Cuando Pablo Iglesias dijo el pasado 20 de mayo en la Puerta del Sol aquello de "los números del Parlamento no son los de la calle", seguramente se estaba sintiendo calle en su concepción dialéctica del poder. Ya saben: los "puros", él y los suyos, y "la trama", el resto de las fuerzas en el Congreso.
El problema es que ese relato, corrosivo donde los haya, se le volverá como un bumerán y le irá condenando a la irrelevancia, como se demostró ayer cuando salió a la calle solo un poquito, apenas unos cientos de metros más allá de los leones del Congreso y un huevo lanzado por alguien del colectivo de taxistas contra Uber y Cabify le impactó.
La cara de contrariedad del líder de Unidos Podemos lo decía todo. Conocedor de las técnicas de persuasión y agitación política como pocos, de los diferentes tonos de lenguaje y la manifestación calculada de la ira, supo en ese momento que él ya es parte de la "trama" que denuncia el autobús que ha mandado a recorrer las ciudades españolas. Al menos para el lanzador anónimo del huevo.
Pero... ¿Le convierte realmente ese gesto desabrido en cómplice de la introducción de plataformas que, por la vía de los hechos, están liberalizando el sector del transporte y tirando hacia abajo de los precios que pagan los usuarios? No. Simplemente muestra la impotencia de quien, por más que reivindique la calidad de los 5.045.164 votos logrados por la formación morada en las elecciones del 26 de junio, siempre va estar en minoría frente a los 15 millones restantes.
Por eso es clave lo sucedido: cuanto más haga notar Iglesias su minoría frente a ese "Parlamento", más se notará su impotencia numérica y más gente habrá en la "calle" dispuesta a recordárselo.
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