El reloj marca casi las una de la tarde y Antonio Hernández Mancha (Guareña, Badajoz, 1951) toma una Coca-Cola en una terraza de Madrid. Lo acompañan su mujer y su hermana, a quienes ha invitado como público a la entrevista con Vozpópuli para demostrarles que, mientras dure la promoción de las memorias políticas que acaba de publicar, todo sabrá proustianamente a entre 1987 y 1989. Las preguntas son las magdalenas para este hombre que fue Pablo Casado antes que Pablo Casado. O lo que es lo mismo: un líder de la derecha española que, acometedor de importantes renovaciones orgánicas, elegido en un proceso de primarias y sin el favor del establishment del partido, no llegó al Palacio de la Moncloa.
La diferencia entre ambos, apunta, es que él nunca "se enfrentó a la persona con más popularidad del partido". Las autopsias son diferentes. También los legados. Hernández Mancha reivindica el suyo al frente de Alianza Popular 34 años después en Secretos de mi partido (Almuzara). Un libro donde desgrana la entrada del PP en el Partido Popular Europeo (PPE) tras romper con Margaret Thatcher, una anécdota inédita hasta ahora, y cómo la entrada en la familia europea obligaba a cambiar el nombre de Alianza Popular a Partido Popular.
La gente pasa y nadie repara en que el hombre sentado en la terraza pudo ser presidente. "He dedicado mucho más tiempo a mi familia y he sido un hombre feliz", se despoja de cualquier estigma íntimo. Nos adentramos en 1987 y empezamos a hablar.
PREGUNTA. Antonio, ¿la historia ha sido injusta con usted?
RESPUESTA. No lo sé, pero no me importa si historia ha sido injusta conmigo.
P. Se lo pregunto porque en el libro, tantos años después, saca pecho de muchas cosas y rememora otras que no se recordaban.
R. No es que no se recordaran, es que no se sabían. Por eso le he puesto el título Secretos de mi partido. Era necesario que esas cosas se supieran, precisamente, para contribuir a que la historia que se escriba en lo sucesivo sea una historia verdadera, no una historia maquillada. Por eso he escrito el libro.
P. Su nombre apareció mucho entre febrero y abril de 2022, cuando cayó Pablo Casado como líder del PP. Fue como una especie de remake de lo que le sucedió a usted.
R. Esa es la pura apariencia, porque el pobre de Pablo Casado, que era muy bueno, un gran político y un gran parlamentario, cometió un error gravísimo que yo no cometí nunca: enfrentarse a Isabel Díaz Ayuso, la persona con más popularidad del partido en aquel momento. Un error que le costó muy caro. En eso se diferencia un poco. Coincidimos en que era un hombre joven, como era yo, y que él había sido también elegido democráticamente. Yo lo fui, pero 34 años antes. En aquello Alianza Popular dio un ejemplo de democracia interna para los que luego han hablado tanto de primarias y no las practican.
P. Me interesan dos notas muy parecidas entre ambos: la renovación orgánica y ese rechazo de gran parte del establishment del partido, de la vieja guardia.
R. También en eso hay diferencias sustanciales. Tenga en cuenta que yo fui elegido presidente de Alianza Popular con 36 años. Y tuve el honor de aparecer en la portada del The New York Times con una foto que decía: "Un joven de 36 años, elegido presidente del partido franquista español". O sea, es distinto suceder a Franco que suceder a un presidente del Gobierno socialista. Y en aquel momento yo tenía que romper con lo que llamaban los siete magníficos, personas ilustrísimas, todos muy inteligentes y con una gran formación política, incluso filosófica, pero muy vinculados al viejo régimen. La gente de mi generación ya no quería ni verlos, no querían a los viejos. Se imponía a lo que luego se ha institucionalizado, la efebocracia, que como tengas más de 50 años estás invalidado para la política.
