Se esperaba su publicación desde hace diez años. Y no era para menos. Se trata de un libro del que muchos especulaban acerca de sus revelaciones políticas y empresariales. Casi diez años después de su muerte sale a la luz Una lealtad real (Almuzara), las memorias de Manuel Prado y Colón de Carvajal, el senador, diplomático, amigo y administrador privado del rey Juan Carlos I durante más de 20 años, una figura reconocida por su lealtad al monarca, de quien prácticamente fue su valido, y justo por ese motivo testigo de excepción de las actividades del entonces rey de España. Aunque estaban listas ya desde 2008, la publicación se ha retrasado casi una década. ¿Exactamente por qué? ¿Dice algo que comprometa judicialmente al monarca? Al respecto, se tejían muchas suposiciones, en buena medida porque los últimos años de Prado estuvieron marcados por los juicios e investigaciones del caso KIO, por el que la Audiencia Nacional lo condenó a la pena de dos años de cárcel por apropiación indebida. ¿Algo de aquellos años salpicaría a la Corona? ¿Qué dice Manuel Prado en esas memorias que se publicarán el 10 de septiembre?
La editorial sevillana Almuzara tenía el manuscrito de las memorias de Prado desde el año 2007 (fecha en que se firma el contrato), pero había decidido no publicarlo por la petición expresa que hizo en su momento Manuel Prado y Colón de Carvajal. Según explican los responsables de Almuzara a Vozpópuli, que ha tenido acceso al texto, en febrero de 2008, justo antes de que los libros salieran de la imprenta, y a petición del autor, decidieron posponer la edición dada la “especial situación personal y procesal” de Manuel Prado. Apenas cuatro años antes, la Audiencia Nacional había condenado a quien fuera mano derecha del rey, por un delito de apropiación indebida como destinatario en una cuenta de Suiza de un pago de 11,4 millones de euros procedentes del grupo Torras, del que el financiero Javier de la Rosa y cuyo primer accionista era la sociedad kuwaití de inversiones KIO. Aquello se conoció como la operación Warbase. Como explica Manuel Prado en sus memorias, así se bautizó a la primera pieza de cinco en las que se dividió la investigación y en la que Javier de la Rosa también resultó condenado.
Prado ingresó en prisión en 2004, a los 72 años de edad. Debía cumplir dos de condena. Sin embargo, y por razones humanitarias, se le concedió el segundo grado penitenciario para cumplir un régimen de vigilancia en su domicilio. Aquella no fue la única sentencia. En 2008 fue condenado por apropiación indebida a tres meses de prisión por la Audiencia Nacional, en el caso de la descapitalización de la compañía catalana Grand Tibidabo (de la que fue vicepresidente entre 1990 y 1992). “Diez años después de todos estos hechos y con el contrato en vigor, vence en el año 23, el sello Almuzara decide publicar las memorias al estimar que es el momento oportuno para cumplir el compromiso adquirido con el autor, comprometiéndose a su publicación pasados unos años, tal y como se convino”, aseguran los editores. La tirada del libro será de 6.000 ejemplares en su primera edición y saldrá a la venta esta semana, concretamente el lunes diez de septiembre.
"Ex diplomático e 'intendente real', cargo que tradicionalmente designa a la persona encargada de manejar los dineros privados del Rey"
Ex diplomático e "intendente real", expresión con la que se designa a la persona encargada de manejar los dineros privados del Rey –adjetivo y apelativo que Manuel Prado rechaza en estas memorias, por cierto-, la actividad empresarial de Prado se desarrolló, sobre todo, en la promoción exterior de la industria siderometalúrgica, de telecomunicación, automóvil y actividades financieras de España. Ocupó la presidencia de Iberia entre 1976 y 1978 y fue presidente ejecutivo y posteriormente consejero de Infeisa y presidente de Adena. También ostentó la Presidencia del Centro Iberoamericano de Cooperación y de la Comisión del V Centenario en 1981, una fecha en que su estrecha vinculación con el rey lo hacen testigo de una serie de episodios decisivos de la transición.
De padre chileno, Manuel Prado se movía en España como “freelancer industrial y comercial”, lo cual lo llevó a moverse en un entorno aristocrático que facilitó el acercamiento con el joven Juan Carlos, que aspiraba a asumir el trono. “Fue el Duque de Calabria, Carlos de Borbón y primo hermano de don Juan Carlos, quien insistió en que entrara en el círculo de relaciones del joven príncipe. Carlos de Borbón trabajaba conmigo por aquel entonces en una de las empresas que intentaba tomar vuelo. Ibertrade, se llamaba. Fue a él, como digo, a quien debo el primer encuentro formal con don Juan Carlos, que andaría por entonces por los veintipocos años”. En las páginas de este libro, Manuel Prado habla de su intervención, a petición del entonces príncipe Juan Carlos, para allanar su camino al trono y alejarlo del entorno mediocre de los asesores que pertenecían al círculo de Juan de Borbón, entonces en punta con su hijo por el trono.
"Entre las tareas que debía cumplir Manuel de Prado se encontraba el amplio pliego de la agenda energética y las relaciones con los países árabes. Podría decirse que su carrera como valido comenzó y acabó con un capítulo saudita"
Intervino en no pocos asuntos. En 1975, en medio de la crisis del Sahara Occidental como cuestión prioritaria, Juan Carlos I quiso asumir él mismo las riendas del asunto, consciente que una guerra colonial con Marruecos podría precipitar una tensión militar y perder la corona. Por ese motivo envía a Manuel Prado y Colón de Carvajal a Washington, para solicitar la ayuda de Henry Kissinger. Se reunió con Ceaucescu para poner en marcha el plan del rey Juan Carlos y que éste le comunicó a Prado: “Debes ir a verlo para que tranquilice a Carrillo y a los comunistas. Tengo el propósito de que se le dé reconocimiento político al PCE llegado el momento”, escribe. Y como ésa, varias misiones más, por ejemplo, conseguir que Giscard, el presidente francés, acudiera a la proclamación de Juan Carlos como rey. Poco después, entre 1976 y 1977, Prado ocupó el papel de Senador Real.
Entre las tareas que debía cumplir Manuel Prado se encontraba el amplio pliego de la agenda energética y las relaciones con los países árabes. Podría decirse que su carrera como valido comenzó y acabó con un capítulo saudita. “Pienso que fue a causa del petróleo saudí, lo mismo que con el asunto de los dineros para los partidos políticos, cuando el nombre de Manolo Prado empezó a tomar fuelle de comisionista privilegiado, de diplomático del pelotazo. Cuento todo tal y como fue, insisto. El que no me quiera creer que no lo haga. No estoy dispuesto a hacer de espadachín con nadie para salvar la honra de mi fatigado nombre. Tan sólo me caben estas memorias como arrecife contra el buitreo de la maledicencia nacional. Sigo. Al poco de recibir el angustioso comunicado de Suárez, partí hacia Arabia Saudí a negociar el petróleo con los árabes. Juan Antonio García Díez era por entonces —si mal no recuerdo— el ministro de Comercio. Hablé con su gabinete para que me dieran detalle de las precariedades de la Madre Patria. Tenía que llevar algo preparado para exponérselo a los árabes poniendo cara de pena penita pena, algo tan español por otra parte. Así lo hice en audiencia con el Rey Fahd bin Abdul Aziz Al-Saud (el famoso Rey Fahd, el de Marbella, por aquello de abreviar). Con todo pormenor le detallé las angustias españolas a fin de conseguir un acuerdo comercial lo mejor posible. El Rey Fahd contestó favorablemente accediendo a suministrar a España varias toneladas de petróleo”. Sobre los posibles datos o revelaciones acerca de comisiones o negocios, Prado asegura: “El caso es que ni conseguí de los árabes réditos personales para el joven monarca ni los utilicé como argamasa para unos negocios personales que se decía me habían ido mal. En todo momento el botín saudí estuvo controlado por el gobierno español, si bien el episodio tuvo su punta rocambolesca”.
