de los líderes del golpe en Cataluña.
El 'procés' apretaba el acelerador. Los separatistas ultimaban los preparativos de la consulta. La policía buscaba urnas y no las encontraba. Los golpistas calentaban el ambiente. Aquel 20 de octubre de 2017 fue la jornada de mayor tensión callejera, política e institucional antes del 1-O. Un ensayo general con todo. Un despliegue de efectivos, las masas en la calle, los cuerpos de seguridad, cercados, saboteados, humillados. Las cámaras de la televisión del régimen escupiendo consignas. Los promotores de la sublevación jaleando a la caterva secesionista.
Urnas y papeletas
Esa mañana había arrancado con despliegue policiales en varios focos de Cataluña por orden del juzgado número 13 de Barcelona. Las fuerzas de seguridad buscaban las famosas urnas, papeletas, carteles. Material para el referéndum declarado ilegal por el TC. Se requisaron casi diez millones de papeletas, listas de votantes, actas de escrutinio, en una imprenta en Bigas i Riells. Se entró también en la sede de la CUP, formación de ultraizquierda separatrista, donde dos mil personas impidieron durante horas la salida de la Policía Nacional. Hubo detenciones en más de media docena de departamentos de la Generalitat.
Eran las ocho de la tarde cuando los Jordis lanzaron su penúltimo mensaje de reclutamiento de manifestantes para defender las instituciones catalanas, exigir la puesta en libertad de los detenidos. TV3 transmitía en directo la operación, lo que animaba a la movilización.
Todo había arrancado a las once de esa mañana cuando una comisión judicial, acompañada de agentes de la Guardia Civil, penetraba en la sede de la consejería de Hacienda. Abajo en la calle, muy poco tiempo después, en La Rambla esquina a la Gran Vía, empezaba a llegar la gente convocada en las redes sociales por los grupos de agitación. "Esta noche la pasaremos aquí", gritaban desde las aceras.
Dos mossos guardaban en la puerta. Una presencia puramente ornamental. Fue toda la dotación de policía autonómica que se movilizó en la jornada negra hasta medianoche, cuando el desbordamiento de la situación amenazaba tragedia. Sesenta mil persona llegaron a concentrarse en el lugar, según el auto del juez Llarena. "Una masa que se agolpaba hasta tocar la propia entrada del edificio".
Se produjeron entonces aquellas escenas que permanecen aún en las retinas de muchos. Los agentes no podían salir del edificio. La turba rodeó los vehículos de la Guardia Civil, se subían a ellos, los pintaban, los escupían, los llenaban de pegatinas, pinchaban las ruedas y hasta saquearon el interior. "Las armas que se encontraban en el interior de los coches quedaron al albur del vandalismo allí desplegado".
El gentío comenzó a arrojar piedras y proyectiles varios contra las paredes del edificio. No había mossos para formar un perímetro de seguridad. Se temía un desastre. La noche hervía en gritos contra España, contra los guardias y en pro del referéndum. Cacerolada, griterío, y zumbido de llaveros, una especialidad regional. El descontrol era absoluto. Tanto que los Jordis, transmutados en una especie de espartacos del Llobregat, los flautistas de ese incendiario Hamelin, se encaramaron en los desvencijados autos para, megáfono en ristre, disuadir a la gente para que empezara a volver a sus casas. Corría la cerveza por la zona y la noche estaba sumida en juerga de Lluís Llach. Sonaba 'La estaca' y hasta el himno del Barça.
Fuga por los tejados
Dos agentes de la Guardia Civil intentan salir por el cine Coliseum, colindante a la sede cercada. No lo logran. El juzgado de Instrucción, ante los visos de linchamiento que amenazaba la situación, comunica con Josep Lluís Trapero, por entonces mayor de los Mossos, para ordenarle expresamente que monte un operativo a fin de que la comisión judicial pudiera abandonar la zona sin riesgo para su integridad. Los guardias llamaría luego al menos seis veces y nadie movió un dedo en la central de la policía autonómica. Llegan tres vehículos de la Guardia Civil, únicos refuerzos. La turbamulta los rodea y han de refugiarse en el edificio de Hacienda.
Finalmente, ya de madrugada, aterrizó en la zona una dotación de Mossos que carga contra los congregados y monta un cordón al objeto de que los guardias civiles pudieran abandonar la zona. Una veintena de agentes amen de la comisión judicial seguía encerrada. A las 3,20, cinco agentes salen de las dependencias de la Generalitat escoltados por los mossos. El resto de los efectivos, junto con la funcionaria judicial, tuvo que escabullirse por el teatro vecino luego de trepar hasta la azotea y saltar al edificio. Ya eran las siete de la madrugada.
"Todo fue pacífico, alegre", relataban ante el tribunal los Jordis, que reniegan ahora de la violencia, la presión, los enfrentamientos. Fue Jordi Sánchez quien lanzaba a los manifestantes los gritos de "No pasarán" y retaba al Estado a confiscarle las urnas. Fue Jordi Cuixart quien gritaba que 'hoy estamos miles y mañana seremos decenas de miles'
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