Pedro Sánchez ha ido rumiando la decisión de volver a las urnas el 10 de noviembre prácticamente desde la misma noche de las elecciones generales del 28 de abril. Esa es la impresión que alberga buena parte de la cúpula del PSOE y a la vieja guardia. "Yo esperaba 140", dejó dicho a alguno de los que se apresuraron a felicitarle por los 123 diputados, en persona y por teléfono, según ha sabido Vozpópuli.
Según algunos testimonios, Sánchez compartió con su núcleo duro que había que llamar a Albert Rivera para sumar con los 57 escaños de Ciudadanos una mayoría absoluta de 180 diputados, pero su director de gabinete, Iván Redondo, le convenció de que, primero, había que "intentarlo" con Podemos... Aunque solo fuera para no defraudar a los cientos de militantes que en la calle Ferraz gritaban "¡¡Con Rivera no!!" y a quienes el presidente intentó acallar matizando: "No soy partidario como ellos de cordones sanitarios".
Ya debía intuir aquella noche que, pese al triunfalismo oficial por haber pasado de 84 a 123 escaños y al hecho de que no había alternativa a su investidura, ésta no iba a resultar un paseo militar; Primero, porque Pablo Iglesias no se lo pondría fácil ni siquiera cayendo de 71 a 42 diputados -mantuvo su exigencia de ser vicepresidente hasta una semana antes de la investidura fallida-, y, segundo, porque necesitaría la abstención de los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) para salir elegido.
Y esa percepción le ha acompañado en estos cinco meses de legislatura, como demostró en la primera entrevista concedida tras conocerse la convocatoria electoral insistiendo en que nunca estuvo dispuesto a gobernar a cualquier precio, es decir, con la espada de Damocles de la abstención/rechazo de ERC:
Estoy seguro de que seremos capaces de formar #Gobierno. Pero lo importante es que se forme un buen Gobierno, no cualquier Gobierno. Nosotros no estamos en el poder por estar. Estamos en el poder para transformar. Esa es la ética del poder para la gente de izquierdas. #SánchezARV pic.twitter.com/zzngt7U6wN
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) September 19, 2019
Ese apoyo de ERC, señalan fuentes socialistas, hubiese sido "más letal" para el PSOE que los hipotéticos roces con Podemos en el Gabinete: el propio portavoz parlamentario de los republicanos, Gabriel Rufián, dejó caer a las primeras de cambio que una condena abultada a los juzgados en la Sala II del Tribunal Supremo por el procés dejaría al PSOE sin mayoría parlamentaria, colgado de la brocha; es decir, con Pedro Sánchez abocado a convocar otras elecciones en abril de 2020.
Por lo menos, intentarlo
No obstante, fuentes parlamentarias conocedoras de los contactos inmediatamente posteriores al 28-A mantenidos por Sánchez con Pablo Casado, Albert Rivera y el propio Iglesias, admiten que, una vez recompuesto del mal trago de la noche electoral, se fue haciendo a la idea de que estaba obligado a formar gobierno con esos números; o, por lo menos, aparentar que lo intentaba, con o sin convencimiento.
Citó a los tres en La Moncloa durante la segunda semana de mayo, antes de que el Rey Felipe VI convocara la primera ronda de consultas para formar gobierno. Ello le generó críticas por usurpar la función regia antes de tiempo, pero, a cambio, consiguió transmitir la sensación de que en 2019 no se daría el mismo bloqueo que en 2015 impidió la investidura de Mariano Rajoy, ni habría repetición de elecciones.
Rivera llegó a creer, alarmado, que Sánchez intentaría arrancar la legislatura con Ciudadanos cuando empezaron en junio los problemas con Pablo Iglesias y Podemos
No podía ser para menos cuando el "socio preferente", Iglesias, salía de la Moncloa el 7 de mayo con el eslogan en la boca: "Si en algo nos hemos puesto de acuerdo es que vamos a trabajar para ponernos de acuerdo". A Casado y a Rivera no les quedó más remedio que creerles, sobre todo porque esa ronda de contactos estaba siendo antes de que el propio Felipe VI iniciara la primera ronda de consultas de la legislatura.
Pero Rivera empezó a darse cuenta en junio, en la segunda reunión, y tras la debacle de Podemos en las elecciones autonómicas y municipales que acababan de tener lugar el 26 de mayo, de que Sánchez viraba para sondear el pacto con él. Principalmente porque el presidente del Gobierno en funciones y su director de gabinete, Iván Redondo, empezaban a dar cuerda a sus exigencias.
Eso le hizo ponerse en guardia, admiten fuentes naranja a este periódico. Consideraba la sola idea de sumar los 123 escaños socialistas a los 57 de Ciudadanos (mayoría absoluta de 180) algo imposible de digerir por un electorado que había interiorizado su no es no casi como un dogma de fe. Eran tiempos en que los sondeos les ratificaba en la idea de que un 65% de sus votantes apoyaba el rechazo al "PSOE de Sánchez".
Luego llegaría la apuesta a medias por Podemos -seguía pidiendo la abstención de C's y del PP-, y el episodio de la investidura fallida el 25 de julio por más que ofreciera a los morados una vicepresidencia y tres ministerios. Y después agosto. La nada; el afán en ganar tiempo con tal de no tener que volver a verse con Iglesias le llevó a una ronda con la sociedad civil, que para lo único que ha servido es para que el PSOE rehaga su programa electoral con vistas al 10-N, admiten en el partido.
Sánchez sabía por qué no quería ver a Pablo Iglesias: vicepresidencia y ministerios o no habría investidura, venía insistiendo el secretario general de Podemos, y lo que menos le apetecía era darle esa foto a quien, ya casi seguro, volvería a ser su rival en las elecciones del 10-N.
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