El Gobierno y Génova discrepan de nuevo en la forma de reaccionar ante la ola de escándalos que sacude estos últimos días al PP. Desde el primer minuto se advirtió una actitud diferente, casi contrapuesta. Moncloa se abraza a la serenidad y en el PP pierden los nervios, según un alto cargo del Ejecutivo.
El primer síntoma de esa descoordinación se registró tras conocerse que Mariano Rajoy había sido citado a declarar como testigo por el "caso Gürtel". Desde el Ejecutivo se respondió en forma aséptica y lineal, con un formulario que incluía las inevitables referencias al respeto a la acción de la Justicia y a no valorar las decisiones judiciales. Esa tarde, Génova sacó a la luz una nota mucho más vehemente, no exenta de críticas a la acusación popular y, por extensión, a la manga ancha de los magistrados por aceptar determinados comportamientos.
Este comunicado provocó una poco disimulada tormenta interna. En el Gobierno se le consideró inadecuado y excesivo. Algunos dirigentes del partido también reprocharon el tono. 'No se puede censurar a los jueces. A Cospedal se le ha ido la mano', señalaban en Moncloa. "La posición del Gobierno era demasiado tibia", le respondían desde el partido. Este enfrentamiento subterráneo se acompañó luego de diversas versiones, agitadas por los voceros habituales, sobre el verdadero origen de la polémica nota. Disputas intestinas, de nuevo.
Ante todo mucha calma
Tuvo que salir Rajoy a la palestra para poner orden en la sala. "Iré encantado, acudiré a declarar con toda normalidad", señaló en unas breves declaraciones al acudir a un acto de la CEOE. Los suyos tomaron nota. El goteo de los escándalos de la 'operación Lezo' sublevaba en las bases del partido. Sus dirigentes se quejaban en privado de la actitud de algunos de los protagonistas de los latrocinios. "Nosotros estamos defendiendo la imagen de integridad del PP, rompiéndonos la cara en actos y en medios y ellos estaban robando", señalaba un alto cargo.
En Moncloa se seguía la línea pulcramente señalada por Rajoy. Centrarse en el trabajo y cumplir la agenda. Sáenz de Santamaría predicaba con el ejemplo. El viernes viajaba a Barcelona para la festividad de Sant Jordi, donde fue recibida con cajas destempladas por el frente secesionista. Regresó el martes para impulsar los Juegos del Mediterráneo de Tarragona, y almorzó con Carles Puigdemont presidente de la Generalitat, muy poco partidario de su 'operación diálogo''.
Duro contraste con los gestos de Génova. "Indignación y desolación ante estos episodios", clamaba Pablo Casado, portavoz del partido, este lunes, minutos antes de conocerse la renuncia de Esperanza Aguirre. "La corrupción es la peor lacra, el PP es el máximo perjudicado" añadía. Contundencia contra la corrupción y mano dura a los corruptos. Una especie de dejà vu con los primeros tiempos de Bárcenas y hasta con el terrible episodio de Rita Barberá.
El la cúpula nacional del PP se recibían decenas de quejas y de muestras de indignación de los mandos intermedios y hasta de militantes de base de toda España. De ahí la dificultad a la hora de controlar sus muestras de repudio a estas actuaciones de sus 'ovejas negras'. Génova es el rompeolas de la irritación de la militancia. Esa ira no llega a Moncloa. De ahí que al Gobierno le resulte más fácil ajustar sus gestos y templar sus mensajes.
Rajoy lo tiene claro. En Montevideo volvió a su libreto de siempre. "El que la hace la paga", "no pienso cesar a los ministros" (referencia a Catalá y Zoido, salpicados por unos SMS inconvenientes) y, muy especialmente, la frase clave: "No me voy a distraer de lo importante que es la economía".
Rajoy no quiere que los suyos se enzarcen con los episodios de la corrupción. Firmeza sin demasiada insistencia. Superar este trance con mayor habilidad de lo que se hizo en tiempos pasados. "Hacer las cosas bien y mirar al futuro", predica Rajoy. De momento es el Gobierno, con Saénz de Santamaría al frente, quien está siguiendo sus órdenes al pie de la letra. En el partido aún se precisan muchas más dosis de cloroformo.
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