Política

¿Cuándo se jodió Podemos?

En los primeros meses de 2016, cuando tenía 5 millones de votos y 69 diputados, el partido estaba en su mejor momento, pero las luchas internas, los errores estratégicos y los ataques recibidos cambiaron todo

Podemos cambió la historia de la política en España pero sus dirigentes pagaron un precio caro. Demasiado caro. Tanto que el partido, desvencijado en gran parte del país, como acaban de demostrar las elecciones vascas y gallegas y como ya demostraron los comicios municipales, tiene difícil arreglo aunque paradójicamente esté en el Gobierno de la nación y tenga en su haber unos cuantos logros. En solo cinco años y medio de historia, en este partido han ocurrido tantas cosas que sería imposible explicarlas todas. Pero hay una pregunta obligatoria que se debe responder. ¿En qué momento se jodió Podemos?

Podemos fue un sueño para millones de españoles. Con el impulso del 15-M y de la indignación derivada de la crisis económica, un grupo de politólogos de la Universidad Complutense, la mayoría de ellos jóvenes, crearon este partido a principios de 2014. Con las enseñanzas teóricas de Antonio Gramsci y de Ernesto Laclau, por un lado, y con las enseñanzas prácticas de la política latinoamericana, por el otro, auspiciaron Podemos como una "hipótesis populista", pero entendida sin el matiz peyorativo que hoy tiene el populismo, sino como un partido nacido de, por y para el pueblo.

Algunos habían asesorado a Izquierda Unida y otros habían pasado por las juventudes del PCE. Todos ellos eran inequívocamente de izquierdas, pero apostaron por defender a "la gente" frente a "la casta", intentando situarse en "la centralidad del tablero", porque venían a "impugnar dicotomías" como la de monarquía y república, la de rojos y azules o la de taurinos y antitaurinos, sabedores de que desde el extremo del que provenían no se podía conquistar el poder. Rehuían esos debates porque decían que querían servir y hasta salvar al pueblo en su conjunto, sin etiquetas. Pretendían aprovechar la "ventana de oportunidad" que daba esa indignación por los desastres de la crisis y por la corrupción hasta el tuétano del bipartidismo y las instituciones.

Huyendo del izquierdismo para ganar

Reunieron a un mosaico de sensibilidades ideológicas, todas ubicadas a la izquierda, sí, pero con ese intento de huir del izquierdismo en su discurso para "construir mayorías". Pablo Iglesias era el rostro e Íñigo Errejón era el cerebro. Ambos se conocían años atrás y se habían incluido premonitorias palabras en sus respectivas tesis doctorales. Eran amigos y funcionaban como un equipo que se complementaba: uno más visceral y el otro más templado, uno más izquierdista y otro más populista, uno más utópico y otro más práctico, pero inseparables. Junto a ellos, había otros profesores como Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero y Luis Alegre, y otros aprendices como Rita Maestre o Jorge Moruno, por citar a algunos de los que ya no están.

¿Podemos se jodió dentro? ¿O a Podemos lo jodieron desde fuera? Quizás pasaron ambas cosas a la vez. En todo caso, la jodienda ocurrió en los primeros meses de 2016. Fue justo cuando el partido de los círculos estaba más fuerte

Irrumpieron en las elecciones europeas de 2014. Su dominio del terreno mediático, con una formidable capacidad para marcar la agenda política impulsando los debates que les beneficiaban y utilizando un discurso novedoso, los impulsó hasta ese Vistalegre 1 -octubre de aquel año- en que Iglesias, entonces enfrentado a Pablo Echenique y Teresa Rodríguez, qué vueltas da la vida, pronunció aquella frase para la historia: "el cielo se toma por asalto". Eran muy severos en las críticas a los políticos profesionales y decían predicar con el ejemplo. Se presentaban como intachables. Quizás por eso luego la gente ha sido tan severa al juzgarles por sus comportamientos personales. Tal vez por eso algo privado como la compra de una vivienda derivó en una crisis de partido. 

Desde el principio, los medios los masacraron, en una extraña mezcla del lógico escrutinio que sufre cualquier partido, y más si es nuevo, y de una suerte de patente de corso para arrearles con más fiereza que a otros. Salieron miles de trapos sucios, algunos realmente escandalosos y otros más bien risibles. Monedero, que discrepaba con la estrategia de Errejón, tuvo que marcharse (30 de abril de 2015) en medio de la tormenta por sus cobros de gobiernos latinoamericanos.

