En tres años en Podemos han cambiado muchas cosas. El grupo de fundadores se ha desmembrado y la formación ha perdido fuelle. El cambio inspirado en el lema “ni derechas ni izquierdas”, fruto del populismo puro errejonista, ha dejado paso a un partido vertical y anclado en la retórica clásica de la izquierda española alternativa al PSOE. Con una novedad relevante: por primera vez los comicios pueden sellar el fin de la gestión de Pablo Iglesias como cara visible del partido de los indignados.
Iglesias lleva siendo el candidato de Podemos durante los últimos cuatro ciclos electorales: las europeas de 2014 (con las que llegó a la Eurocámara) y tres generales (2015, 2016 y 2019). Una continuidad que choca con las alabanzas a la limitación de mandatos que hacia su partido al nacer, de manera que Iglesias sabe que su tiempo al mando de Podemos puede ser limitado.
La cuestión de su relevo está sobre la mesa. Y el resultado electoral del próximo domingo será clave para determinar en qué posición llegue el líder al futuro Congreso de Vistalegre III, que podría adelantarse a octubre.
Poder e influencia
De tal manera que Iglesias ha abordado en esta campaña sobre todo por el día después del voto. Antes, el partido tenía la esperanza de tocar poder pero también de influir. Y en parte lo ha logrado: véase el cambio de registro socialista (desde el lenguaje inclusivo del “nosotros/nosotras, hasta la asimilación de políticas económicas como la renta ciudadana o el salario mínimo interprofesional) en estos años.
Ahora sin embargo, es necesario gobernar. Porque solo de esta manera podrá blindar su control interno del partido durante al menos dos o cuatro años.
Iglesias comenzó su campaña electoral con poca gasolina. Su regreso de la baja de paternidad fue más duro de lo esperado. Con un partido roto, una gestión de Irene Montero con muchos agujeros y una difícil cuesta arriba que remontar en tan solo 30 días. No obstante, hoy Iglesias es más optimista.
Fuentes de Podemos explican que su regreso empezó a notarse en los sondeos internos poco antes de la Semana Santa. Fue el momento en que Podemos marcó la agenda política con sus ataques a las “cloacas del Interior” y cuando se empezó a elaborar un perfil de candidato alejado de los tonos más rupturistas.
Centralización del partido
Para su giro Iglesias tiró, una vez más, de la experiencia latinoamericana. Empuñó una copia de la Constitución del 78 en formado bolsillo, al igual que lo hacía Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro. Y se erigió a bandera de la moderación, con el intento de aprovechar la campaña dura de Ciudadanos y el PP por el efecto Vox: “Esto nos ha permitido centrarnos”, afirman en Podemos.
El partido comenzó a hablar de remontada en Semana Santa. Recuperó el lema que empleó en 2016 para dar el sorpasso al PSOE, aunque lo hizo con la boca pequeña. Una evidencia de que Iglesias no quiere que un posible fracaso electoral el 28 de abril acabe fortaleciendo los que ya están pensando (y trabajando) para su relevo. Otra prueba de ello es que los carteles y publicidad de Podemos carecen de menciones al candidato.
Del 15% al 12% de votos
Aunque el verdadero vuelco se dio el lunes, y sobre todo el martes pasado. Iglesias destacó en los debates y eso le permitirá defender su actuación de cara a las críticas en caso de batacazo. Además, se abrió paso en el nicho de los indecisos de izquierdas. A ese segmento Iglesias ha decidido dirigirse desde entonces, para alertar sobre un posible pacto entre Pedro Sánchez y Albert Rivera después de los comicios.
Logró incluso que Sánchez dijera delante de las cámaras que no tenía pensado un pacto con Ciudadanos. Declaraciones que matizó menos de 24 horas después, en un estilo nada extraño en el candidato socialista.
En esos días, el gran miedo compartido entre los dirigentes del partido morado era la abstención. Es decir, la desilusión de los millones de electores que les dieron su voto hace tres años. Ahora, la lectura es diferente. Saben que es necesario jugar en defensa, y el umbral mínimo de aceptación para dar una lectura aceptable de los comicios ha pasado del 15% de votos al 12%. Eso sí, por debajo de esa cota el seísmo amenazará con derrumbar toda la estructura.
Relevo interno y pulso de Errejón
Hay rumores de todo tipo en cuanto al relevo a Iglesias. Desde Alberto Garzón, actual coordinador general de IU, a un grupo de dirigentes locales, los barones, dispuestos a dar el paso. Para que esto no ocurra, Iglesias necesita entrar en un Ejecutivo sí o sí. Solo de esta manera podrá entregar las llaves de la formación a Montero sin que se genere otra temida guerra interna.
Mientras, fuera de la casa morada espera Errejón. Y sobre todo Tania Sánchez. Ellos saben que el resultado de las generales determinará la capacidad real de su Opa a Podemos. No quieren repetir la marca ni el proyecto. Pero sí devorar su electorado, y si es posible robar también algo al PSOE.
En definitiva, estas elecciones son para Iglesias más importantes de puertas adentro que afuera. De ellas dependerá la prolongación de su liderazgo y, en definitiva, del tiempo que el político podrá seguir cobrando del cargo público. Aunque si las cosas van mal, le quedará su actividad de publicista, escritor e investigador universitario. O incluso una entrada en el gran slam de las tertulias y programas televisivos. En realidad, lo que el joven Iglesias siempre ha soñado, desde los tiempos de La Tuerka e Intereconomía.
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