P. Pero la vuelta de Feijóo es justo lo contrario: el fin a las acusaciones de adanismo del PP de Casado.
R. Tan malo es poner niños inexpertos al frente de un partido como poner a viejos irredentos y mártires. Tiene que haber un término medio. Pero le pongo un ejemplo, Estados Unidos, la democracia más importante del mundo. Están peleando por la presidencia un señor de 81 años [Joe Biden] y otro de 78 [Donald Trump]. Y no pasa nada. Hombre, es verdad que el caso del actual presidente, porque sus carencias son evidentes, suscita problemas. Pero no es tanto por la edad. Es decir, entre el muy viejo y el demasiado joven hay un término medio.
P. ¿Habló con Casado?
R. No, porque yo tuve con él muy poco contacto. Él era muy posterior a mí, yo no le conocía del partido. Y llevaba ya retirado 30 años.
P. ¿Y con Aznar mantuvo la relación?
R. Sí, con Aznar he tenido alguna relación social. Tampoco muy intensa, porque yo he intentado mantenerme en un segundo plano. Tengo buena relación con Aznar, tengo buena relación con Rajoy y tengo buena relación con Feijóo. Pero no intento ni enseñarles cómo se hace la política, ni darle consejos, ni nada de eso, salvo que me lo pidan.
P. Usted peleó para que Aznar fuera candidato en Castilla y León, y también vio en él madera de líder.
R. Yo tuve dos razones para defender la candidatura de Aznar frente a todas las fuerzas vivas que se oponían con denuedo. Cuando hablo de fuerzas vivas me refiero a la CEOE, que estaba empeñada en que pusiera a Rodolfo Martín Villa en lugar de a José María Aznar como candidato. Pero también a periodistas que entonces tenían mucho peso, como Emilio Romero o Jaime Campmany, que también eran beligerantes. Yo defendí a Aznar por su juventud y porque había sido mi rival en el congreso que gané. Quería demostrar que no le tenía ningún tipo de aprensión a los derrotados; al revés, quería darles continuidad para que vieran que mi posición era elegante, condescendiente y compresiva. No quería marginarlos, sino incorporarlos.
P. Ya ha mencionado usted a los siete magníficos, ese mito fundacional de AP y, por tanto, del PP que usted desmitifica en el libro.
R. Por supuesto, aquello se hizo como un remedio de urgencia para hacer frente a las primeras elecciones después de la muerte de Franco, que tuvieron lugar en 1976. Igual que la UCD, otro refrito de posiciones que no siempre eran coincidentes, y a veces incluso encontradas, como se vio luego con [Francisco] Fernández Ordóñez, uno de los hombres importantes de la UCD, que resultó que era socialista y no de centro como Adolfo Suárez. Es lo que ocurre en momentos de urgencia como la Transición. Luego, el partido fue consolidando sus posiciones y no hemos parado de trabajar a lo largo de estos cuarenta y tantos años.
P. ¿Le faltó instinto de killer?
R. Yo nunca he sido un killer, y hubiera hecho el ridículo si lo hubiera intentado: hay cosas para las que hay que valer. Lo que sí hice fue democratizar el partido. En vez de intentar aplicar una autoridad rígida y cuartelera, yo apliqué la democracia y el asamblearismo abierto, sin quejarme de las críticas que se me hacían dentro de la casa.
"El Congreso de Sevilla de 1990 fue un éxito de marketing porque el que está hablando con usted guardó un discreto silencio"Antonio Hernández Mancha"
P. Que eran muchas.
R. Yo tenía constantes críticas del grupo parlamentario, que nunca controlé, porque al no ser diputado, no era el que había liderado ese grupo. En una democracia parlamentaria, el grupo parlamentario es la élite de un partido. Pero tampoco abría un expediente disciplinario porque me criticaran, ¿me explico? Yo había encontrado un partido acostumbrado al ordeno y mando, donde lo que decía don Manuel iba a misa siempre; e intenté siempre admitir a trámite el debate y la disquisición permanente sobre lo oportuno o lo inoportuno de una determinada medida.
