Cuando llegaron a Génova, sobre las siete de loa tarde, las cosas ya empezaban a pintar mal. Pablo Casado y su esposa, Isabel Torres, subieron al despacho de la séptima planta, donde ya se encontraban algunos miembros de su equipo. María Pelayo, la activa directora de Comunicación; Javier Fernandez-Lasquetty, su jefe de Gabinete; Dolors Montserrat, cabeza de cartel a las europeas. Casado empezó a recibir los últimos sondeos que circulaban ya por las redes. No pintaba bien. Ganaba Sánchez, sabido era, pero por una ventaja superior a la esperada. El PP no superaba los 80 escaño sen previsión alguna.
Fue llegando gente a la séptima. Algunos miembros del comité de Dirección, como los 'sorayistas' Vicente Tirado y Juan Ignacio Zoido. También las vicesecretarias Andrea Levy y Marta González. El director de la campaña, Javier Maroto, regresaba de Vitoria, donde había votado y, más tarde, sabría que perdió el escaño. También Echániz y Cosidó, gente de confianza, de la primera hora del salto a las primarias de Pablo.
A las ocho, saltaban ya las encuestas oficiales a los medios. Una nube negra sobrevoló entonces la fachada del edificio del que colgaba un cartelón gigantesco, con un sonriente rostro de Casado y el lema "Valor seguro" adosado a la mandíbula. En ese instante arrancó el calvario. Todo iba a ser peor de lo imaginado. En el despacho del presidente se servía refrescos y algún café. En la sala de prensa, se ofertaban sandwiches variados y colas frías.
Algo tenían que llevarse a la boca los periodistas. Nadie se compadecía de los periodistas hasta que Daniel Lacalle, cuarto en la lista por Madrid y Pilar del Castillo, eurodiputada repetidora, tuvieron a bien dejarse ver por la sala de prensa. Una visita que produjo cierta sorpresa. Un candidato independiente y una parlamentaria sita en Bruselas ejerciendo de enlace con los medios. Ni rastro del equipo habitual. "Están arriba, con los datos", dijeron Daniel y Pilar. Y entonaron un cántico a la continuidad de Casado: "Es un gran presidente y ha hecho una excelente campaña". Pareció que habían bajado para despejar las dudas y atajar el ruido de dimisiones antes de que empezaran a correr.
Luego bajó Teodoro García Egea, que venía de Murcia, donde había votado. Un comunicado sin preguntas, una palinodia para anunciar que nada se diría hasta que cayeran los datos oficiales. La sonrisa que exhibe habitualmente el número dos de Génova brillaba por su ausencia. La incertidumbre dejaba ya paso a destellos de angustia. Unos minutos después, a las nueve, Grande Marlaska abrió el grifo de los datos oficiales. Un relámpago de hielo recorrió el espinazo de alguno de los presentes en la sala de reuniones de la séptima. Ya habían llegado Martínez-Alemida, Edurne Uriarte, González Terol, y hasta el maestro Abellán, en mangas de camisa. "Ahí dentro la gente suda mucho", comentaba gente de la casa. Uno de los miembros de la dirección comentaba por teléfono: "Esto huele a estropicio".
Los pasillos silenciosos
El silencio se apoderó de los pasillos. Apenas circulaba gente por las escaleras. Reunidos con el presidente, apenas se escuchaban murmullos en la zona. Nada que ver con la noche de las elecciones andaluzas, en la que, ya avanzado el recuento, empezó a correr el whisky y los gintónics. Un festejo por sevillanas. "¡Viva Juanma!". Eran otros tiempos. Este domingo, Génova vivió su mayor pesadilla de la etapa Casado.
El escrutinio rodaba con celeridad. La catástrofe iba cobrando cuerpo. Los periodistas se asomaban a los ventanales por ver si, como la tradición dispone, alguien se acercaba al edificio. No. tan sólo diez despistados, algún forofo y unos cuantos turistas que satisfacían su curiosidad. La derrota estaba servida. El peor dato de la historia del PP desde aquellos 107 escaños de Aznar de 1989, cuando la refundación.
La muchachada aplaude
Consumado el recuento de papeletas, los líderes de los distintos partidos iban emergiendo en la pantalla. Sánchez, beso a su esposa incluido. Iglesias, manos en los bolsillos, el otro perdedor de la velada. "El presidente Casado comparecerá después de Rivera", informaba un guasap de la organización.
Pasada la media noche, luego de que el presidente del PP telefoneara a Sánchez para felicitarle, su equipo convoca de nuevo al recinto de las comparecencias. Los periodistas se topan con la sala enmarcada por un nutrido grupo de jovencitos, muchachos animosos de Nuevas Generaciones, en pie y presentes para levantarle la moral a su líder. También había trabajadores del partido y algún familiar. Un aire funeral presidía el ambiente. El PP apenas superaba los 66 escaños. Perdía la mitad de sus votos y la mitad de sus diputados. Cataclismo. Silencio en la sala. Expectación. "Ahora baja". Murmullos.
Entra Casado, de la mano de su esposa, y se plantifica ante el atril. Aplausos de la muchachada y gritos de "presidente, presidente". Traje gris oscuro y corbata azul marino. Egea y Adolfo Suárez, traje gris oscuro, corbata aún más oscura, le flanquean. Una estampa desoladora. Pompas fúnebres. Teo hace entrar al resto, dirige la operación con las manos, va ordenando el despliegue sobre la tarima. Caras muy largas, gestos severos, muecas tensas. Desolación.
"Un resultado muy malo". Casado apenas habla cinco minutos y, entre abrazos y saludos de los suyos, abandona la sala. La mayoría de los dirigentes vuelve a la séptima planta, a seguir el último acto del gran drama. Afuera, los operarios desmontan ya el esqueleto de la balconada donde, si todo hubiera salido medianamente, alguien estaría lanzando vivas al PP y a España. Una noche árida y cruel. La más dramática que le ha tocado vivir al presidente Casado . "Esperemos que sea la última", comenta un diputado al salir.
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