Política

Fulgor, escarnio y muerte de la 'alcaldesa de España'

Fue la ‘alcaldesa de España’ y murió como una apestada. En los tribunales y expulsada de su partido. Un epílogo cruel para Rita Barberá, quien encarnó a una de las figuras más relevantes de la derecha española en los últimos tres décadas.

El lunes se había caído al hacer entrada en la sala del Supremo que la investiga por el caso del ‘pitufeo’ en el Ayuntamiento  de Valencia que presidió durante 25 años. Cinco mayorías absolutas la convirtieron en la ‘alcaldesa de España’, como le aclamaban con entusiasmo en el PP. Salió del edificio judicial entre gritos de ‘borracha’ y ‘ladrona’.  Ensimismada, con la mirada perdida, un rictus de sonrisa enajenada en el rostro y muchas prisas por sumergirse en el taxi rumbo al refugio de su hotel. El mismo hotel donde el presidente de lo todos los catalanes y una colla de separatistas y adjuntos se había concentrado este martes para clamar contra las sesión parlamentaria en la que el Congreso iba a proceder al trámite de dar el plácet para que precisamente el Supremo abriera una investigación a diputado Francesc Homs por desobedecer al Constitucional. Otro aforado frente a la ley.

Este martes, Rita Barberá  no apareció por el Senado, que celebraba sesión de control. “No pongo la mano en el fuego por nadie”, había declarado en esas horas Alberto Fabra, su excompañero del PP y anterior presidente de la Comunidad.  De ‘súper Rita’ a la gran deshonra. De la veneración general de su partido, al desprecio. De la gloria, al infierno. “Quizás se arrepientan quienes tanto la han atracado sin ni siquiera haber sido condenada”, explicaba este miércoles el ministro de Justicia. Ninguno de los investigados en ese asunto, ni los que recibieron el dinero negro ni quienes tan sólo hicieron su aportación, la involucraron directamente en esos hechos.

Expulsada del PP

Rita Barberá había sido expulsada del partido hace un par de meses, en septiembre, justo en el momento en el que el Supremo decidió abrir la investigación sobre el ‘affaire’ del presunto blanqueo. Mariano Rajoy había mantenido su firme actitud de no defenestrarla hasta que se cumplieran los trámites judiciales que mencionan los estatutos de su formación. Sin imputación, no hay suspensión. Y sin juicio oral, no  hay expulsión. Las presiones de sus socios de Ciudadanos y el ostensible malestar interno en el PP, donde algunos de los jóvenes ‘cachorros’ de Génova habían reclamado airada y públicamente su cese, engrasaron la toma de decisiones.

Nunca debió volverse a presentar, comentan en círculos del PP. Barberá no quería, añaden. Era consciente de que jamás conseguiría otra mayoría absoluta. Gobernar con ‘geometría variable’, le daba urticaria. Ni siquiera lo consiguió. Un acuerdo entre el PSOE y Compromís le arrojó del Consistorio, pese a haber sido la candidata más votada. En esas elecciones de mayo de 2015, el PP fue barrido de algunos de sus bastiones muncipales y regionales. Valencia fue uno de ellos. La alcaldía de Madrid, otro. “Qué hostia, qué hostia”. Una cámara delatora recogió las palabras Barberá, abrazándose a uno de los suyos al conocer el resultado del escrutinio.

Periodista del diario “Levante”, entre otros medios, hija periodista, Rita Barberá entró en política en los albores de la transición. Se sumó a las huestes de Alianza Popular. Pasaría luego al PP donde militó toda su vida hasta la expulsión. Un final trágico, confesaban en su entorno. Rajoy, con quien siempre mantuvo relaciones fluida, le otorgó el último gesto de afecto político al hacerla senadora tras el revolcón electoral. El pasaporte al aforamiento por lo que pudiera pasar. La Comunidad Valenciana ha sido, junto con Madrid, el escenario de los episodios de corrupción más sonoros de cuantos han sacudido al PP. Gürtel, Imelsa, Taula, y hasta ‘Noos’, son algunos de los jalones de la vergüenza. “Han puesto a Valencia en el mapa”, era la frase más escuchada en aquellos tiempos de esplendor. Fórmula 1, los rutilantes edificios, Grandes Museos, instalaciones restallantes…Valencia quería borrar a Barcelona del ‘top’ de la gran capital del Mediterráneo. Un precio demasiado elevado, una gestión a mitad de camino entre los aciertos y el delirio.

Estaba en el hotel en Madrid, junto a su hermana y su sobrino, cuando sobrevino el infarto. Sumida en una depresión, según sus amistades, apenas salía de casa, mantenía mínimos contactos con la gente de su partido. No querían saber nada de ella. En la solemne sesión de apertura de las Cortes, hace unos días, saludó a Sus Majestades, como una más. Se le acercó luego Carlos Floriano, y pocos más. Ante el denso enjambre de cámaras y objetivos, sus compañeros del PP esquivaron el roce con quien “ya no es de los nuestros”, “ya no es del PP”, como recordaban en Génova este mismo lunes.

Cambió Valencia de arriba abajo en sus cinco lustros de alcaldía. Resuelta, valiente, osada, vivía para su ciudad y sus vecinos la premiaban, cada cuatro años, abarrotando las urnas con las papeletas del PP. No debió insistir. “Tenía que haberse retirado tranquilamente tras su último mandato. Era consciente de que sólo le esperaban tiempos difíciles, momentos duros”, confiesa un veterano del PP valenciano. “Se lo pidieron y no supo decir que no”.

Y sobrevino la catástrofe, la derrota y, luego, el escarnio público y hasta el desprecio personal. Fulgor y muerte de una de las personalidades que han marcado la vida municipal de nuestro país en las últimas décadas. Vivió y apuró los años de vino y rosas, en las que el dinero manaba sin mesura y los gastos no tenían que justificarse. Una locura que a todos envolvió, en Valencia y en media España. El PP ha perdido 3,5 millones de votos. También perdió Valencia, su ciudad, su fortín, su símbolo, el lugar en el que el candidato de la derecha se transmutaba en un ser superior con los llenazos de la plaza de toros en cada cierre de campaña. “No hay mítines como los de Valencia, es algo indescriptible, irrepetible”, confesaba un dirigente de Génova.  

Triste, abatida, enajenada y solitaria. Así ha sido el punto final a una de ‘la alcaldesa de España’, uno de los nombres más sobresalientes de la derecha española desde la transición. Lucha ahora el PP por recuperar su pulso en una Comunidad y en una Ciudad que creyó su reducto, su cortijo, su territorio particular. Isabel Bonig es la encargada de rescatar a su partido del fondo del cenagal en el que está postrado. Una aventura hercúlea con un horizonte incierto.

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