La reunión de Moncloa entre Rajoy y Puigdemont se produjo 24 horas después de la que celebraron en Barcelona los 'números dos' de ambos gobiernos. Quizás de una salió la otra. Soraya Sáenz de Santamaría pretendió sostener una cara a cara reservado con Oriol Junqueras. No pudo ser. La Generalitat se encargó de anunciarlo y finalmente la reunión se celebró sin secretismos. Un golpe bajo, una tarascada entre socios de gobierno que no se soportan.
Al día siguiente tuvo lugar la visita de Puigdemont a Madrid, de la que nada se supo hasta que alguien se lo transmitió al rotativo catalán. En Moncloa dan por hecho que se trata de una ‘venganza’ de los republicados. “Ese plato siempre se sirve frío”, comentan. Una torpeza, "porque a Rajoy se le gana con la discreción"·, señalan en Génova.
La gran bola de nieve
Una cataratas de mentiras, medias verdades o patinazos mayúsculos se han sucedido en los últimos días desde el momento en el que Enric Millo, delegado del Gobierno en Cataluña y mano derecha de Santamaría en la ‘operación diálogo’, desveló en una entrevista radiofónica la existencia de ‘contactos discretos a todos los niveles’. Estalló la tormenta. 'Alguien se está viendo' con alguien de tapadillo, era la versión que circuló esos días por Madrid y Barcelona. El lunes de esta semana, la vicepresidenta se desplazó a Cataluña, un paso más de su agenda de mano tendida hacia esa comunidad. No soltó prenda. Por la mañana, el líder del PP en Cataluña, Xavier García Albiol, aseguró con firmeza que “el Gobierno de España” no está manteniendo reuniones secretas con nadie”.
Quien puso más énfasis en el desmentido fue la propia portavoz del Gobierno catalán, Neus Munté. “No ha habido reuniones ni privadas ni oficiales. Créanme, nos gustaría que hubiera negociaciones en el formato que fuera”. Algún dirigente de ERC, supuestos filtradores de la noticia, se mantenía en su escepticismo sobre el encuentro.
Mariano Rajoy, ese lunes, echó balones fuera la ser preguntado por dos veces sobre el particular tanto en Málaga, donde se celebraba la ‘cumbre’ hispano-francesa, como por la noche en una entrevista en Telecinco. Millo, a esas alturas, atribulado por la bola de nieve que sus palabras había provocado, intentó dar marcha atrás y negó que hubiera versiones diferentes entre la delegación del Gobierno y el PP catalán.
Terció entonces Miquel Iceta, jefe de filas de los socialistas catalanes, quien en una acto celebrado en Madrid, dio por hecho que las conversaciones existen, porque “sería inimaginable que no las hubiera”. Nuevo rosario de desmentidos desde las filas secesionistas, con Francesc Homs, portavoz de los diputados de PeDeCat en el Congreso, quien señaló que ‘ni me consta ni me lo imagino’ y hasta Joan Tardá, su homólogo de ERC, aseveró que “estoy convencido de que no ha ocurrido”.
Ocurrió. Y ya es de general conocimiento. Los protagonistas de la historia mantenían este miércoles su silencio o seguían mirando disimuladamente al tendido. Puigdemont habló de que “no ha habido negociaciones”, una fórmula escapista para no reconocer que hubo ‘conversaciones’. El jefe del Gobierno catalán pretendía con esta fórmula salvar la resquebrajada imagen de su portavoz, Munté, la más vehemente en los desmentidos o en las mentiras. Rajoy, en el Congreso, se salió por los cerros de Úbeda, sin incurrir en las falsedades de tantos voceros improvisados.
Moncloa pretende que el anunciado encuentro entre ambos dirigentes no se celebre en forma pública, con luz y taquígrafos, hasta que se tenga seguridad de alcanzar resultados concretos. “Darle vuelo a una mera charla es insuflarle aire al proyecto de referéndum que impulsa la Generalitat”, comentan en fuentes del Gobierno central. Puigdemont se empeña en hacer de su consulta el eje de un encuentro. Rajoy no quiere ni publicitarlo ni menos aún, avalarlo. Quizás sigan hablando por teléfono, como hasta ahora. Pero, después de lo ocurrido, un nuevo despacho entre ambos parece que tardará en llegar.
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