Albert Rivera y Pedro Sánchez no lo tenían nada claro. A principios de septiembre, tras el descanso estival, consideraban "poco adecuado" pensar en el artículo 155 para hacer frente al golpe de los separatistas catalanes. "Mejor evitarlo, el 155 está demonizado", comentaban ambos en sus declaraciones. Tampoco Mariano Rajoy se mostraba entusiasta ante la posibilidad de tener que recurrir a él. En su Ejecutivo, tan sólo el ministro del Interior parecía partidario de esa medida. Zoido, todo prudencia, evitaba pronunciarse sobre este punto.
En la noche del domingo del 1-O, después del referéndum que "nunca se celebró", el presidente del Gobierno empezó a verlo todo más claro. "Éstos van a por todas", le comentó a un miembro de su equipo. La jornada de la consulta fue un desastre para el Estado. Todo salió mal. Urnas, votantes, escenas de violencia, apoteosis secesionista. Había que atajarlo. El 155 estaba allí.
"Nunca lo haremos sin el PSOE", era la consigna del presidente del Gobierno. Antes del 1-O, Ciudadanos también había mudado su postura. Begoña Villacís, su jefe de filas en el Ayuntamiento de Madrid, también en su día contraria a esta vía expedita, plegó velas. El partido naranja dio un paso al frente y se convirtió en el abanderado del 155.
En uno de sus frecuentes encuentros, Rajoy le sugirió a Sánchez que había que pensar en esta posibilidad. Le mencionó la necesidad de crear un grupo de trabajo, reducido y eficaz. Esa misma semana arrancaron las sesiones. Por parte del PP estaban José Luis Ayllón, mano derecha de la vicepresidenta, y Pedro Arriola, el 'gurú' de los tiempos de Aznar. Las filas socialistas las dirigía Carmen Calvo, exministra de Zapatero, con el apoyo de José Enrique Serrano, un clásico de los tiempos de González, y la diputada catalana Meritxell Batet.
Con enorme sigilo, casi en secreto, los trabajos se centraron en señalar el campo de operaciones. Se descartó, por excesivo, el recurso a la ley de Seguridad Nacional y al estado de alarma. El 155 parecía adecuado para la ocasión. Genérico en su redacción y flexible en su aplicación. Políticamente, 'una joya', señalaba uno de los negociadores. Los equipos se disolvieron tras varias jornadas de trabajo y se quedaron en solitario Ayllón y Calvo. Mano a mano, el trabajo avanzó sin contratiempos. Sáenz de Santamaría se sumaba de cuando en cuando a las sesiones.
"Nunca lo haremos sin el PSOE", era la consigna del presidente del Gobierno. Antes del 1-O, Ciudadanos también había mudado su postura
El discurso de Puigdemont en el Parlament del 10 de octubre disipó las dudas. Fue la intervención surrealista en la que no consiguió dilucidarse si había proclamado o no la independencia. Los trabajos se aceleraron. Se trataba de centrar el campo de actuación. Carmen Calvo pretendía un 155 'light'. Nada de nombrar un gobierno paralelo. Se haría mediante "un perfil más bajo", defendía la socialista. En el PP se reclamaba mano dura. "Esto se nos va de las manos, nuestra gente ya no nos cree, los golpistas van ganando". Llovían las quejas y lamentos de dirigentes regionales del partido. En el Gobierno también se escuchaban voces extremas. Dolores Cospedal, ministra de Defensa, no disimulaba su hartazgo frente a la burla creciente de los separatistas.
Descabezamiento de los Mossos
Con el respaldo de PSOE y Ciudadanos, el Gobierno envió el requerimiento a Puigdemont para que aclarase el significado de sus palabras. El presidente de la Generalitat remitió dos misivas, a cual más ambiguas. Rajoy convocó el sábado 20 un consejo de ministros para poner en marcha el 155. Las dudas se habían despejado. "No nos dejan otra alternativa". Además, era la versión 'dura'. Cese del president, de todo el Govern, control del Parlament, descabezamiento de los Mossos, intervención de las telecomunicaciones. Rajoy ha cumplido con sus halcones, escribían los amanuenses del secesionismo. En el PSC hubo sorpresas. Se esperaban una versión menos bronca del artículo. Miquel Iceta, sin embargo, estaba al tanto de todo.
Carmen Calvo pretendía un 155 'light'. En el PP se reclamaba mano dura. "Esto se nos va de las manos, nuestra gente ya no nos cree, los golpistas van ganando"
Sáenz de Santamaría protagonizó un episodio de enorme revuelo. Aseguró en una emisora que el 155 se retiraría si Puigdemont convocaba elecciones. Nada de eso pensaba Rajoy. Ya de anochecida en ese lunes, Moncloa remitió un mensaje a los medios informativos confirmando que con las elecciones no basta y que el 155 seguía adelante rumbo al Senado. Hasta el final y sin titubeos.
Las negociaciones con los independentistas, a todo esto, proseguían. Empezaron a advertirse tensiones en las filas del PDeCAT. Temor a la respuesta del Estado. Recelos ante la acción de la Justicia. Sáenz de Santamaría encabezaba la sección del Gobierno con esperanzas en el acuerdo. Rajoy, no. Estaba harto de Puigdemont, 'falso y embustero', de acuerdo con un asesor de Moncloa.
La víspera del debate en el Senado fue la apoteosis de la mascarada, el gran carnaval secesionista. Puigdemont se reunía hasta la madrugada con asesores, consejeros, activistas... Su 'sanedrín', el 'estado mayor del golpe'. Convocaba intervenciones que luego se aplazaban. En la mañana del 26 el descontrol llegó al paroxismo. Se suspendía la vía hacia la DUI y se sustituía por elecciones. El president ponía una serie de condiciones inaceptables. Libertad para los dos Jordis, frenazo a la Fiscalía y retirada de la policía de Cataluña. Rajoy dio un puñetazo en la mesa. Sólo habría posibilidad de acuerdo si dimitía Puigdemont. Lo demás podría ser negociable. Puigdemont fuera.
El Parlament aprobó la declaración de independencia. Una hora después, la Cámara Alta hacía lo propio con el 155, el artículo más polémico de nuestra Constitución y que, finalmente, fue respaldado por 214 votos a favor y 47 en contra. Hasta el último minuto se discutió sobre qué hacer con TV3. Los socialistas impusieron su criterio. Los medios de propaganda de la Generalitat no se tocan. En la noche del viernes, gran sorpresa. Rajoy anuncia las medidas. Todo lo previsto, incluído el cierre de 'embajadas'. Y alguna novedad. "He decidido disolver el Parlamento". Y elecciones el 21 de diciembre. El bloque democrático, funciona. A pleno rendimiento. El 155 ya está en la calle.
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