Esa pelea entre los dos más cercanos a Iglesias no es baladí, ni mucho menos, porque el primero estaba empeñado -y en ello sigue- en reforzar los círculos y crear estructuras territoriales, mientras el segundo optaba por una construcción vertical, en la que todo lo que se creaba fuera de Madrid se decidía desde Madrid, entre otras cosas porque entonces Podemos era "una maquinaria de guerra electoral"; esto es, pensada para las elecciones y sin tiempo para pequeñeces internas. Por ello para los líderes regionales podemistas de entonces, Errejón era el gran killer. Luego verían así a otros, incluido al propio Iglesias. 

Su mejor momento

¿Podemos se jodió dentro? ¿O a Podemos lo jodieron desde fuera? Quizás pasaron ambas cosas a la vez. En todo caso, la jodienda ocurrió en los primeros meses de 2016. Fue justo cuando el partido de los círculos estaba más fuerte, porque tras las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 contaba con el respaldo de 5 millones de votos y 69 escaños que representaban a más del 20% del electorado. Era su momento cumbre. Casi un año antes incluso había liderado las encuestas, pero estas siempre han sido engañosas y más en estos tiempos líquidos y frenéticos. En las municipales de unos meses antes habían nacido "las alcaldías del cambio" como las de Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona. En las generales funcionaron las alianzas territoriales con las Mareas en Galicia, los comunes en Cataluña y los hacedores de Compromís en Valencia. Sí se podía. O eso parecía.

Pero fue ahí, entre las generales de diciembre de 2015 y las de junio de 2016, cuando Podemos se jodió para siempre. Por dentro y por fuera. Por dos vías paralelas pero relacionadas.

Con los resultados del 20-D, Podemos podía entrar en el Gobieno. A las élites políticas y económicas patrias, incluidas las del PP gobernante que dirigía Mariano Rajoy y las del PSOE que representaba mejor que nadie Susana Díaz, les entró el miedo. Tenían que impedirlo. Entretanto, los jóvenes podemistas y sus socios territoriales lanzaron un órdago al ofrecer al PSOE conformar un Ejecutivo de coalición -22 de enero de 2016- en el que reclamaban, eso sí, puestos clave que, aunque formaban parte de una propuesta a negociar, se utilizaron como la supuesta prueba de su ambición desmedida. Qué improbable parecía lo que hoy, tres elecciones generales después, es una realidad. 

También en esas fechas empezaron a publicarse datos del famoso Informe PISA (acrónimo de “Pablo Iglesias Sociedad Anónima”) que había sido compuesto en el Ministerio del Interior. Lo hicieron y filtraron los mismos tipos de la policía patriótica que investigaron a políticos independentistas catalanes y espiaron a Luis Bárcenas

Por aquel entonces Pedro Sánchez, con mucho menos poder interno y menos diputados que ahora, presionado por sus barones, optó por la vía de Ciudadanos y firmó un acuerdo con Albert Rivera -quién lo diría hoy- para intentar la investidura. Naufragó Sánchez porque Podemos no quiso abstenerse y votó en contra -del 2 al 4 de marzo de 2016-. En aquel debate tenso Iglesias acusó a Felipe González de "tener el pasado manchado de cal viva", en referencia a los GAL, lo que sorprendió a Errejón y soliviantó a la bancada del PSOE, que entonces veía al líder de Podemos como su principal enemigo. La cosa es que Iglesias, con algunas reticencias pero no con una oposición frontal de Errejón, apostó por buscar el famoso sorpasso al PSOE en la repetición electoral.

