Hubo un tiempo, no muy lejano, en que Podemos no daba determinadas batallas. Su discurso se centraba en lo económico y social, la denuncia del statu quo político y la defensa de los colectivos más damnificados por la crisis. Pablo Iglesias y los suyos criticaban a la "casta", clamaban contra los desahucios, ponían el grito en el cielo por la corrupción, exigían mejores empleos para los jóvenes y el "precariado" o remarcaban los "abusos" de grandes compañías, fundamentalmente eléctricas y bancos.
Esas causas, cuyo grado de aceptación potencial en el electorado era -y es- muy elevado, orillaban por completo otras. Podemos planteaba una enmienda a la totalidad del régimen de 1978, pero eludía hablar de República, atacar a la Iglesia, desacreditar a la prensa, ir contra la tauromaquia o blandir un discurso euroescéptico. Eran los tiempos de la "transversalidad". Una etapa cada vez más enterrada tras Vistalegre II.
Relegados los principales ideólogos de aquel proyecto, consolidada la línea dura y hermanada la formación con IU, el cálculo electoral pasa a un segundo plano y todas las batallas ideológicas se abordan sin complejo. Las manifestaciones del viraje se acumulan, pero pocas han sido tan visibles como la campaña anticlerical que Iglesias y los suyos han desarrollado en las últimas semanas. Pedir que se suprima de la parrilla de La 2 la emisión de la misa dominical es una iniciativa impensable en el Podemos de los inicios, perfectamente coherente con el cambio de rumbo implementado por el líder y, sobre el papel, un muy mal negocio electoral.
La formación morada, estabilizada en el entorno del 20% de apoyo gracias a sus alianzas periféricas, presenta tres puntos débiles muy claros: la España rural, el electorado femenino y el de mayor edad. Si aspira a ganar las generales algún día, está obligado a crecer por ahí. Y el camino más corto para lograrlo no parece precisamente poner al clero en la diana con propuestas como la citada de las misas u otras como la que reclama que la Iglesia devuelva al Estado ciertos bienes inmatriculados, empezando por la Mezquita de Córdoba, también presentada hace unos días. La defensa de estas medidas, imposibles de aprobar a corto plazo -de momento, lo único que han logrado es que la misa triplique su audiencia-, dará muy escasos réditos a Podemos.
70% de católicos
España es un país donde el 68'4% de los ciudadanos se declara católico, según el último CIS, pero el dato está lejos de ser equivalente en todos los nichos del electorado. Los sectores más alejados de Podemos son precisamente los que en mayor porcentaje abrazan el catolicismo. Iglesias los da por perdidos, a la luz de los acontecimientos, lo cual puede lastrarle de modo determinante en futuras citas con las urnas.
Podemos cosecha un pobre 7'7% de apoyo entre los votantes de más de 65 años, nicho donde casi el 90% se declara católico
Así, se incluye dentro del catolicismo el 72'2% de las mujeres y el 64'4% de los hombres; el 75'3% de los habitantes de municipios de menos de 2.000 habitantes y el 51'8% de los que residen en Madrid y Barcelona; el 87'3% de los que tienen 65 o más años y el 44'2% de los que están en la franja de entre 18 y 24. Si, como defiende Íñigo Errejón, Podemos está ante el reto de "sumar a los que faltan" y los que faltan son mujeres, personas de más de 45 años y habitantes de la España rural, difícilmente se conectará con ellos priorizando en el discurso ataques a la confesión que mayoritariamente practican.
Puede argumentarse que la religión no influye en el voto o que las posiciones políticas de un partido tienen que dirigirlas los principios y no el tacticismo. Sobre lo segundo, cabría preguntar por qué entonces Podemos no ha hecho lo mismo siempre, aparte de apuntar que es utópico pensar que en el siglo XXI hay partidos que no tienen en cuenta el impacto de sus agendas, buscando siempre el mayor rédito electoral posible.
Y lo primero es directamente falso. Así lo demuestran estudios como el que en 2015 publicó el grupo de politólogos y sociólogos que compone Piedras de Papel. "La división religiosa continúa siendo un factor muy condicionante del voto de los ciudadanos", explican en el libro Aragón es nuestro Ohio, análisis socioelectoral de España: "Cuando se agita algún asunto con implicaciones consideradas adversas para las personas religiosas o para las que no lo son, rara vez pasa desapercibido en el debate público".
La religión sigue siendo un factor condicionante del voto para aquellas personas que abrazan una confesión, mayoritarias en la España del siglo XXI
Y siguen: "A primera vista, preguntarse por la influencia de la religión en la política puede tener, para muchos, un aire exótico. Desde la perspectiva de las sociedades modernas, a veces se nos antoja que la religión y la política sólo se mezclaban en el pasado o sólo se mezclan hoy en día en otras latitudes". Nada más lejos de la realidad, porque, aunque ha retrocedido el fervor religioso en las últimas décadas, "el declive de la religiosidad no debe confundirse con una pérdida de fuerza de sus efectos políticos".
Porque lo que hay es "un cambio en las generaciones, más que en las personas": los católicos siguen siendo mayoritarios y siguen teniendo muy en cuenta esta condición a la hora de elegir la papeleta que meten en la urna. Lo que ocurre es que ahora están más concentrados en determinados grupos, justamente aquellos donde Podemos sufre para cosechar apoyos significantes.
Líder entre los jóvenes
Un partido con vocación de gobierno no puede perder de vista esta realidad, salvo que no tenga pensado luchar por la primera plaza hasta dentro de 20 o 30 años. Podemos es ya hegemónico en tres de las seis franjas de edad que emplea el CIS para dividir a los españoles. En voto directo más simpatía, Iglesias lidera entre los electores de 18-24 años (28'1%), los de 25-34 (25'8%) y los de 35-44 (22%). A partir de ahí, pega un bajón (ver gráfico abajo) que le pone imposible ganar unas generales al PP y muy difícil superar al PSOE, partidos con fuerte ascendencia entre el electorado de más de 55 años.
Cuando el partido morado era una "maquinaria de guerra electoral" medía cada movimiento al milímetro, tenía en cuenta todos estos daos y se cuidaba de no defender posturas que pudieran soliviantar a una mayoría de los españoles. Por eso, Pablo Iglesias aplaudió al Papa en el Parlamento Europeo mientras los diputados de Izquierda Unida le boicoteaban; por eso regaló Juego de Tronos al Rey mientras los europarlamentarios de IU rechazaban acudir a la recepción de Felipe VI; y por eso emitía un discurso eminentemente social, descartando otras consideraciones. Los temas que no estaban en la escala de prioridades de los españoles o aquellos donde las posiciones de Podemos son más escoradas e impopulares, se aparcaban. Ocurría con la Monarquía, los toros o la Iglesia.
No puede hablarse de viraje ideológico -los programas morados siempre defendieron lo mismo-, sino táctico. Se trata de dirigirse a la parroquia ya conquistada, chocando con la de los adversarios, quién sabe si porque prefieren consolidar los apoyos propios antes de lanzarse a buscar otros o simplemente porque no ven posible expandirse más y optan por desdeñar los electoralismos. Lo único seguro es que esto, con Errejón a los mandos, no hubiera pasado.
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