P. Dentro de su etapa al frente de Alianza Popular, entre febrero de 1987 y enero de 1989, creo que destaca un hecho muy importante: la ruptura con Margaret Thatcher y la entrada en el Partido Popular Europeo (PPE), una asociación que ha sido capital para el PP.
R. Fíjate que lo de Thatcher no se sabía hasta que he escrito este libro. La idea de la refundación es una ocurrencia que tienen Fraga y Aznar, que en el Congreso de Sevilla deciden refundar el partido.
P. Un absoluto éxito de marketing.
R. Un éxito de marketing porque el que está hablando con usted guardó un discreto silencio. No he dicho hasta 34 años después la verdad. Ustedes refundaron el partido, pero quien empezó la refundación fui yo al romper con Margaret Thatcher e incorporarnos al Partido Popular Europeo. ¿Qué hubiera ocurrido si yo no rompo con Thatcher cuando se produce el Brexit? ¿Dónde hubiera quedado el Partido Popular? Sin tener un pie en el continente y sin tener un pie en las Islas Británicas, nos hubiéramos hundido en el canal de la Mancha.
P. Hábleme de las reuniones con Thatcher en Downing Street, cuando le saca el tema de Gibraltar y acaba levantándose de la silla. Esas anécdotas con las que empieza son de lo mejor del libro.
R. Fueron tres reuniones. Yo soy elegido en febrero del año 87, y a los cuatro meses me enfrento a unas elecciones europeas. Eran europeas, municipales y autonómicas; pero, fundamentalmente, europeas. Thatcher tenía un denodado empeño en colocar en la presidencia del Parlamento Europeo a un ciudadano inglés. ¿Por qué? Porque ella, que se estaba quejando siempre del exceso de gasto agrícola que hacía la Unión Europea –que no favorecía al Reino Unido sino a España, a Francia, a Alemania, a Italia–, quería tener justo en el centro de las decisiones a una persona de su confianza. Era sir Henry Plumb, un gentleman farmer, un hombre del campo inglés.
P. Y Alianza Popular lo apoyó, claro.
R. Lo negocié con Thatcher y le dije lo apoyaría, que le daría orden a mis parlamentarios de que votaran al señor Plumb, eso sí, siempre y cuando usted admita que en la agenda de nuestras negociaciones meteremos el asunto de Gibraltar. No le voy a decir que me devuelva a Gibraltar mañana, ni que deroguemos entre usted y yo el tratado de Utrecht, pero sí que esté en la agenda. Yo conseguí que su candidato fuera presidente, pero ella no cumplió con la segunda parte. Cuando le quise suscitar el tema, me dijo [en su despacho de Downing Street]: "Por algo mucho menos importante que Gibraltar, acabo de ganar una guerra".
P. Y usted cogió y se levantó de la silla.
R. Fue un casus belli. A mí no me venga usted con amenazas, encima, porque ella estaba muy orgullosa de Malvinas. Le dije que, en esas condiciones, íbamos a estar muy poco juntos. Efectivamente. Me vine a Madrid y hablé con Marcelino Oreja, que era la persona que elegí de contacto para establecer relación con Helmut Kohl [entonces canciller alemán y líder de la CDU].
P. Hablaste con él en París, ¿no?
R. Hmmm, no. Primero hablé con él en Madrid, y quedamos en París para una reunión monográfica. El contacto lo hice con él telefónicamente desde Madrid. Fue regresar de Londres y ponerme en contacto telefónico con Marcelino. Y de ahí salió la reunión en París que cuento en el libro.
P. Creo que su mayor preocupación cuando salió de Downing Street fue que se enterase Fraga. Usted sabía que se iba a enfadar.
R. Bueno, eso lo temía más Marcelino Oreja que yo. Él decía: "Si no se lo has dicho a don Manuel va a montar en cólera". Yo le decía: "Mira, Marcelino, yo he sido elegido democráticamente por mi partido y esta responsabilidad es mía. Yo no puedo estar sometido a la patria potestad de Don Manuel ni pedirle permiso". Fraga lo entendió. Tan es así que continuó la refundación en vez de dar un paso atrás y volverse a poner el bombín inglés y hacer el saludo de Churchill.
