Si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato. Sirva este clásico del razonamiento inductivo para dejar claro que si a Urkullu le pidió arnica Puigdemont, ese mismo día se lo planteó a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y horas después Rajoy le llamó para concretar una reunión, probablemente el lehendakari era un mediador.
Las declaraciones de los testigos de esta tercera semana quizá no serán determinantes para el redactado de la sentencia, pero la minuciosidad de Urkullu deja para los historiadores futuros el relato de lo que pasó en aquellos días de septiembre y octubre de 2017. Despejada por tanto la duda del papel que jugó el lehendakari, conviene matizar que existen dos tipos de mediación: la discreta y la que buscaba Torra ante Sánchez de la mano de algún Ram Manikkalingam que viniese a poner el cazo. Éstas suelen lograr siempre su objetivo porque vienen a tiro hecho para hacer de atrezzo en la foto.
El papel de Urkullu
Lo que hizo Urkullu fue informar a ambos bandos del margen de maniobra que tenía cada uno. En un rincón, Puigdemont podía convocar elecciones o declarar la independencia. Al otro, Rajoy podía ceder a las presiones de su derecha tras el 1-O y aplicar el 155 (qué lío) o ser fiel a sí mismo y dejarlo pasar. Y la narración de Urkullu dejó claro que no fue la falta de garantías de La Moncloa lo que provocó el choque de trenes, sino el canguelo de Puigdemont a pasar a la historia como un botifler. “La presión de la calle y de su grupo parlamentario”, dio fe el notario oficial del procés.
Compareció Rufián para hacer su show sin que nadie tuviese 'cullons' para preguntarle por aquel tuit de las 155 monedas de plata
Acto seguido compareció Rufián para hacer su show sin que nadie tuviese cullons para preguntarle por aquel tuit de las 155 monedas de plata. Quizá hoy su jefe, Junqueras, no se enfrentaría a 25 años de cárcel si algunos como él no hubiesen abogado por "no parar las máquinas”, en feliz expresión de Artur Mas, primer maquinista de este tren a la deriva. El recorrido que dibujó el expresidente también de testigo en el Supremo sirve para comprender hasta qué punto lo que sucedió en Cataluña fue una huida hacia adelante empujada por minorías radicales a las que la fiesta les ha salido gratis.
155 monedas de plata.
— Gabriel Rufián (@gabrielrufian) October 26, 2017
Mas recordó que fue una asamblea de la CUP la que decidió descabalgarle por un hipotecado Puigdemont. Aquel día se juntaron en Sabadell 3.500 militantes, es decir, el 0,04 por ciento de la población catalana. No serían muchos más los que se concentraron el 26 de octubre en Sant Jaume para forzar a Puigdemont a romper el compromiso que había adoptado con Urkullu de convocar elecciones. Declarada la DUI, mientras los políticos posaban para la historia con cara de haber visto un cadáver, tomaba las calles una masa eufórica de 17.000 personas, según la Guardia Urbana (Ada Colau). No llenaban ni un fondo del Camp Nou.
Y con todo, los acusados del procés todavía pidieron que dos exdiputados de la CUP acudieran a echarles una mano como testigos en el juicio. En lugar de eso, prefirieron llevarse el titular de haberle plantado cara a VOX y se fueron sin contestar a nada. El juez les impuso 2.500 euros de multa y a las pocas horas recolectaron diez veces esa cantidad. Otra vez gratis.
Un juicio mediático
El juicio se juega en el terreno judicial pero también el terreno mediático. Y en esto compareció el rajoyismo como una suerte de santa compaña que desaprovechó una vez más la oportunidad de imponer el relato del Estado frente al desafío soberanista. En realidad el expresidente y sus ministros fueron perfectamente previsibles. Si Rajoy descansó siempre en los jueces y la Policía el envite secesionista en Cataluña -donde ya son un partido irrelevante- no iba a cambiar ahora a pocas horas de un Madrid-Barça (qué lío).
El clásico sobrevoló toda la sesión como una espada de Damocles que amenazaba con un motivo más de recurso ante Estrasburgo si los interrogatorios se alargaban más de la cuenta
El clásico sobrevoló toda la sesión como una espada de Damocles que amenazaba con un motivo más de recurso ante Estrasburgo si los interrogatorios se alargaban más de la cuenta hasta solaparse con el inicio del partido. El desembarco culé en Madrid a cuenta del procés desplegó mucho candidato a presenciar la victoria del ejército de un país desarmado (Vázquez Montalbán) en el Bernabéu. Uno de los abogados de los acusados reconoce a este periódico que, "como es lógico", tenía posibilidad de acudir al palco a través del Fútbol Club Barcelona, pero finalmente declinó la oferta "por respeto" a sus clientes en prisión.
Soraya, también como siempre, acudió a defender lo suyo, es decir, la malograda operación diálogo, el 155 y al CNI, que vaticinó que no habría urnas. Pero despejó el marrón de las cargas del 1-O al exministro Zoido, que encima era de Cospedal. No le quiso ni ver en La Moncloa el día del referéndum. El exalcalde de Sevilla siguió aquella jornada desde su despacho. En el Supremo Zoido también se sacudió la responsabilidad en sus subordinados y acudió demasiadas veces al “no lo sé”, “lo ignoro” o incluso argumentó un cansado “pfff…” cuando le preguntaron por la pasividad deliberada de los Mossos. Ni eso fue capaz de explicar.
Se justificó en que él no estuvo en los detalles del despliegue de 6.000 agentes, Y lo más grave de todo es que es verdad. Eso y que tampoco consideraría oportuno juntarse con alguno de su antiguos asesores para preparar su interrogatorio con todo lujo de datos. Al final, sin darse cuenta, le acabó dando la razón a Forn para quien los retos de seguridad del 1-O eran algo así como los de un partido de Champions.
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