Hubo un tiempo en el que el independentismo interiorizó que para llegar a Ítaca no eran necesarias más armas que una batucada. Eran los tiempos de las Diadas multitudinarias que se llevaron por delante la tradición nacionalista de rentables pactos en Madrit. Fue en 2012 cuando Artur Más se cayó del caballo autonomista y el hereu del pujolismo no solo pasó a abrazar el derecho a decidir sino que posó envuelto entre banderas con los brazos abiertos al estilo del Moises de Charlton Heston partiendo el Mar Rojo. La voluntad d’un poble, rezaba el eslogan.
Sánchez Ferlosio dejó escritas sus reservas sobre aquellos políticos que no se conforman con hacer política y pretenden hacer historia. Con todo, Mas acabó esquinado por la CUP a la que no le bastó el 9-N y la revolución de las sonrisas entronizó a Puigdemont con la exigencia sobre su cabeza de un referéndum de verdad. ‘Cataluña, nuevo Estado de Europa’, ‘Via catalana por la independencia’, ‘9´-N votaremos, 9-N ganaremos’, ‘Vía libre hacia la república catalana’, ‘Somos el sueño, estamos a punto’... cada Diada, una giornata particolare (Ettore Scola) festiva, familiar, ejemplar... definitiva.
Analizar los lemas bajo los que el independentismo tomaba la calle anualmente no aclara si aquello era el día de la marmota o “una cuenta atrás” por usar la metáfora a la que acudió el número dos de los Mossos Ferran López esta semana en el Tribunal Supremo. Sea como fuere, el juez Llarena enmarcó todo aquel periodo que va del 2012 a la declaración de independencia en su auto de procesamiento del procés.
El juez sentaba en el banquillo a doce líderes independentistas no sólo por el referéndum, sino por encabezar un plan mantenido durante años, incumpliendo sentencias y contando con la participación de partidos e instituciones que vieron en las movilizaciones callejeras una forma de presión. Así hasta acabar “asumiendo la violencia”. Llarena sería merecedor de que le pintasen la casa, la letrada del juzgado que salió por el tejado estaba loca, los guardias civiles están cegados por el “a por ellos”... pero resulta que ha sido precisamente la cúpula de los Mossos la que mejor ha descrito esa evolución que va de las batucadas noñas a asumir el precio de una “desgracia”.
La RAE define desgracia como la “situación de quien sufre un suceso doloroso”. Sin embargo, no hace falta explicar que la connotación de ese término en el contexto que se empleó evoca a algo mucho más grave. Obliga a replantearse de verdad si el día que Quim Torra apeló a la vía Eslovena -hubo muertos- realmente cometió un lapsus o estaba dando rienda suelta a las aspiraciones que luego toca aminorar diciendo que todo era simbólico. Cobra ahora si cabe mayor relevancia el testimonio del guardia civil que el 21 de marzo declaró ante Marchena que al alto cargo de Junqueras Lluis Salvadó le incautaron un documento en el que se abordaba la vía Eslovena de la independencia.
Zaragoza como el gato de Cheshire
Desde Castellví hasta Molinero pasando por Trapero o Ferran López. Todos han coincidido en que avisaron a la Generalitat de que habría palos el 1-O y que al otro lado de la mesa poco menos que corrieron a sacar el calendario para fijar la independencia. Cada vez que un mosso con galones se sienta en la silla de los testigos, al fiscal Javier Zaragoza se le dibuja una sonrisa como la del gato de Cheshire.
Así define el Ministerio Público en su escrito de acusación lo que relata la policía autonómica: “El plan secesionista contemplaba la utilización de todos los medios que fueran precisos para alcanzar su objetivo, incluida --ante la certeza de que el Estado no iba a aceptar esta situación-- la violencia necesaria para asegurar el resultado criminal pretendido". Encaja.
Aunque es verdad que si el testimonio de los Mossos vale para una cosa también debe valer para la otra y la Fiscalía también incluía en la ecuación de la rebelión a "un cuerpo policial armado e integrado por unos 17.000 efectivos aproximadamente, que acataría exclusivamente sus instrucciones --como así sucedió--". Visto los visto, encaja peor.
Mientras se dilucida el debate clave, el juicio supera ya los dos meses en los que resulta enternecedor observar a las defensas de los acusados preguntar a los testigos que narran un carrusel de agresiones e improperios si, al menos de fondo, escuchaban a la gente gritar “som gent de pau” (“somos gente de paz”). Como si una de Bruce Willis dejase de ser una de Bruce Willis solo por poner de banda sonora el virolai de Junqueras. ¡Yippee ki yay!.
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