El PP bracea a la desesperada para salir del profundo agujero en el que quedó sumido hace uno año, tras la defenestración de Mariano Rajoy. Un esfuerzo hercúleo, un reto casi imposible que Pablo Casado, presidente de la formación, trata de sacar adelante. El doble test electoral ha estado a punto de tumbarle en la lona. Ahora necesita tiempo para consumar sus planes. Primero, asegurar el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid en la batalla de los pactos. Un paso imprescindible sin el cual seguiría a la deriva. Luego, reorganizar la la cúpula de Génova antes del verano. Finalmente, "reconstruir el partido piedra a piedra", como prometió tras el naufragio de las generales.
"Si ofendí a alguien, pido disculpas". El 1 de junio del pasado año, Rajoy se convertía en el primer presidente de la democracia derribado en una moción de censura. Salió zombi del restaurante, después de una larga tarde de whisky y lágrimas. Días después, abandonó catatónico el palacio de la Moncloa. Repasa el expresidente, en los habituales almuerzos de nostalgia que celebra con sus fieles, algunos errores cometidos. No se hace autocrítica. Se señala culpables. El PNV, fundamentalmente, el gran traidor. Pasó en siete días de apoyar los presupuestos a respaldar la moción. "Traidores y cobardes", se escucha en dirección hacia el norte. El PNV siempre fue así.
Tres graves errores
Un año después, en el 'nuevo PP' se repasan las pifias de aquella tormentosa semana. Tres grandes patinazos. El primero: Soraya Sáenz de Santamaría dio por hecho que los vascos no apoyarían a Sánchez. Así iba a ser hasta que el partido de Puigdemont, pese al criterio del propio Puigdemont, se subió al carro de Sánchez e Iglesias. Los nacionalistas vascos se vieron forzados a apoyar la moción. "No podíamos quedarnos solos en la defensa de Rajoy".
Segundo punto: Rajoy y Ana Pastor se equivocaron en la celeridad al convocar la moción. Apenas una semana entre el paso del PSOE y la sesión en las Cortes. Todos coinciden en que, con dos semanas de debates, algunos socios de la moción se habrían descolgado. Un poco de debate habría modulado algunas posiciones.
Finalmente, el empeño de Rajoy en no dimitir, como le invitaba Sánchez. "Dimita, señor Rajoy, dimita y esta moción se habrá acabado aquí", le espetó durante el debate parlamentario. Se habrían celebrado elecciones y muy difícilmente el PSOE hubiera redondeado la mayoría. Quizás Ciudadanos, que apuntaba líder en las encuestas.
Doce meses después, Pablo Casado intenta reflotar el que fue gran buque de la derecha española. "Se quedó encallado en el bolso de Soraya", comenta con ironía un miembro de la dirección. Se impuso a las todopoderosas Cospedal y Santamaría en unas primarias inéditas en el PP, que cubrieron de costurones la maltrecha epidermis del partido.
Relegar aznaristas y marianistas
Pese a todo, logró su primer triunfo en diciembre, al hacerse con la presidencia andaluza. Poco más. Sus apuestas ideológicas, más aznaristas de lo que algunos querían, han desatado feroces tormentas intestinas. El nefasto resultado del 28-A estuvo a punto de producir una insurrección interna. El aceptable resultado del 26-M no amainó las turbulencias. Núñez Feijóo y otros barones protagonizaron un broncazo sin precedentes en el comedor de Génova.
Los planes de Casado pasan por hacerse fuerte en Madrid, aunque se renuncie a Castilla y León, el otro fortín casi perdido. Abordará luego la reforma de su cúpula, ahora algo esquífida. La quiere más potente y mejor dotada. Luego se lanzará a la estructura de la formación. En Madrid y en la periferia. No ha tenido tiempo de atacar ese flaco, clave para su supervivencia. "Mientras no haga eso, hasta que no acabe con los restos marianistas, sorayistas y el avieso Feijóo, no descansará el partido ni él vivirá tranquilo". Un año después de la larga tarde de los whiskies de la moción, el PP lucha por su supervivencia.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación