Como aquí cada loco está con su tema, hay un brillante filósofo sueco llamado Nick Bostrom que planteó hace unos años que todo lo que ocurre a nuestro alrededor puede ser fruto de una simulación. Más o menos, vino a decir que existe la posibilidad de que una civilización post-humana haya desarrollado un videojuego tan perfecto que sea lo que conocemos como realidad. A su juicio, los post-humanos podrían haberlo programado por su interés en conocer la forma en la que se ha desarrollado su evolución desde que aparecieron en el mundo. Pero, como todo está sujeto al azar y la contingencia, cada nueva partida en ese videojuego se desarrollaría de una forma diferente, de modo que a nuestro alrededor podrían confluir múltiples universos paralelos. Al escuchar estos días a Oriol Junqueras, Mariano Rajoy e Iñigo Urkullu, cualquiera podría tener la sensación de que cada uno de ellos habitaba en un mundo diferente, sujeto a unas leyes que no se parecen en nada.
En el universo en el que habita el lehendakari, en octubre de 2017 se produjeron varios contactos entre la Generalitat y el Gobierno de Mariano Rajoy para tratar de evitar la declaración unilateral de independencia. Urkullu planteó a las dos partes varias alternativas que ha explicado este jueves en el Tribunal Supremo con una ininteligible concreción, más propia de un burócrata en materia de conflictos que de político con determinación. En una primera fase, pretendía que ambas partes hicieran “diálogo, negociación, acuerdo y ratificación”. Posteriormente, buscaba que apostaran por una “distensión, diálogo y acuerdo”, dentro de una mesa. Vaya, una panoplia de ideas que recuerda a aquello del examen de conciencia, dolor de los pecados, confesión, propósito de enmienda y cumplir la penitencia. Muchos conceptos vacíos de contenido para definir algo mucho más simple: que ambas partes mostraron su disposición a hablar -mayor o menor- para evitar el choque de trenes, pero que finalmente la negociación fracasó.
Según Urkullu, el motivo del naufragio fue el que indicó Santi Vila la semana pasada: que el Gobierno se había negado a negociar sobre el derecho a la autodeterminación de los catalanes y que Carles Puigdemont, llegados a este punto, con la calle encendida y la proposición de la DUI redactada, no supo o no quiso transmitir a los suyos que había que dar un paso atrás, renunciar a la independencia por un tiempo y convocar elecciones. El lehendakari ha reconocido lo que era un secreto a voces: que el más levantisco inquilino de Waterloo se vio sobrepasado cuando, a pocos minutos de confesar todo eso ante los periodistas, desde la Plaza de Sant Jaume comenzó a escuchar las protestas de los suyos, que le llamaban traidor. Y de botifler, ni hablar del peluquín.
El concepto de traidor
Vila dimitió de su cargo pocas horas antes de la DUI, al sentirse traicionado por Puigdemont, quien le había pedido que alcanzara un acuerdo con Madrid del que finalmente renegó. Curiosamente, el exconsejero de la Generalitat pasará a la historia como el traidor, como el calculador que se bajó del tren antes de que desacarrilara. El Kérenski del 'procés'. Este jueves, Urkullu le daba la mano antes de abandonar la sala donde se celebra la vista oral del juicio. Pocos minutos después, Gabriel Rufián se la negaba, al contrario que al resto de los encausados. Y no se preocupó de disimular el gesto, pues era importante que se viera y que se tuiteara. Vidas vacías las de los escandalosos en público.
Desde luego, si algo ha quedado claro es que la historia se ha desarrollado de una forma diferente, en función del universo en el que habitaba cada cual en aquel mes de octubre. Rajoy dijo el miércoles que fió todo a los mandos policiales y a los jueces, que para eso están. Soraya Sáenz de Santamaría le secundó. A Juan Ignacio Zoido le habían puesto la declaración a una hora muy mala, que es la de la siesta, y encima es festivo en su Andalucía, de ahí que haya acudido al interrogatorio como recién levantado de una cabezada o llegado de un aperitivo largo al sol de Sevilla.
En cualquier caso, ha sostenido la misma teoría que el expresidente y la ex 'vice': que del 1-O supo lo que le decían los mandos policiales en los que había encomendado la responsabilidad de que aquello no se fuera de las manos. Resulta inquietante pensar que personas que tienen encomendada la capacidad para hacer política hablen con tanto atrevimiento de su capacidad para delegar sus responsabilidades en los técnicos y los funcionarios.
Entre unas cosas y otras, han desfilado por el banquillo de los acusados Albano Dante Fachín, Ada Colau y Gabriel Rufián. Si hubiera que poner un nombre al universo en el que habitan, quizá sería adecuado definirlo como el de las 'epopeyas de pancarta'. No merece la pena reproducir las enésimas salidas de tono del diputado de ERC porque supondría alimentar ese monstruo burlesco que parece atrapado en la etapa genital, que definió Freud. Pero lo cierto es que, al igual que Colau, ha querido convertir su intervención en el Tribunal Supremo en un meme. O en un acto de campaña. Desde luego, no han sido los únicos que lo han hecho durante los últimos días, para desesperación del juez Marchena, que se muestra más susceptible a cada día que pasa.
Aunque parezca difícil de creer, hay dos multimillonarios del sector de la tecnología que conformaron hace un tiempo un equipo de científicos que trabajen para sacar a los seres humanos del universo simulado en el que supuestamente viven. Sólo de esa forma se podrá saber la verdadera esencia de las cosas. Quizá los jueces de este procedimiento, en vista de las diferencias entre los testimonios que se han expuesto estos días en el Alto Tribunal, y de la obscena contaminación política de todos ellos, tengan que recurrir a una vía parecida para lograr esclarecer lo que pasó en aquel innombrable otoño y si de verdad los acusados son culpables de los delitos que se les atribuyen.
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