P. Abrazó la idea, y le gustó al final.
R. Yo creo que en el fondo le gustó, pero él no podía haberlo hecho nunca. Porque él ya estaba muy quemado, como cuento también en el libro, porque ni Thatcher ni Reagan entendieron nunca que nos abstuviéramos en el referéndum de la OTAN. Y esto era agravar más todavía la situación de desencuentro con los colegas del Partido Republicano americano y del Partido Conservador inglés.
P. Qué cagada lo de la OTAN, ¿no?
R. Ahora es fácil decirlo también, eh. Cuidado. Porque quien metió la pata primero fue Felipe. El PSOE había hecho una macromanifestación contra la OTAN unos meses antes; encabezada, además, por quien luego sería secretario general de la OTAN.
P. Javier Solana.
R. Todo eso supone un error previo, porque si no cometes el error no tienes que arrepentirte. Luego ellos cometieron ese error. Y nosotros cometimos el error de intentar convertir en un tema de política interna para erosionarlos el hecho de abstenernos en el referéndum OTAN. Nos equivocamos y lo pagamos muy cara, ¿qué le vamos a hacer? Luego, gracias a Dios, conseguí recuperar, primero, el contacto con Estados Unidos; y, después, el contacto con Thatcher, aunque acabáramos rompiendo con ella por otras razones.
P. Ahí fue fundamental la reunión con Ronald Reagan. Es muy gracioso que cuando llegan a la Casa Blanca. Lo vio a usted tan joven que se fue a saludar a otro.
R. Se fue a saludar a Alfonso Soria, que era un hombre de 60 años. Le agarraba del brazo George Bush padre, que era vicepresidente, y le decía: "No, Mr. President, is this! Is too young!". Entonces empezó a decir que nunca se es demasiado joven y todo eso, pero la verdad es que se creyó que el presidente del Partido Popular español era Alfonso, no yo.
P. ¿Cómo era su relación con Felipe González?
R. Con él tuve una relación cordial, corta y característica. Lógicamente, al no ser diputado, no me enfrentaba con él en las Cortes. Yo estaba en el Senado y él en el Congreso. Negocié con él una política antiterrorista que se llamó el Pacto de Toledo, y que, luego, para que lo suscribieran también el PNV, le pusimos de Ajuria Enea. Es decir, el Pacto de Ajuria Enea es una iniciativa mía y de Felipe González. Cuando la firmamos los dos en Toledo, a través de mi secretario general, Arturo García Tizón, es cuando se le ofrece al PNV adherirse a ese pacto antiterrorista. La condición que ponen es que tenía que ser una iniciativa que pareciera haber salido del País Vasco, de la propia sociedad vasca, y por eso cambiamos el nombre. Eso no lo digo en el libro y es un secreto importante que se me ha olvidado poner.
"Pacté con Felipe González que no le iba a pedir cuentas de su política antiterrorista" Antonio Hernández Mancha
P. Buen detalle.
R. Es muy importante. Pacté con Felipe que no le iba a pedir cuentas de su política antiterrorista. Me dije que bastante hacen los terroristas, que matan a la gente por la espalda con un tiro en la nuca, y, sin embargo, las fuerzas de seguridad del Estado no saben ni en qué lugar ni en qué momento les van a poner la bomba.
P. Y hablando de Felipe González, dice usted en el libro que las personas inteligentes acaban por derechizarse. ¿Reconoce al mismo líder socialista que usted conoció?
R. Sí le reconozco. Él ya tuvo un acto de valentía enorme cuando dijo en el Congreso de Suresnes [celebrado por el PSOE en octubre de 1974] que había que prescindir del marxismo, que eso era el desastre, era el hambre y era la ruina. Lo que me llama la atención es sus herederos estén ahora volviendo al marxismo, cuando está claro que ha sido peor para el mundo que la tuberculosis, la peste o el covid.
