Cualquier capítulo de la serie Juego de tronos se queda corto comparado con el convulso panorama de la política española. Los partidos, embarcados en la elaboración de las listas para el carrusel electoral que se avecina, han organizado un espectacular aquelarre en el que, sin ningún escrúpulo, están aprovechando para pasarle el cuchillo por la yugular a todos los disidentes con el liderazgo establecido.
Obviamente, cada cual es libre de organizar su partido como mejor considere, pero lo que estamos viendo estos días dice muy poco de la democracia interna de las formaciones políticas españolas. Veamos algunos ejemplos:
1.- Partido Popular. El nuevo líder, Pablo Casado, ha sacado de las listas a todo lo que huela a Mariano Rajoy y, lo que es más importante, ha dado unos dedazos estratosféricos para colocar a algunos cabezas de lista, como por ejemplo Cayetana Álvarez de Toledo en Barcelona o Pablo Montesinos en Málaga. Su imposición ha puesto a prueba las costuras del partido e incluso se ha cuestionado que Álvarez de Toledo no domine la lengua catalana.
2.- Partido Socialista. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha aprovechado que ahora nadie le tose para arrasar con todos aquellos que le hicieron la vida imposible durante los últimos años: susanistas, rubalcabistas... Quiere tener un grupo parlamentario a su imagen y semejanza, y no como hasta ahora, donde había más detractores que partidarios. Las tensiones no se han hecho esperar: dimisiones en Galicia, malestar indisimulado en Andalucía y críticas en Aragón.
3.- Podemos. En el partido morado, como es tradicional, han celebrado primarias, pero Pablo Iglesias se las ha pasado por el forro cuando ha querido. Tiene varios incendios abiertos en toda España, entre otras cosas por su manera dictatorial de dirigir la formación. El lugar donde todo ha sido más chusco es en Cataluña, donde Iglesias, conchabado con Ada Colau, ha impuesto como cabeza de cartel a un independentista y, por el contrario, el ganador de las primarias ha sido relegado al número 11... hasta que ha dimitido por dignidad.
4.- Ciudadanos. La formación de Albert Rivera también gusta de celebrar primarias, pero ya hemos visto para qué sirven: para que ganen los candidatos que apadrina la dirección frente a los que proponen las bases del partido. Y algo de ello se ha visto en el escándalo del pucherazo de las primarias para elegir candidato a las elecciones autonómicas de Castilla y León, felizmente detectado, por cierto. No obstante, el intento de Rivera de colocar a la expopular Silvia Clemente ha levantado muchas ampollas entre los naranjas.
5.- Vox. Los de Santiago Abascal habían anunciado primarias, como todo nuevo partido que se precie, pero finalmente las suprimieron en su congreso del 23 de febrero para que el líder pudiera designar a quien considerase oportuno. Y a ello se está dedicando estos días, con fichajes personales que dan poca sensación de partido estructurado. Por lo menos es coherente: en vez de amañar las primarias, mejor suprimirlas.
6.- PDeCAT. Como ejemplo que demuestra que los males de los partidos españoles no son exclusivos de Madrid y que los partidos de Cataluña se parecen como dos gotas de agua a los del resto de España, por muy independentistas que sean, está la pseudoformación que lidera el fugado Carles Puigdemont. El expresident de la Generalitat ha decidido cepillarse a sus diputados actuales en el Congreso con el argumento de que eran demasiado tibios. Y los ha sustituido por una lista a su medida llena de fieles de su causa independentista.
Ya lo decía Guerra...
¿Es todo esto normal? En España, sí, por supuesto. Siempre ha pasado y, si nada cambia, seguirá pasando. Y a los más desmemoriados habrá que recordarles aquel célebre dicho del exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra: "El que se mueve no sale en la foto". Esa frase se aplicó sin ninguna piedad durante los años 80 y 90, cuando Felipe González hacía y deshacía a su antojo. Aquello de Guerra era como cuando Stalin borraba de las fotos a Trotski, y no en vano aún hoy seguimos hablando de purga estalinista cuando nos referimos todas estas prácticas que consisten en aniquilar a los adversarios, aunque sean del mismo partido.
Pero, que sea normal en España y en la Rusia comunista no quiere decir que sea algo común en nuestro entorno. Los partidos de otros países europeos son mucho más tolerantes con el disidente. De hecho, ahí tenemos el ejemplo del Reino Unido, donde es imposible saber el resultado de una votación parlamentaria porque es difícilmente predecible el sentido del voto de cada uno de sus diputados, sean del partido que sean.
En España, como es sabido, los diputados apenas sirven para apretar un botón y votar según les indican sus líderes. Se quieren grupos parlamentarios dóciles y obedientes. Se persigue al discrepante y se premia al fiel. ¿Por qué? Seguramente por diversas razones, pero una de ellas tiene que ver sin duda con el sistema electoral, que establece unas listas cerradas donde hay un logotipo y debajo una ristra de nombres que, en realidad, a nadie le importan. Todo el mundo asume que lo que se vota es el logo, y que los que están debajo adoran al líder de turno. Si en España hubiese otro sistema, que fomentase las listas abiertas y circunscripciones mucho más pequeñas, seguramente sería posible que entrasen en el Congreso diputados díscolos con sus propios partidos.
En cualquier caso, que nadie se engañe. Lo que han hecho los líderes ante estas elecciones del 28 de abril tiene un motivo primordial: protegerse por si salen derrotados de las urnas, ya que en caso de fracaso no quedarán críticos que puedan alzar la voz para moverle la silla al amado líder. Esto aplica especialmente para el caso de Casado, que sabe que se va a dejar por el camino muchos escaños y que ganó las primarias de su partido con gran división interna. Si elimina el marianismo del Congreso de los Diputados, más difícil tendrán sus adversarios la posibilidad de organizarse para cortarle la cabeza en plan Juego de tronos.
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