Precisamente en esos mismos días algunos medios publicaron documentos sensibles sobre Podemos que provenían de la tarjeta del móvil de Dina Bousselham. ¿Filtraciones desde el propio partido o fruto del famoso robo del teléfono? En los juzgados se aclarará. También en esas fechas empezaron a publicarse datos del famoso Informe PISA (acrónimo de “Pablo Iglesias Sociedad Anónima”) que, como algunos ya denunciamos en su día, había sido compuesto en el Ministerio del Interior para erosionar a Podemos durante esa segunda campaña. Lo hicieron y filtraron los mismos tipos de la policía patriótica que investigaron a políticos independentistas catalanes y espiaron a Luis Bárcenas. La Secretaría de Estado de Seguridad repartía los documentos a unos y otros medios para dañar a los podemistas con informaciones sobre su presunta financiación irregular. Algo que, por supuesto, continuaría después de las elecciones. Todo gracias a Villarejo y sus mariachis. 

Casualidades o causalidades del destino, también en ese mismo período entre las dos elecciones generales llegó el cisma interno que provocó la ruptura definitiva entre Iglesias y Errejón, los viejos amigos que ahora no se soportan. ¿Les suena el famoso 'Jaque Pastor', verdad? Alguien afín a Iglesias encontró un ordenador abierto en la sede de la calle Princesa. Allí había un chat de Telegram donde Errejón y otros dirigentes afines arremetían con fiereza contra el líder del partido morado. La operación incluía las dimisiones en cadena que presentaron diez errejonistas en el órgano de dirección de la Comunidad de Madrid para tumbar al líder madrileño, el citado profesor Luis Alegre, que tiempo después, en una de esas carambolas extrañas de este partido, acabaría apoyando a Errejón y enfrentado con Iglesias.

Los primeros acusarían a lo segundos de "crear un partido dentro del partido" para apuntalar el poder del número dos. Los segundos afearían a los primeros que el número uno y sus más cercanos actuaban con cesarismo y despotismo para acumular todo el poder

Como represalia por el complot, Iglesias fulminó al entonces secretario de Organización, Sergio Pascual, amigo íntimo y hasta compañero de piso en su día de Errejón, y colocó en su lugar a Pablo Echenique. Ya no había vuelta atrás. Pablistas y errejonistas jamás se reconciliarían. Los primeros acusarían a lo segundos de "crear un partido dentro del partido" para apuntalar el poder del número dos y maquinar un golpe de estado interno. Los segundos afearían a los primeros que el número uno y sus más cercanos actuaban con cesarismo y despotismo para acumular todo el poder y laminar a los críticos. La vieja división de la izquierda en estado puro.

Desunidos no pudieron

Para las generales de junio, unos y otros simularon que estaban unidos, pero ya no lo estaban. Y desunidos no podrían. Iglesias firmó con Alberto Garzón el pacto de los botellines para fusionar de facto a Podemos e IU, que es justo lo que Errejón no quería bajo ningún concepto -"a veces, en política, sumar es restar"-. Esa obvia izquierdización de Podemos suponía un rumbo diferente del partido morado. Las encuestas les sonreían. Durante la campaña electoral, que aún dirigió el entonces número dos, ya era evidente el distanciamiento entre ambos amigos y sus colaboradores cercanos. En los afectos y en los discursos. En el fondo y en la forma.

Como muestra, un botón: en el cierre de la campaña, durante un mitin multitudinario en Madrid Río, se veía que en Podemos cohabitaban dos almas, porque Iglesias citaba a La Pasionaria mientras Errejón hablaba de seducir a votantes del PP. Unos y otros hicieron de tripas corazón porque confiaban en convertirse en el partido hegemónico de la izquierda. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados. Nada de sorpasso y un millón de votos menos. El pablismo culpó al errejonismo del mal resultado por la estrategia de la campaña. El errejonismo apuntó al pacto con IU como principal causa de la derrota.

Lo que vino después, las divisiones y las peleas, las purgas y las traiciones, las primarias a cara de perro entre Ramón Espinar y Rita Maestre, ese Vistalegre 2 fratricida y la posterior espantada de Errejón en alianza con Carmena, los cada vez peores resultados electorales de Podemos y las luchas soterradas entre la dirección nacional y las direcciones regionales, la creación de Más País y las rupturas de algunas alianzas territoriales, los errores de bulto o el progresivo empeoramiento de las relaciones con los medios de comunicación, absolutamente todo eso, que no es poco, proviene de aquellos meses convulsos en que Podemos parecía más fuerte que nunca para triunfar pero acabó roto por dentro y por fuera. Está en el Gobierno y ha logrado cosas importantes, pero en aquel momento quedó jodido para siempre.  

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