P. Bueno, usted tenía un ilustre amigo comunista.
R. Julio Anguita. Era un hombre respetable. Yo respeto todas las ideas y, aunque obviamente estábamos a años luz, él era muy serio en sus planteamientos. No era un demagogo de izquierdas. A su gente le decía lo que creía que su gente debía escuchar, no lo que le agradaba oír. Es decir, había un liderazgo pedagógico. Enseñarle a los ciudadanos que no siempre la promesa de la felicidad en cómodos plazos es verdad. Eso de no te doy un puesto de trabajo, pero te voy a dar un subsidio de 500 euros. Y luego, si eres bueno, te voy a dar 150 euros para que vayas al cine. Y luego, si sigues siendo bueno, te voy a dar... Es decir, ese limosneo es la antítesis de la política que seguía Julio Anguita. Y él era líder del Partido Comunista. Quiere decir que algo ha degenerado también esa manera de entender el comunismo en los tiempos modernos.
P. También es cierto que no llegó a gobernar, puede ser la diferencia con Pablo Iglesias, quien entusiasmó mucho a Anguita cuando irrumpió en el tablero político.
R. No llegó a gobernar, pero gobernó el Ayuntamiento de Córdoba –cuidado– en una época en que en Europa Occidental solamente había tres capitales con el alcalde comunista: Roma, Bolonia y Córdoba. O sea, que el mérito de Julio de ganar las elecciones en Córdoba era muy grande. Por supuesto, él no pudo ser presidente del Gobierno, como no lo puede ser nadie que defienda una ideología comunista en el mundo occidental. ¿Por qué? Porque lo que ha desaparecido ya, y esto creo que para la desgracia de la izquierda, es el proletariado. Llamar obrero a un partido que no tiene ni un sólo obrero... Si usted busca un obrero en España, lo encuentra en un peruano, en un marroquí, en un argelino o en un rumano. Pero no encuentra ni uno que sea, por ejemplo, el prototipo típico del viejo jornalero.
P. Yo creo que el jornalero vota a Vox.
R. Es que no existe, si es que es peor.
P. Hombre, todavía hay españoles que trabajan en el campo. Yo los conozco.
R. Yo llegué a decir en Andalucía que si había que aplicar la vieja doctrina socialista de la tierra para el que la trabaja, había que dársela a los argelinos y a los marroquíes. ¿Por qué? Porque, aunque el empresario, el hombre que se sube en el tractor, que es al que tú te refieres, es español; de los 5-10 obreros que tiene para la mano de obra, ya no hay ninguno español. Todos son extranjeros. La prueba tiene que hasta en Huelva, para un trabajo –no digo que sea fácil, pero no es hercúleo–como es recoger la fresa, lo tienen que la hacer los marroquíes. Maravillosas mujeres que en número de 18.000 o 20.000 tienen que venir durante todo el año desde Marruecos porque los que tienen cartilla agrícola en Huelva no quieren recoger la fresa.
Es decir, el español ya no es un obrero, sino un aristócrata del proletariado. Y, si permites el matiz, es un comprador de Amazon, con lo cual es un cómplice del mayor capitalismo del mundo. De proletario productor, se ha convertido en ciudadano consumidor. Y eso es un giro que el propio Carlos Marx no hubiera podido concebir nunca.
P. Es un discurso interesante. Defiende fervientemente la inmigración, uno de los puntos de fricción entre el PP y Vox.
R. Bueno, no sé cuál es el discurso que hace Vox. Yo hago mi discurso y mi discurso es ese.
P. Se lo digo porque he escuchado y leído manifestaciones suyas proclives a un acercamiento y a un acuerdo incluso electoral entre el PP y Vox para presentarse a las elecciones.