Como ésas hay muchas otras intervenciones de Manuel Prado y Colón de Carvajal en la vida política española, convirtiéndose así en un testigo privilegiado de lo que ocurría en Zarzuela y de cuya vida da cuenta con detalle: desde la noche del 23F hasta el papel de Fernando Almansa como jefe de la Casa Real y su posterior relevo por parte de Sabino Fernández Campo. No hay una sola línea de este libro que no tienda a la hipérbole afectiva. Manuel Prado hace un retrato suyo pasado por el filtro de la biografía de Juan Carlos I de Borbón, a quien no atribuye ni un solo defecto, devaneo o cana al aire. Ni siquiera habla con acritud de la distancia que debió tomar el monarca mientras él se sometía a una investigación judicial por el caso KIO.
Durante la instrucción, investigación y posterior sentencia en el caso KIO, Prado defendió su inocencia una y otra vez. Y así procura hacerlo en estas páginas. En la tercera parte del libro –y repartido a lo largo de tres capítulos- Manuel Prado y Colón de Carvajal relata de qué forma y en qué circunstancias entra en contacto con Javier de la Rosa, a quien conoció a finales de los 80, y a quien describe como un hombre engatusador, capaz de alargar y entreverar los negocios. “Jordi Pujol me pidió abiertamente que colaborara con De la Rosa para impulsar el parque temático de Port Aventura, en los terrenos de Tarragona que en principio habíamos seleccionado para el fracasado proyecto de Eurodisney. En el despacho del president me esperaba Javier para formalizar mi relación con él. Seguía albergando mis reticencias por diversas causas”. Según relata en este libro, rompió su relación empresarial con Javier de la Rosa en diciembre de 1992. Prado presentó su dimisión y, pese a que la ruptura entre ambos se comunicó públicamente como un acuerdo amistoso -motivado por la incompatibilidad entre la vicepresidencia de Prado en Grand Tibidabo y su desembarco en la presidencia de Partecsa-, Manuel Prado da a entender que Javier de la Rosa interpretó su marcha como una traición.
"El almuerzo con el Rey y Almansa no me satisfizo en absoluto. Almansa y yo chocamos. Me achacó que yo presumía impropiamente de mi amistad con el Rey en busca de medro propio"
La descripción que hace Manuel Prado de aquellos días y su relación con Zarzuela tiene episodios como el que corresponde a la reunión que celebra con Juan Carlos I tras declarar ante el fiscal José Aparicio Calvo Rubio cuya investigación ordenada por el fiscal general del Estado, Carlos Granados, descartó cualquier relación del rey con los negocios que Manuel Prado y Colón de Carvajal hizo con De la Rosa: “Don Juan Carlos me recibió acompañado del jefe de la Casa Real, el ya mentado Fernando Almansa. Le conté en qué había consistido mi declaración (…) El almuerzo con el Rey y Almansa no me satisfizo en absoluto. Almansa y yo chocamos. Me achacó que yo presumía impropiamente de mi amistad con el Rey en busca de medro propio. Le repliqué que mi lealtad con el Rey la tenía yo bien probada”.
Prado, quien es padre de Borja Prado -presidente de Endesa-, amplía algunos detalles de su vida: cómo a los 18 años perdió el brazo izquierdo tras sufrir un accidente o las negociaciones que él mismo sostuvo con la banda terrorista ETA para lograr la liberación de su hermano, secuestrado durante 73 días, en 1983, un hecho que, según él, precipitó su cambio de residencia a Suiza. Dedica también un elogioso capítulo a la reina Sofía, sobre la que amplía detalles ya conocidos como su inclinación natural a la vida vegetariana, su aversión a la caza y su estricto sentido del deber, que Prado ensalza en toda ocasión. Ni rastro, por supuesto, de amistades o presencia femenina alguna en el entorno del rey Juan Carlos, ni muchos menos la participación alguna en negocios,a la manera de Corinna Larsen, mujer a quien se atribuye una relación sentimental con el rey Juan Carlos I y de la que se investiga su papel en determinados asuntos económicos que rodean al entorno real.
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