Para un partido de raíz católica como el PP, 2019 empezó un abril de grandes contricciones y propósitos de enmienda. Bien podría decirse que toco el suelo electoral y su líder, Pablo Casado, rozó el infierno, porque no son pocos, dentro y fuera del partido, los que le dieron por muerto. Le salvó lo poco achacable que le era semejante batacazo y la delicada situación en que quedaba la sigla; eso, y que los culpables de la corrupción y del fiasco en Cataluña tenían otros nombres y apellidos. Amenazas tan serías (Ciudadanos y Vox) bien valieron una prórroga en su liderazgo.
Y es que en las elecciones generales del 28 de abril los populares lograron su peor resultado histórico desde que, en enero de 1990, José María Aznar refundara el centro-derecha sobre la base de las viejas siglas Alianza Popular, de Manuel Fraga; Partido demócrata Popular (PDP) de Óscar Alzaga; y Partido Liberal (PL), de José Antonio Segurado. Durante 25 años, hasta la irrupción nacional de Ciudadanos (2015) pero, sobre todo, de Vox (2019), las elecciones eran un monocultivo del PP.
La formación que lograra en diciembre de 2011 de la mano de Mariano Rajoy -José Luis Rodríguez Zapatero y la pavorosa crisis económica mediante-, la friolera logró once millones de votos y 186 escaños, quedaba reducida ocho años después a un tercio: 66 escaños y 3,7 millones de votos menos.
El PP de Casado pagó electoralmente los 'platos rotos' del cabreo sordo de buena parte de sus bases con la gestión que hizo Rajoy del desafío independentista en los referéndum de 2014 y 2017
Por el camino, la absolutísima del primer Rajoy en La Moncloa, superior a aquella primera de Aznar en 1996 -183 diputados-, ya se había visto ya reducida de golpe a 123 en los comicios de 2015 tras los coletazos de una recesión que casi supuso el rescate de España. Los 137 escaños de la repetición electoral en junio de 2016 supondrían a la postre un espejismo ya que aquel gobierno popular no fue capaz de superar la sensación en la calle de desastre de gestión para sofocar los dos intentos de secesión en Cataluña: 2014 y, sobre todo, 2017.
Y la bofetada se la llevó dos años después un Casado al que no tardaron los cuchillos más afilados en poner en solfa, con los barones gallego, Alberto Núñez Feijóo, y vasco, Alfonso Alonso, al frente. Una campaña excesivamente escorada a la derecha, decían, por miedo a Vox -finalmente los de Santiago Abascal lograrían solo 24 diputados frente a unas encuestas que, como sucedió antes con Podemos, estaban infladas-, terminó de rematar a un PP que durante buena parte del año ha sentido la amenaza del sorpasso; hasta el gran batacazo naranja el 10N y la posterior dimisión de Albert Rivera.
Al final, a Rivera le pudo un exceso de balón, como se dice en el fútbol, que le entró cuando se vio a solo nueve escaños del PP (57 diputados había logrado el 28 de abril) y se reclamó "la alternativa". Pero, inexplicablemente, sostiene el PSOE, decidió "apuntalar el liderazgo de Casado" permitiéndole, tras las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo, "victorias" territoriales como la llegada a la Alcaldía de Madrid de José Luis Martínez Almeida, en lugar de negociarla para la hoy vicealcaldesa, Begoña Villacís; o la del presidente castellano-leonés, Alfonso Fernández Mañueco.
Los pactos reforzaron a García Egea
La gestión de esos pactos a cargo del secretario general, Teodoro García Egea, muy cuestionado por los barones tras el fiasco del 28 de abril, permitió al número dos no solo sobrevivir al desastre de abril -fue muy criticado su papel y el del hoy portavoz en el Senado, Javier Maroto- sino encarar la repetición electoral del 10N en el cargo de coordinador de campaña.
Los resultados, esa subida de 66 a 89 diputados (más los dos de Navarra Suma, embrión de coalición con C's y Vox España suma que se ha quedado en eso) permiten a Pablo Casado respirar; sobre todo, porque su inmediato perseguidor ya no es Ciudadanos, que ha quedado reducido a diez escaños, sino un Vox con 52, a 36 diputados nada menos. Demasiada diferencia como para que, incluso, en unas terceras elecciones el presidente del PP pueda ver peligrar ese liderazgo.
Su problema es otro: crecer. Porque, si los pactos de Pedro Sánchez con Esquerra republicana de Catalunya (ERC), no fructifican, todas las miradas se van a dirigir hacia el PP a fin de que dé apoyo a los socialistas, como éstos hicieron en la investidura de Mariano Rajoy, en noviembre de 2016. Pero llegados a ese punto, la dirección popular está dispuesta a jugárselo todo a terceras elecciones.
No ven factible la postura que han venido manejando hasta la fecha de exigir al PSOE que obligue a Sánchez a dar un paso atrás para poner a otro candidato.
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