A don Vicente le faltaba este trofeo en la vitrina. Es campeón de Europa y del mundo de clubes y selecciones, recibió la Gran Cruz al Mérito Deportivo y en varias ocasiones la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol le reconoció como mejor seleccionador del planeta, pero su palmarés estaba incompleto. Faltaba la guinda, una dignidad que hiciera justicia a tantos años de templanza y magnanimidad, de mesura en el juicio público, de ejemplo para los niños y los políticos, que ya sabemos que muchas veces se comportan igual, cuánto podrían aprender de Del Bosque y etcétera, etcétera.
Ha tenido que venir la Generalitat de Carles Puigdemont a llenar el vacío. “Por su predisposición a posicionamientos públicos siempre favorables al diálogo y la concordia”, el Ejecutivo que dedica todas sus energías a gobernar contra más de la mitad de los catalanes y no vacila en forzar o saltarse la ley para conseguir sus propósitos tiene a bien otorgar a Vicente del Bosque el XIX Premio Blanquerna. También a José Luis Rodríguez, presidente de Nueva Economía Fórum, que da voz a todas las sensibilidades en sus foros. No como Junts pel Sí, le faltó añadir a la organización, que cambia el reglamento del Parlamento catalán para aprobar normas sin que la oposición pueda chistar siquiera y hace caso omiso a las resoluciones de su propio Consejo de Garantías. Por citar algunos de los últimos ejemplos.
Fue todo un despropósito. Ver al seleccionador de la España campeona del mundo de conchabeo con los que se proponen romper el país no es un escándalo, porque conocemos al personaje y porque tampoco es cuestión de ir por la vida fiscalizando cada evento de la nutrida agenda social madrileña, pero pudieron ahorrarse algunas toneladas de almíbar en el montaje.
La Generalitat reconoce al exseleccionador nacional “por su predisposición a posicionamientos públicos siempre favorables al diálogo y la concordia”
Los discursos apenas intercalaron un puñado de preposiciones y verbos entre los trending topics con que bombardearon sin descanso en aras de ese objetivo tan evidente como imposible de legitimar la causa independentista. “Diálogo”, “entendimiento” y “concordia” recetaban machaconamente la maestra de ceremonias, Cristina Villanueva; los ilustres galardonados; Puigdemont; y el señor delegado de la Generalitat en Madrid, Ferran Mascarell, que tuvo mucho protagonismo.
Con Montilla y sin Mas
Si un marciano hubiera aterrizado en el auditorio, no hubiera sospechado ni por asomo que acaban de condenar a tres referentes del independetismo por desobedecer al más alto tribunal de garantías del Estado o que Puigdemont está impulsando una secesión sin cobertura legal, apoyo social mayoritario ni el más mínimo respaldo internacional, amén de dar plantón a cada convocatoria que se le hace desde el Gobierno central sin otorgar un trato lo suficientemente privilegiado para Cataluña, según su criterio.
Es esa retórica cansina y mentirosa con la que el nacionalismo catalán pretende vender que su causa es la de la libertad y la democracia, frente a los inmovilistas -cuando no fascistas- que no permiten poner urnas y niegan a una sociedad sus legítimos derechos. De soberanía nacional, Constitución, igualdad ante la ley y derecho comparado no se habló mucho, pero sí se explotó la plática soberanista que quiere distintos a unos españoles de otros y constantemente alude a “la sociedad catalana y la sociedad española”, como si la segunda no incluyera a la primera.
Méndez de Vigo y Ayllón escucharon en primera fila el mal disfrazado rapapolvo que la Generalitat dedicó a Moncloa
A dar empaque y fuste a todo esto se prestó un Marqués del Reino de España -"en Cataluña no hay marqueses", quiso pontificar Guardiola, y ya no hace falta citar a Mingote o Tàpies para rebatirle- y unos cuantos invitados de postín entre los que, por cierto, no estaba Artur Mas. Sí José Montilla. Y toda la representación del PDeCAT en la capital, frente a una testimonial de ERC, porque este sarao iba más con la parte burguesa/conservadora del secesionismo -que también allí tienen sus guerras-.
Moncloa envío una delegación de altura: Méndez de Vigo y Ayllón figuraron en primera fila, estoicos ante el muy mal disfrazado rapapolvo que les llovió desde el escenario durante media hora y deseosos de combatir con hechos como ese el discurso de que Rajoy ignora a Puigdemont. No puede decirse que la trampa fuera difícil de detectar: la Generalitat rescató unos premios que no concedía desde 2010 para resaltar quién es dialogante en Madrid -y, por lo tanto, quién no lo es- cuando el procés encara la recta final hacia el precipicio del referéndum unilateral. Una de dos: o se trata de preparar el terreno a la aplicación del 155 -y poder decir entonces que "por nosotros no quedó"- o se ha optado definitivamente por poner la otra mejilla.
Abrió y cerró el acto Maika Makovski al piano, que no todo fue enteramente desaprovechable. La arcadia feliz que los independentistas se construyeron en el Museo Reina Sofía durante unos minutos se disolvió con un cóctel -"por el entendimiento", por supuesto- y después de que se escuchara a Puigdemont citar el himno del Real Madrid: "Su bandera, limpia y blanca que no empaña...". La impostura fue demasiado tosca. Pero nos da para desear que el molt honorable encuentre de nuevo inspiración en el himno blanco cuando dentro de unos meses suceda lo inevitable. Concretamente, en aquello de "enemigo en la contienda, cuando pierde da la mano..."
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