Cuando Yolanda Díaz renunció al liderazgo orgánico de Sumar consumó una farsa, porque su intención era desentenderse de las cuestiones internas que solo le daban dolor de cabeza. Pero en realidad quería mantenerse como cabeza visible dentro del Gobierno. Su intención era que la gente siguiera identificándola con Sumar y mantener así la poca influencia que aún le queda en el conglomerado de partidos que conforman su coalición. Pero Moncloa no se lo está poniendo fácil. El presidente, Pedro Sánchez, que lleva meses absorbiendo a su socio, está promocionado al ministro de Cultura, Ernest Urtasun.
En lo que va de año, la vicepresidenta ha comparecido cuatro veces tras el Consejo de Ministros por tres del titular de Cultura, una cartera con bastante menos peso político. Llama la atención que fuera él y no Díaz quien presentara en la última rueda de prensa el plan de "acción por la democracia" con el que el Ejecutivo pretende meter mano en la libertad de expresión y en el sistema mediático para poner fin a los "bulos". Una norma que Moncloa considera tan imperativa para "regenerar la democracia" se quedó sin el rostro de la otrora gran esperanza de la izquierda.
La figura de Yolanda Díaz está tan desgastada que el PSOE la da por amortizada. Como ya contó este diario, los socialistas empiezan a hacer cábalas sobre el fututo de su izquierda. Y la apuesta de la dirección del partido está clara: deberán ser Izquierda Unida y Podemos quienes recompongan las costuras de un espectro político roto por la falta de acierto de la vicepresidenta segunda a la hora de unir a los suyos. Y, al menos en Madrid, empieza a haber contactos extraoficiales para impulsar esa alianza de nuevo.
Sumar, en efecto, no lo tiene nada fácil. Es más, la apuesta de la gran casa de la izquierda española es que este partido va camino de morir. Son ya tres -Compromís, Mès y Chunta- los que abandonaron el barco. Ninguno de estos partidos se sentó en el cónclave que se reunió para hacer un primer balance de la crisis que se desató la debacle del último ciclo electoral -gallegas, vascas, catalanas y europeas-, establecer un calendario y unas normas para el un futuro más que incierto.
Yolanda Díaz ha perdido toda la fuerza que un día tuvo en el Gobierno, alimentada por el propio Sánchez y algunos gurús mediáticos de la izquierda. Pero nadie en Moncloa la tiene ya en consideración. La vicepresidenta segunda ha perdido aura. La integrante de Sumar ha pasado en menos de tres años de arrastrar todas las miradas a pasear casi sola en el Congreso, sin apenas prensa acompañándola.
En verdad, la vicepresidenta segunda no hace más que desentenderse del futuro del espacio político que todavía aspira a representar en el Gobierno, así como del partido que creó para su coalición: "No me compete [cómo articular todo ese espacio para que sea eficiente electoralmente]", dijo el pasado fin de semana en una entrevista el El País.
Aunque la también ministra de Trabajo sigue lanzando bombas de profundidad a los morados, a quienes sigue queriendo muy lejos de ella misma y de Sumar. "Estoy absolutamente segura de que las formaciones que representan al espacio progresista van a estar a la altura. Pero no va solo de caminar juntas. Es que podemos ir juntas y si no generamos esperanza… el miedo no moviliza". Todo un golpe a la forma de hacer política de los morados que tanto la ha irritado y que tan bien ejemplificaban Pablo Iglesias e Irene Montero.
La situación interna de Sumar es, por tanto, una bomba de relojería que amenaza con reventar la dinámica de entendimiento. Porque a Yolanda Díaz se la ha criticado su personalismo y su insensibilidad con las identidades territoriales de los partidos que integran la coalición Movimiento Sumar, que no quieren ceder su trozo de la tarta. Además, el eterno debate formal vuelve a ponerse encima de la mesa: un amplio sector de la izquierda lamenta que tanto Errejón como Díaz se hayan esforzado en ser una suerte de marca blanca del PSOE, aceptable para la élite.
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