R. Yo no digo ningún tipo de coalición. Yo digo que Vox debe desaparecer.
P. ¿Pero para integrarse dentro del PP?
R. Me da igual, con que desaparezca me conformo.
P. Es un deseo complicado el suyo.
R. No sé si será complicado o no, pero, como es un deseo, yo no tengo que justificar si es posible, probable o imposible. Cuando el presidente de Vox se va del PP, le escribe una carta al señor Mariano Rajoy en las que dice una serie de cosas que luego no se han cumplido. Es decir, que Vox tenía los mismos motivos para constituirse como algo independiente del PP entonces como ahora. Por eso yo creo ahora lo ideal sería ir con una lista única. Sé que está pasando en todo el mundo. Lo de Le Pen, lo de Meloni. ¿Qué ocurre luego? Que cuando tocan poder se moderan. ¿Qué tiene que ver la Meloni de hoy con la Meloni a todos los años? Hay realidades que se imponen por encima de todos los discursos más incendiarios que se puedan hacer.
P. ¿Cómo ve a Alberto Núñez Feijóo?
R. Imprescindible para volver a recuperar el poder. Es el líder con el que yo creo que vamos a volver al poder. Es probable que lo consiga incluso sin la lista única, pero con la lista única sería seguro.
P. ¿Y no espantaría a votantes captados de Ciudadanos y el PSOE?
R. El votante del PSOE que ya no se ha arrepentido viendo lo que está viendo es que es incurable. No tiene solución. Viendo que te está tomando el pelo tu líder, que dice al día siguiente lo contrario de lo que ha dicho el día anterior...
P. Pero se mantiene en el poder.
R. Sí, se mantiene porque reparten dinero. Se compran los votos y los apoyos, no hay otra manera. Ellos cada vez sacan menos votos. Forman gobierno porque nosotros nos dividimos.
P. ¿Y qué opina de Pedro Sánchez?
R. La verdad es que hay poco donde opinar. Creo que no es un hombre libre, y eso es lo peor que le puede pasar a un dirigente. Siempre está viendo qué pistola le apunta a la sien. A lo mejor sería un buen líder si pudiera actuar con libertad, pero para mantenerse en el poder necesita obedecer al que le apunta con una pistola. Hoy le apunta a uno, mañana otro, y por eso hace cosas absurdas. Aunque lo más me preocupa a mí de Pedro Sánchez es que está destrozándose su partido. El PSOE es tan importante para que funcione la democracia como el PP. Y yo creo que ese partido de cuadros, que tenía una estructura sólida, ahora se ha convertido en un partido de hooligans. Puede costarle muy caro porque en Europa ya hemos visto con qué facilidad desaparecen los partidos socialistas. El Partido Socialista Francés de Mitterrand, que era el gran sustento que tenía el socialismo español. Y el socialismo alemán, ¿dónde ha quedado? ¿Qué pasó con el socialismo italiano? ¿Qué ocurrió a la izquierda de Papandreu en Grecia? Si es que desaparecen en todos lados.
P. ¿Le da vueltas a lo que pudo haber sido y no fue al frente del partido?
R. No, porque el futurible conduce necesariamente a la nostalgia, y es poco útil. La vida hay que tomarla como es. Y si la vida te trata bien, tienes que dar por bueno todo lo que ha ocurrido antes. En mi caso, yo he tenido la suerte de dejar la política activa, porque ya digo que la política te sigue como la sombra del cuerpo, no la dejas nunca. La política activa yo la dejé con 40 años. Desde entonces me he dedicado a mi profesión como abogado, y me ha ido muy bien. He dedicado mucho más tiempo a mi familia y he sido un hombre feliz. Le estoy agradecido a todo en la vida. La política me dio notoriedad, por supuesto, que es muy importante. Si no tienes notoriedad en la sociedad, nadie te escucha y nadie te lee. Tiene sus servidumbres, porque el ser conocido también te somete a un riguroso escrutinio. Pero hay que reconocer que tiene sus ventajas. Y la ventaja yo creo que es la notoriedad.
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