Dentro de muchos años alguien estudiará desde el punto de vista histórico la figura de Pedro Sánchez. Quien se atreva a semejante empresa tendrá que detenerse, por supuesto, en estos días de noviembre de este apocalíptico 2020 donde el presidente del Gobierno está protagonizando algunos de sus momentos más gloriosos. En dos sesiones parlamentarias consecutivas, la del Senado de este martes y la del Congreso de este miércoles, ha acusado a la oposición de fake news y trumpismo.
Hasta que llegaron estos tiempos tan líquidos y frenéticos la mejor cualidad que podía atesorar un político era aquello de transmitir credibilidad. Para ello, su carrera debía estar edificada sobre unos cimientos de cierta coherencia y ciertos valores inmutables, aun sabiendo que todos los que se dedican a la cosa pública algunas veces incurren en contradicciones, porque una cosa es gritar consignas desde la oposición y otra es gobernar. Pero ninguno de esos principios rigen en el caso de Sánchez. Lo suyo es caso aparte.
Este miércoles, en otra de esas sesiones de control nada edificantes que abochornan a los ciudadanos, Sánchez volvía a sorprender al respetable con otra vuelta de tuerca. El presidente del PP, Pablo Casado, le afeaba el pacto presupuestario con Bildu. La respuesta del jefe del Ejecutivo era acusar al líder de la oposición de "practicar la política del trumpismo". "Lo que hacen es mentir, fake news, desinformación, mienten sin rigor en todos los frentes". Y vaticinaba a su oponente que "tendrá el mismo final que el trumpismo: el fracaso y la derrota electoral".
Ahora no hay pacto con Bildu. Eso es un invento de la derecha y la extrema derecha, perversas y mentirosas ambas, y todo aquel que ose decir lo contrario es tan perverso y mentiroso
El discurso de Sánchez se comenta por sí solo. Por supuesto, no entra a valorar el fondo de la cuestión, que es el acuerdo presupuestario con Bildu que Arnaldo Otegi anunció la pasada semana y que Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno, celebró con alborozo. Se trata, todo hay que decirlo, de un pacto legítimo pero que genera controversia por motivos obvios. Un pacto que varios ministros del Ejecutivo defendían el fin de semana pasado en varios medios. El mismo pacto que algunos barones del PSOE han criticado con severidad. El mismo pacto, en suma, del que toda España lleva hablando una semana.
Pues bien, ahora no hay pacto. Eso es un invento de la derecha y la extrema derecha, perversas y mentirosas ambas, y todo aquel que ose decir lo contrario es tan perverso y mentiroso. ¿Cómo se puede construir semejante razonamiento y pronunciarlo en el Congreso de los Diputados? Solo hay una manera. Se hace con la misma cara de cemento armado con la que Donald Trump no admite su derrota en las elecciones de Estados Unidos. O sea, con ese mismo trumpismo que Donald, perdón, Pedro afea a los demás.
No por casualidad Sánchez es el político que arrastra la hemeroteca más devastadora de la historia reciente. Como ya escribió aquí Arranz en un feliz hallazgo, no le dice la verdad ni al médico. Como se demuestra si se comparan sus declaraciones del pasado y las posteriores, él vive en la permanente contradicción, se refocila en ella porque es ahí donde encuentra su verdadero lugar y su auténtico significado. Porque su manual de resistencia dice que hay que defenderse atacando, aunque sea mintiendo, porque que lo que se dice sea verdad o no es lo de menos. Siempre hay que huir hacia delante porque siempre existe un recoveco en el discurso para volver a hacer trampa. Para hacer trumpismo puro y duro.
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